13 de diciembre de 2016

Vientos de cambio

Por Fabiola Martínez

Enero de 1987 inició con cambios notorios, que entonces no se vislumbraron en su dimensión exacta. Los estudiantes de mi generación comenzamos a cursar nuevas asignaturas, dos de ellas se quedaron fijas, como Historia, Metodología y Pedagogía, además de disfrutar de nuevas modalidades de clase a través de seminarios y talleres.

Antes de la primera quincena de enero, un nutrido grupo conformado principalmente por jóvenes, salió a las calles a celebrar la Navidad con una especie de peregrinación, con cantos y huevos de pascua... ¿Navidad en esas fechas?

Mis amigas soviéticas me explicaron que, a partir de la confianza que estaba generando la Perestroika, la gente comenzó a retomar algunas tradiciones, una de las más queridas era la Navidad.

-Pero si la Navidad fue en diciembre.
-La iglesia ortodoxa rusa todavía se rige por el calendario juliano, así que la Navidad es hoy.
-Entonces, a su pueblo no se le prohibió practicar la religión.
-Sí se prohibió, pero la gente nunca dejó de creer del todo. Mi abuela, por ejemplo, siempre oró en Navidad y escupía hacia el piso cada vez que se pronunciaba el nombre de Stalin. Pero sólo lo hacía ella, los demás obedecíamos y callábamos.
-¿Por qué llevan huevos pintados como en las celebraciones gringas?
-No lo sé, no conozco nada de religión.

Otro cambio notable para mí fue conocer que en Kiev se aplicaba con más rigor la ley seca. Honestamente no recuerdo todos las medidas tomadas para luchar contra el alcoholismo, lo  que recuerdo bien es que los fines de semana la Milicia podía revisar de principio a fin cualquier residencia estudiantil y arrestar a quienes estuvieran tuvieran en su poder más botellas de vodka del permitido.

Recuerdo que a la residencia de Valeri la Milicia solían llegar con más frecuencia a revisar, para eso evitarse problemas los chicos diseñaron una estrategia casi perfecta para esconder su arsenal de alcohol.

Otro cambio relevante consistió en ver al gobierno soviético abordar el tema del sida con mayor fuerza y en diversos medios. A  pesar de que el gran año de la novedosa infección de transmisión sexual (its) fue 1985, es posible que sólo hasta 1987 el gobierno soviético aceptó la inevitable realidad e implementó medidas más cautelosas para controlar lo que a su parecer era la llegada del sida a su país.

Respecto al sida, recuerdo que los comentarios populares señalaban que, al tratarse de un asunto clínico propio de homosexuales y personas provenientes de países africanos (teoría difundida, creo, que por el gobierno de los Estados Unidos), habría que tomar medidas con los extranjeros y las personas de preferencias sexuales distintas a las socialmente aprobadas, principalmente.

Creo que desde enero de ese año, todos los estudiantes extranjeros radicados en Kiev (tal vez también los de toda la URSS), fuimos obligados a realizarnos exámenes Elisa cada seis meses. Recuerdo que desde el primer examen hasta el último que nos practicaron masivamente, observé una evidente tendencia a practicar un doble examen a los alumnos de origen africano. En caso de resultar positiva la prueba de alguien, lo único que sucedía era que te mandaban de regreso a tu país, lo mismo que hacían si detectaban sífilis.

Como resultado de someternos a esta fuerte presión y de conocer una versión del sida tal alejada de la realidad, entre los estudiantes extranjeros se desató una broma llena de un negro sentido de humor que iba más o menos así.

-¿Sabes que el sida es la enfermedad del siglo XX?
-Sí, eso he escuchado.
-¿Y sabes por qué esa enfermedad no puede llegar ni a Japón ni a la URSS?
-Mmm, no sé, ¿porque ambas son potencias mundiales?,
-No, no llegará aquí ni a Japón porque es la enfermedad del siglo XX y acá vivimos en el siglo XIX y en Japón ya están en el XXI.

En su momento el chiste me pareció muy ingenioso y me reí mucho, sin considerar toda la carga política y social que conllevaba, finalmente, esa es una de las funciones del humor negro, lo que en silencio pensaba era: "me jodí, vengo de un país del siglo XX".

En mi entrega pasada resalté las interminables charlas intelectuales con mis amigas, pues bien, no era una exaltación de mi memoria, ni el reciente reencuentro con mi amiga Franki, ¡no!, el camino abierto por la Perestroika hizo que muchos soviéticos tuvieran confianza de compartir las vivencias más íntimas de sus padres y abuelos, sus verdaderos puntos de vista sobre el sistema, sus anhelos y sus miedos. Estar allí, con mis amigas, en esos momentos profundos de reflexión y conciencia me convirtieron en una de las personas más afortunadas del último gran suceso del siglo XX.

6 de diciembre de 2016

Rutina

Por Fabiola Martínez

A mi regreso de Leningrado el único tema relevante fue Valeri, quien estuvo muy pendiente de contarme que, en mi ausencia, asistió a un par de fiestas en mi residencia y que se pasó de tragos, que me lo contaba porque quizá alguien me llegaría con el chisme. En su momento tanta información me pareció innecesaria, pero a los pocos años de conocerlo supe que quedar bien (a toda costa) y culpar a los demás de cualquier error era el sello de patente del sujeto en cuestión.

El tiempo siguió su curso sin novedades: paseos y romance con el novio, interminables charlas entre chicas, frío, nieve, ganas de quedarse en cama todo el día, prepararse para concluir el semestre, más charla con las chicas, tomar vodka, fumar, tomar té con varenye...

Llegó otra navidad sin posibilidad alguna de celebrarla, con varios зачёть (una especie de pre exámenes). La única fecha de celebración concedida fue el Año Nuevo, que pasé con el novio y sus compañeros de habitación. Bajo los efectos del "amor", vi la celebración como una experiencia exótica, pero con el paso del tiempo se convirtió en algo muy ajeno a mí.

El centro de la celebración no era Año Nuevo, sino el "triunfo" de la Revolución Cubana, prácticamente era un pecado no mencionar el suceso. Además del congrí y el cerdo con salsa de tomate, todos jugaban dominó vociferando y azotando las fichas sobre la mesa de juego...

Honestamente, desde que vi por primera vez ese griterío y manotazo de mesa todo me pareció vulgar, y en ese día de festejo las escenas nada tenían que ver con un asunto de festividad y comida rica, como en las navidades de toda mi vida en México: bacalao a la vizcaína, pierna o pavo al horno, pasta, ponche, chiles rellenos de queso, ensalada de manzana y otras cositas más.

Pero el amor es ciego, mejor dicho, el enamoramiento nubla la razón y la conciencia, dicho en una palabra, el amor apendeja, y mucho. Si en ese tiempo Dios me hubiera puesto la película de lo que sería mi vida como casada, le habría asegurado que estaba equivocado, que yo cambiaría las cosas. ¡Cuánta necedad!

Pasado el festejo regresamos a la rutina, con más té y charla de chicas donde aprendimos mucho de los países de origen de cada una, particularmente de un grupo que formamos compañeras y amigas de Ucrania, Finlandia, Perú, Cuba y México. Nuestras charlas eran interminables y deliciosamente intelectuales. Pasados los años ha sido un placer reencontrarme con todas ellas por el ciber espacio y percatarme que todas trazamos distintas rutas de vida, pero permanecieron intactos los principios y valores que nos hicieron afines.

El más grande regalo que este año me dio fue volver a ver y abrazar a mi amiga cubana después de 30 años. El 21 de noviembre del 2016, Franki Hernández manejó más de cuatro horas de Sacramento a Los Ángeles sólo para verme, tal gesto sólo lo hace una verdadera amiga.

Reencontrarme fue conmovedor, parecía que apenas ayer nos dejamos de ver. Esa noche del lunes cerramos el día con una charla concienzuda sobre nuestros países. Intensa e inteligente como en esos tiempos de juventud, pero con la m
adurez de una mujer que se lanzó al mundo, Franki habló de sus amores y de sus dolores, uno de ellos su amada Cuba... Sí, hubo mucha tela para cortar.

¡Qué grato es charlar con personas coherentes con sus principios!, creo que todos la pasamos bien, aunque nos faltó tiempo y energía.

Gracias a nuestro reencuentro tuve la oportunidad de reconciliarme con la comida cubana y cambiar mi opinión, el martes la ciudad de Los Ángeles nos dio la oportunidad de hacer una visita turística por la gastronomía isleña de los tiempos anteriores a esta última dictadura. ¡Qué delicia!, cuántos maravillosos platillos que ni remotamente imaginé.

La vida no deja de asombrarme, justo ahora que narro mis andanzas del primer año de carrera se me presenta la oportunidad de ver a una entrañable persona de ese tiempo, de esos días de rutina que hoy desmenuzamos gustosas preguntándonos sobre el destino de otras brillantes personas con las que compartimos el día a día de entonces.

Día lunes, visita al museo de ciencias. 


Franki y yo antes del desayuno.

Tarde medieval, novedoso.

15 de noviembre de 2016

¡Gitana!

Por Fabiola Martínez Díaz

Leningrado era una ciudad impactante y hermosa, su belleza sobresalía a pesar de todo el hielo, la nieve y el intenso frío. El día de mi regreso a Kiev ocupé la mayor parte del tiempo en conocer algo de lo mucho que ofrecía la ciudad. No sin antes resolver la compra de mi boleto de tren, esta vez regresaría en primera clase y debía asegurar un lugar.

Recuerdo haber ensayado con las soviéticas, amigas de Martha, la entonación y pronunciación de las frases obligadas que usaría para mi compra. Usé el transporte público para ir a la estación; pero antes, con el pretexto de tener qué comer para guardar calor, pasé a comprar unas golosinas a un магазин (tienda) cercano; me sorprendió mucho ver la cantidad y calidad de opciones para comer y beber.

Mi sociólogo interior me detuvo a observar con más detalle lo que sucedía en ese магазин, pero francamente no podía explicarme la causa de tanto contraste... Creo que por eso quise pensar que una mejora tan radical tenía que ver con la cercanía de Leningrado a Finlandia.

Con gran seguridad en la apariencia, pero con mucho miedo en mi interior llegué a la ventanilla de la estación del tren y realicé mi compra con éxito; pero el miedo y el nerviosismo me llevaron a cometer el error de alejarme rápido de la ventanilla. Había caminado unos veinte pasos cuando una señora de limpieza me hizo señas para volteara. Desde la ventanilla la vendedora me llamaba con visible enfado.

-¡Цыганка иди сюда! (¡Gitana, ven acá!) 

Con paso firme pero con la sensación de tener las piernas temblorosas regresé, honestamente no recuerdo cuál fue la causa por la que me la mujer me hizo regresar, lo que tengo gravado es el rostro de molestia contenida, ¿o quizás era odio?...

Como en ese momento no conocía el significado de la palabra Цыганка (tsiganka), no hice caso a la relevancia de todo el contexto. Simplemente me apuré a regresar a territorio conocido.

Ya conversando con Martha y sus compañeras de habitación el rostro de las chicas oscilaba entre la sorpresa y asombro. Resulta que la vendedora de boletos pensó que yo era una gitana y por eso no pudo evitar tratarme mal, pero no de manera tan abierta.

Yo estaba sorprendida porque las únicas gitanas que conocía eran las mujeres de la caravana que llegaba a mi pueblo cuando era niña. Mujeres con faldas largas y coloridas que se ganaban la vida leyendo el destino en la palma de las manos. Según yo, mi aspecto no tenía nada que ver con el de ellas, sobre todo por la forma de mis ojos.

Las soviéticas me explicaron, a grandes rasgos, que los gitanos no eran personas bien recibidas por el resto de la población, en general se trataba de gente que disgustaba a la mayoría. Fue entonces cuando el episodio que viví en la estación de tren tomó sentido. La forma en que la mujer de la limpieza me vio y dio por hecho que yo era aquella gitana a la que llamaban; el malestar y rechazo que percibí por la vendedora... Justo allí empecé a conocer la situación social y cultural que vivían los gitanos de Europa del Este. Discriminación, desigualdad en el acceso a las mismas oportunidades, marginación.

Desde entonces y hasta el final de mi estancia la URSS, conocí diversas versiones históricas con las que se justificaba el rechazo e intolerancia hacia los gitanos. Nunca tuve ni busqué la oportunidad para saber si los argumentos estaban justificados. Lo único que sé es que traté de disfrazar mi origen mexicano y latinoamericano, pero ello no me salvó de ser discriminada, otra vez.

¡Qué curiosa es la vida!, después de la charla mis temores disminuyeron al pensar que haría el viaje tranquila porque no me identificarían como estudiante extranjera que salió a otra ciudad sin visa; pasaría por gitana, aparentemente con los mismos derechos que el resto de los soviéticos.

Ya a salvo, las muchas horas de camino me ayudaron a reflexionar cada momento de mi reveladora vivencia. Analicé todas y cada una de mis experiencias desde que viajé por primera vez a la URSS en 1985, fue así como me percaté del organigrama del racismo.

Europeos occidentales, canadienses y estadounidenses mirando de soslayo a los habitantes de Europa del Este, que si bien eran blancos, la estatura del adulto mayor promedio de entonces, los pómulos salientes y el ligero toque rasgado de sus ojos no formaba parte del fenotipo ideal de la "supremacía blanca". Finalmente blanco es blanco, así que ya todos aprendieron a tolerarse como una familia disfuncional con un par de parientes incómodos.

El resto de la gente del mundo entrábamos en diferentes niveles de inferioridad, de todos nosotros, de la inmensa mayoría del mundo, creo que los africanos han sido y siguen siendo los más discriminados. En América Latina cada país se cuenta la historia con la que pretende justificar el por qué es mejor que los demás y, por si esto fuera poco, todavía lidiamos con la discriminación racial presente en gran número de las escuelas y familias mexicanas.

Como autora de libros de la asignatura llamada Formación Cívica y Ética, donde los temas de reconocimiento y respeto a la diversidad son fundamentales, ha llamado mi atención los resultados de la elección del presidente número 45 de los Estados Unidos. Desde mi perspectiva, la sorpresa no radica en que perdiera la señora Hillary Clinton, o que ganara el señor Donald Trump, la sorpresa radica en haber corroborado que, tratándose de temas como racismo, tolerancia y respeto a la diversidad sexual y religiosa, el avance de la humanidad ha estado motivado no por convicción, sino la por coerción impuesta por las leyes o por lo "políticamente correcto".

En otras palabras, Donald Trump, en su campaña, ganó al lograr despertar y sacar del clóset al pequeño Trump que millones y millones de personas llevan dentro.

1 de noviembre de 2016

Los necios admiran, los sensatos aprueban (Alexander Pope)

Por Fabiola Martínez Díaz

El malestar provocado por la aparición de mi muela sanó muy rápido. Me recuperé del todo. La temperatura ambiente permaneció estable en unos veinte grados bajo cero. En esos días llamé a mi amiga Martha para saludar y cobijarme a distancia por mi reciente malestar. Su voz se escuchaba diferente y los papeles se invirtieron; me ocupé de lo que le aquejaba emocionalmente... es más, para animarla le prometí ir a Leningrado lo más pronto posible.

En la visita que Valeri solía hacerme los miércoles le comuniqué mi decisión, tenía mi maletita lista y me vestí evitando usar ropa que denotara cualquier relación con el capitalismo. Mi plan fue comprar mis boletos de tren como una soviética más; apostando todo en la ayuda de mis ojos rasgados y pómulos prominentes para pasar por alguien de Tashkent, Mongolia... No lo sé, la cuestión es que me vendieron los boletos, que por supuesto pedí en segunda clase.

Valeri no podía creer que lo hubiera logrado y no era para menos, logré ese movimiento a pesar de mi fenotipo y de no tener permiso de viaje.

La diferencia entre primera y segunda clase era tremenda, las literas de mi vagón estaban acomodadas como barracas militares, cero privacidad, mucho frío, gente subiendo y bajando del tren en cada parada.

Durante las treinta horas de viaje tuve miedo de ser descubierta y del ir y venir de la gente. En el último tramo estuve prácticamente sola en todo el vagón, creo que la encargada debió ver mi rostro temeroso porque me compartió palabras de ánimo.

La estación de tren a la que llegué estaba cerca de la residencia de Martha y decidí tomar taxi. La calle estaba desierta, oscura y el frío era de unos treinta grados bajo cero. Rápido encontré el edificio, nadie me detuvo en la entrada, era un lugar viejo, muy viejo, quizá porque estaba en las cercanías de la fortaleza de Pedro y Pablo pertenecía a la zona antigua o primigenia de la ciudad... Al fin llegué u pude abrazar a Martha.

La calefacción de la residencia no funcionaba, así que nos conformamos con el calor del reencuentro y de las bonitas amistades que Martha ya tenía. Hablamos, hablamos y hablamos. Por la mañana fuimos caminando a la facultad de Biología, su escuela, ubicada muy cerca de la residencia y del afamado Museo Hermitage.

Después de dejar tareas, reportes, y hacer lo pertinente para ese día regresamos a la residencia. A mí se me derritió la vista por el edificio del Hermitage y me ilusionó poder visitarlo pero, antes de proponer siquiera pasar enfrente, Martha me pidió cruzar la calle para admirar el congelado río Nevá. Pronto Martha observó que sobre el río había un camino y que una o dos personas lo estaban cruzando a pie.

-¡Vamos a cruzar!
-¿Estás loca?, es un río enorme... ¿Y si se rompe el hielo?
-No seas miedosa, mira, hace ya más de una semana que la temperatura ha estado permanentemente a menos cuarenta grados.
-¡No, me aterra!
-¡Anda!, así tendrás que algo para contar a tus nietos. ¿Ves cómo varios soviéticos lo están cruzando?, si no se pudiera ya habrían cerrado la bajada del muelle.

Accedí por compromiso, pero dentro de mí iba encendida el foco rojo que decía ¡alerta, peligro! La otra orilla me parecía inalcanzable, justo cuando ya habíamos recorrido la mitad del río congelado tuve la sensación de sentir pasar la corriente del río, incluso de escucharla.

Miré a mi alrededor y en unos segundos me percaté de que estaba cruzando un río navegable, de que si la corriente llegaba a ser tan fuerte como la sentía justo bajo mis pies, en caso de romperse el hielo nadie me encontraría.

¡Dios!, la mente humana trabaja de manera prodigiosa y más ante situaciones que amenazan la vida. En esas fracciones de segundo supe que regresar era una opción igual de peligrosa a la de continuar. Honestamente no sabía nada sobre hielos congelados, pero me dije que como la distancia era la misma, intentaría terminar la tremenda estupidez que había iniciado.

Al llegar a salvo al muelle me prometí nunca decir nada a mi familia, y mucho menos a mis hijos y nietos. Sentí vergüenza por defraudar a mi madre poniendo en riesgo mi vida, sólo porque sí. Aunque ella nunca se enterara yo era consciente de  mi falta y eso bastaba. Hasta hoy mi hijo no sabe de esta experiencia mía, quizá se entere si llega a leer mi blog. No me siento orgullosa de lo que hice, pero forma parte de mi vida y sería deshonesto matizar lo relevante.

¿Lo volvería a hacer? NO, rotundamente NO. El Nevá es uno de los ríos más caudalosos de Europa, en su parte más estrecha mide de ancho entre 400 y 500 metros, además de ser muy profundo.

Yo lo crucé sólo por no saber decir no, por no anteponer la cordura. La juventud, además de plenitud, belleza y brío tiene altas dosis de impertinencia, torpeza y temeridad. Ojalá lo que hoy narro sea mi contribución a no perder de vista estas condiciones, pues todos los adultos tenemos cerca a jóvenes que toman de nosotros orientación tácita o explícita.

Río Nevá en verano. Tomade de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Saint_Petersburg_Hermitage_Museum_IMG_5863_1280.jpg


18 de octubre de 2016

Del amor al dolor... de boca

Por Fabiola Martínez

Las primeras nevadas  de cada año tenían su peculiaridad, pero creo que ninguna se compara a la de 1986. Una tarde como a las seis y media, cuando regresaba de caminar por el centro, comenzó a nevar. La forma en que estaba distribuida la luz de mi calle generó una escena memorable. 

Por un lado se iluminaba el medio metro de nieve ya depositado en el piso, por otro lado, la luz iluminaba cada copo de nieve que se mecía lentamente en el aire. Esa tarde fue la primera vez que me detuve a admirar la perfecta simetría de los copos de nieve y la casi imperceptible reflexión de la luz que se genera a través de cada uno de ellos. 

Fue amor a primera vista, permanecí embelesada varios minutos, admirando y diseccionando cada copo que atrapaba mi mano. Quizá la naturaleza es tan sabia que nos regala estos momentos tan maravillosos que nos ayudan a sobrevivir los largos meses de frío. 

Un martes no muy lejano a mi gran experiencia de amor, comencé a sentirme mal; me costaba trabajo comer y me dolía mucho abrir la boca para cepillarme los dientes. Comí poco, un poco por flojera, otro poco para evitar la molestia de abrir la boca y porque no tenía la más mínima intención de ir a la tienda, ya que hacía un frío endemoniado (como menos veinte grados bajo cero). Belinda y yo elegimos dormir toda la tarde. 

-¿Te sientes mal?, -preguntó Beli. 
-Sí, -contesté casi murmurando-, tengo hambre. 
-¿Quieres que vaya por algo para que comas?
-No puedo abrir la boca, apenas puedo hablar, creo que tengo algo de fiebre. 
-Te conseguiré algunas compotas. 

Con mucho trabajo logré terminar una compota de manzana, no sabía si era mayor el hambre, la debilidad o el dolor. Esa era la primera vez que me enfermaba en serio, no sabía qué tenía, pero definitivamente la parte posterior de mi boca estaba en llamas por el ardor. 

Más que sentir el rigor de la soledad, intentaba pensar lo que mi madre haría conmigo si hubiese estado cerca, traté de resolver pero no logré nada. Gracias al beneficio que otorgan los primero días del enamoramiento, Valeri llegó a visitarme por sorpresa; resalto esta acción porque realmente su residencia e instituto quedaban lejos del mío y el frío era severo. 

Al llegar me contó que se animó a visitarme porque en su horario tenía libres los días miércoles. En otro momento de mi vida creo que no habría accedido a ver a mi novio si me sentía como perro atropellado, pero el instinto de sobrevivencia pudo más y le pedí que se quedara a mi lado... Pasó la noche junto a mí. 

Al amanecer Natasha se acercó a la ventana para revisar la temperatura y dijo- ¡Hurra!, no iremos a clases, estamos a 35 grados bajo cero.

Allí me enteré que las clases se suspendían para los estudiantes de universidades e institutos si la temperatura era menor de 30 grados bajo cero, los niños y jóvenes de secundaria dejaban de ir a la escuela si había menos 25 grados. 

-Vamos, te llevo al hospital, tienes mucha fiebre. 

Asentí con la cabeza, me vestí y me puse mi pesado y horrible abrigo gris, que gracias a Dios era excelente para un día como ese. Los incidentes de la vida son curiosos, esa mañana no sentí tan fuerte el rigor del frío, logré trasladarme con Valeri a cada una de las paradas de transporte que nos llevaban a la clínica que atendía a todos los estudiantes de Kiev.

Ya en el hospital me turnaron con un dentista, creo haber esperado poco para que me atendieran. Tengo la impresión de que el trato hacia los estudiantes extranjeros era más sutil que el que tenían hacia los estudiantes soviéticos. Recuerdo que los médicos tratantes eran jóvenes y, al preguntarme mi nacionalidad y al ver mi cuadro hicieron venir a un médico ya mayor, creo que era el jefe. 

-Abre la boca, -dijo el doctor.
-Me duele mucho, -contesté con mucha dificultad. 
-Pongan xilocaína para revisar. 

En un parpadeo la anestesia local hizo efecto y el doctor comenzó a inspeccionar y limpiar toda el área. Luego llamó a los demás y les explicó que me estaba saliendo la muela del juicio y que un pedazo de mi encía no se había abierto, provocando fuertes dolores y fiebre por la acumulación de residuos. 

El doctor colocó más anestesia y decidió simplemente cortar el pedazo de carne que impedía la salida de mi maravillosa pieza. ¡Santo remedio!, fin del dolor agudo. Estuve como una hora en observación y me mandaron a mi casa con antibiótico, analgésico y con nuevas citas para revisión. 

En ocasiones, los episodios de mi vida me recuerdan las vivencias que acabo de narrar. Siempre se me presentan ocasiones para maravillarme de la magia de la naturaleza, como hoy cuando vi el amanecer caminando en el vivero. También hay ocasiones en que me lleva a decidir cortar de tajo los residuos de tiempos pasados y sacarlos de mi historia personal para que no se conviertan en una pus permanente y mal oliente, como la que saqué el día de ayer. 

4 de octubre de 2016

El valiente vive, hasta que el cobarde quiere

Por Fabiola Martínez

En el tiempo señalado, todos los habitantes de la residencia realizamos el trabajo colectivo con el que nos preparamos para el invierno. Limpiar ventanas, sellarlas, cambiar ropa de vestir y ropa de cama, todo bajo la organización de nuestros jefes de bloque o starosta. Recuerdo que en mi primer año en Kiev, la starosta que nos tocó era una mujer amargosa y medio fascista a la que yo le desagradaba mucho. 

La storasta se encargaba de elaborar los horarios de limpieza de la cocina del bloque, con ellos cada persona sabía la semana en debía limpiar. Con esa mujer me pasó de todo, me perseguía por todo el piso y nunca estaba conforme con mi forma de limpiar o simplemente con lo que hacía. Le gustaba ejercer su pequeño poder para obligarme a limpiar, nuevamente, aquellos lugares donde, según su criterio, estaba sucio. 

Una tarde Naty, Belinda y yo estábamos en la habitación ocupadas en nuestras tareas y cosas de la vida diaria cuando la storasta tocó la puerta cual agente de la KGB. 

-Fabiola, no sé cómo se limpia en tu país pero otra vez dejaste sucio. 
-¿Qué está sucio y dónde?, -la mujer tomó mi brazo y me llevó a la cocina, el lugar estaba resplandeciente, sólo que ella o alguien había dejado varios platos sucios y ollas que no formaban parte de mis obligaciones. 
-¡Mira!, ¡está sucio!
-¿Cuál es tu problema?, esos platos y utensilios no son míos y tampoco es mi responsabilidad, tampoco estaban allí cuando limpié, alguien los puso recientemente.
-¡Pues deshazte de ellos!
-¿En verdad quieres que lo haga?
-Sí. 
La miré fijamente, sentí mucho enojo que se transformó en rabia y luego en furia; en un sólo movimiento mis brazos y manos jalaron lo que había en la mesa y lo tiré al piso. Volví a mirar fijamente a la storasta...
-¿Satisfecha?, hice lo que ordenaste, de lo demás te encargas tú. 

La mujer me miraba asombrada, perpleja, no supo qué decir. Cuando salí de la cocina alcancé a escuchar su debilitada voz intentando ordenarme limpiar, pero no pudo. 

Durante el altercado nadie salió de sus habitaciones, en las que por cierto había unos doce soviéticos. Cuando entré a mi cuarto Belinda y Natasha me miraron sin saber qué hacer o qué decir, yo estaba temblando, creo que fue por el efecto de la adrenalina. 

No sé qué más pasó, no recuerdo si me acosté, si hablé con las chicas, si me prepararon té. No recuerdo nada, sólo recuerdo la sensación de haber recibido un abrazo, o al menos la intención de ello. He leído que las sensaciones son las que perduran por encima del dato, y sí, tengo la sensación de haber sido cobijada por mis compañeras de habitación. 

Además que la storasta terminó limpiando lo que tiré, a partir de ese incidente nunca más volvió a molestarme, ¡NUNCA! 

Los humanos somos difíciles e indescifrables... No creo que mi reacción haya sido sana, ¡para nada!, quizá fue la más elemental ante la amenaza que representaba esa mujer. Visto a distancia el hecho que narré me hace pensar en el origen de las guerras, el desamor, las soledades, los conflictos, el poco entendimiento en las familias y las parejas. 

¿En verdad sólo podemos reaccionar y detener el abuso hacia otros cuando colmamos el plato a otras personas?, ¿cuán ruines y rabiosos  podemos ser?, creo que somos perros que ladran hasta que nos encontramos con otro perro que no sólo ladra peor y además nos muerde. Estos cuestionamientos, creo, forman parte de las "preguntas de la vida", yo, por ejemplo, aprendí que, como dicen los españoles, "si alguien me toca las narices" se lo puedo permitir una vez, quizá dos, pero honestamente el que me busca, me encuentra hasta las últimas consecuencias. 

Claro que ahora ya no tiro platos, la madurez y la inteligencia suelen dictar mis respuestas y tiendo a ceñirme al derecho y la razón hasta las últimas consecuencias en las que la legalidad me ampare. El camino sigue siendo sinuoso, pero no imposible. 

Este aprendizaje y otros muchos de mi larga historia de vida, me siguen permitiendo enormes reflexiones. A pesar de nuestra condición gregaria, de la inminente necesidad que todos tenemos de los demás, predomina la muy humana elección de morder la mano de quien te la tiende para levantarte, para darte un abrazo, para decirte aquí estoy para ti. 

Afortunadamente en todos está el poder de elegir, así que elijo vivir en la paz, el amor, la libertad, la responsabilidad, la salud física y mental. Tengo plena conciencia de que yo y sólo yo tengo la llave para lograrlo, todos los días trabajo en ello.  

20 de septiembre de 2016

La cabra siempre tira al monte

Por Fabiola Martínez

El primer año en Kiev conocí a Carlos, un mexicano que llegó a la facultad preparatoria de la universidad Taras Shevchenko, él eligió como carrera relaciones internacionales o derecho internacional, no recuerdo bien. Tampoco recuerdo el momento y lugar exacto de nuestro primer encuentro. Lo que sí tengo claro es que él fue mi único amigo mexicano, la última persona que vi antes de dejar para siempre la URSS.

Carlos prefería visitarme, aunque yo también lo veía en su residencia; su elección era comprensible pues mi hogar, repleto de bellas mujeres, era el paraíso para cualquier varón. Él y yo conversábamos por largas jornadas, incluso hubo ocasiones que pernoctó en el piso de mi habitación y, aún con la luz apagada, continuábamos hablando. Como cuando era niña y mi hermano Gabriel y yo nos reuníamos con mis primos Eduardo y Carlos Velázquez; sólo que en ese entonces los cuatro cantábamos a obscuras "los tres cochinitos", del gran Cri-Cri.

Djamal, de Palestina, fue mi más cercano amigo durante toda la carrera. Con él y con Rashid y Mohamed (de Palestina y Siria) compartimos siempre el gusto por el buen café. Por mucho tiempo, y especialmente en los inviernos, durante los recesos largos íbamos a una cafetería ubicada en la subida hacia las pistas de atletismo. Todos pedíamos турецкий кофе (café turco) con una rebanada de pastel de chocolate.

Los dos palestinos y el sirio paseábamos juntos y con frecuencia íbamos al comedor estudiantil. Conmigo compartieron experiencias y anécdotas sobre usos y costumbres de su país, intercambiaron sus puntos de vista con respecto a las mujeres musulmanas, a sus madres y hermanas. También charlamos sobre las bellezas naturales y culturales de nuestras respectivas patrias.

En una ocasión Mohamed describió con tanto detalle y pasión las zonas patrimoniales de Siria que resolví viajar a su país. Apenas pude expresarle mi gran idea, Mohamed me hizo desistir.

-Para viajar desde la URSS sin una agencia de turismo de por medio, requieres la invitación de un ciudadano sirio.
-¡Eso no es problema!, tú me invitas.
-No puedo, no me quiero arriesgar a que el gobierno comience a vigilarme por invitar a alguien de país capitalista.

Y así de fácil su expresión de alegría se volvió taciturna. Yo insistí, pues no comprendía los alcances de mi solicitud, Djamal me hizo un gesto para dejar el tema, y eso hice, pues los amigos ante todo, mostramos empatía en momentos difíciles.

Mi vida en la residencia se acomodaba cada día mejor, casi todos los días tomába con las chicas té con conservas de fruta, hablábamos de la vida, de nuestros países y, con frecuencia, cuando se reunían las amigas de Natasha abordábamos el muy novedoso y poco conocido tema de la Prestroika y la Glasnost; claro, además hacíamos toda clase de cosas "de chicas", incluso con ellas aprendí a fumar.

A pesar de lo grato que era compartir el mundo femenino, me era difícil dejar los hábitos de toda mi vida, creo que Carlos, Djamal, Rashid y Mohamed me dieron el equilibrio necesario para no extrañar tanto el compartir con varones. Me pasó lo que dicen en mi pueblo, "tiré p´al monte".

Desde que dejé a mis amigos y hasta hoy, no sé nada de ellos, nada. Aunque tuve dirección de Djamal, jamás tuve respuesta a las dos cartas que envié. A Carlos lo busqué por teléfono pero nunca logré contactarlo. Aunque mi relación con Rashid era menos cálida, lo recuerdo con cariño. Mohamed estuvo presente en mi recuerdo porque hasta hace pocos años conservé y usé un shemagh que él me regaló. Pienso en él cada vez que miro las noticias y me pregunto si estará vivo y bien.

Djamal y yo nos tomamos esta fotografía una día que nuestra cafetería no tuvo pasteles y salimos corriendo
a otro sitio a buscar una torta de chocolate. En el centro de Kiev trabajaba un señor sacando fotos que luego enviaba por correo. Djamal tuvo la idea de fotografiarnos, "será un recuerdo especial para cuando ya no nos veamos", y así es hasta el día de hoy. 
La dedicatoria que puso es hermosa, recuerdo que Djamal solía llamarme
"мармолеточка", creo que es una forma cariñosa de llamar a alguien querido. 



13 de septiembre de 2016

El hombre muere de lo que huye

Por Fabiola Martínez

A pesar de todas las emociones y novedades de mi cambio de vida, seguía experimentando vacíos. Algunos los llenaba hablando por teléfono con Martha, otros, visitando asiduamente la residencia del Instituto de Cultura Física, que quedaba muy cerca de mi hogar. Me era grato pasar todo el día conversando con mis amigos nicas, con el adorable y amistoso colombiano Steven y con siempre sonriente Sayonara. 

Sayo no dejaba de sorprenderme por su enorme capacidad de adaptación y sociabilidad, ella ya se movía como pez en el agua, mientras yo, con mi eterna nostalgia, seguía sin encontrar plenamente mi lugar... Cuando regresaba a mi residencia no podía evitar experimentar cierto pesar. 

Uno de esos sábados de visita a la residencia del Instituto de Cultura Física, regresé a mi casa pero antes pensé en  buscar a M. para conversar de cualquier bobada que me devolviera la sonrisa. M. era una de esas clásicas chicas populares de todo el grupo de cubanas, se disputaba el liderazgo con dos o tres chicas nada más, una de ellas, la que más desagradaba a M., competía por las atenciones de Silvio Rodríguez, ambas, con fotos en mano y un par de cartas y postales desmenuzaban a detalle las veladas que pasaron con ese popular cantautor, por lo menos 20 años mayor que ellas.

Y ya que recordé ese duelo de egos por Silvio, me viene a la mente el desagrado que me causaba esta competencia, y no por las chicas, sino por el hombre en disputa, pues yo lo tenía idealizado como un hombre estandarte de nuestros principios y en mi candor creí que las personas con convicciones debían ser coherentes con lo que pregonaban, en lugar de andar de rabo verdes con unas niñas. En fin, tarde aprendí que la vida es como es y no como yo la deseaba. 

En la habitación de M. estaba de visita uno de sus compatriotas, ambos compartían el mismo origen de ser "palavinos" (половина). En ciertos sectores de la población cubana se usaba este adjetivo para referirse a los hijos de cubano con alguna mujer proveniente de los países del bloque socialista. Curiosamente el amigo de M. tenía el sobrenombre de Valeri, porque en su fisonomía prevalecían los rasgos eslavos. 

Valeri empezó a conversar y coquetear conmigo. Me platicó que él era un asiduo visitante de mi residencia, a la que llamaban "el pantano". Valeri me explicó que bautizaron mi hogar con ese nombre porque el varón que entraban en ella ya no salía soltero (para mí sigue siendo graciosa esa comparación)  

Después de una conversación corta todos nos despedimos y fui a mi habitación sin haberme quitado de encima esa nostalgia por mis amigos de Jarkov. Pronto M. llegó como emisaria para decirme que le gusté a Valeri, que volvería a visitarme, y lo hizo. Valeri también me invitó a pasear y a conocer la ciudad, a propósito olvidaba cosas con el fin de tener el pretexto de tocar a mi puerta. 

En poco tiempo me pidió ser su novia y acepté, fue mi única relación de pareja allende los mares. En esos inicios del noviazgo no sopesé que al establecer una relación con visitante frecuente del pantano y de la gozadera de los viajes en barco Cuba-Odesa, me metí en camisa de once varas

Desconozco qué sucede hoy en la educación familiar de mi país en hombres y mujeres, pero en mi experiencia, la educación de mis padres y la de los padres de infinidad de amigas y conocidas estuvo carente de consejas sobre cortejo y sobre la importancia de relacionarse con personas afines en gustos, pasiones y mentalidad; con personas capaces de abrirse al cambio proactivo. 

Tomé mis decisiones y pagué con creces cada céntimo de su factura. Me metí por voluntad propia (y con muy poca conciencia) en una vida y en una sociedad sumergida en un realismo mágico del que aprendí lo inimaginable. Como consecuencia, morí de lo que huí, sí; por suerte, en ese tramo de vida realicé una de mis mejores y más valiosas creaciones. 

Cerré el capítulo por voluntad propia y renací para nunca dejar en manos de nadie mi esencia. La tarea nunca termina, por eso todos los días abono algunos ladrillos para continuar edificando la fortaleza de mi autenticidad. 

30 de agosto de 2016

Mujeres de mi vida... en Kiev

Por Fabiola Martínez

Antes de mi nacimiento mi padre esperaba un varón, pues ya había nacido la niña... la niña de sus ojos. Tres años y medio después nació mi hermano. Como sucede con todos los niños, percibí la inclinación de mi padre por su hijo varón y por su primogénita en su segundo matrimonio, eso sucede con frecuencia entre los padres por razones de sexo, empatía o porque sí.

Creo que desde niña me cuesta trabajo aceptar un no por respuesta, sobre todo en temas que involucran asuntos de justicia, por ello pronto me di cuenta de cómo llamar la atención de mi padre. Fue sencillo, sólo era cuestión de convertirme en la compañera de juego de mi hermano. Honestamente la tarea que me puse a temprana edad resultó fascinante, el mundo de los niños me resultó más sencillo y divertido que el de las niñas, pues además, requería de mí más osadía, mi mero mole, como decimos en México.

Mi hermano, mis dos primos y tres vecinos fueron mis mejores compañeros de juegos de toda mi infancia. Hubo ocasiones en que jugué con mis vecinitas al té y a las muñecas, pero me aburría, así que las cortaba pronto y retomaba mis actividades con los chicos: saltar bardas, explorar el río, mecernos en un árbol, jugar fútbol, béisbol, burro castigado y aprender a montar bicicleta. 

Hace poco tiempo Murad me dijo: "lo que resistes, persiste". Hoy confirmo que tiene razón. Desde finales del verano de 1986 y durante cuatro años estuve metida de pies a cabeza en un instituto predominantemente femenino. Específicamente en mi gran hogar, en mi residencia, tuve la oportunidad de percatarme de cuán fascinante es la convivencia con maravillosas mujeres, allí hice grandes y entrañables amistades y hermandades, ¡y cómo no, si estuve rodeada de mujeres inteligentes, bellas, determinadas y sensibles!

Natasha fue mi amiga, compañera, confidente y testigo de boda en Kiev. De ella tengo presente su enorme disposición a aprender de lo diverso, convivir con los latinoamericanos y a aceptarnos con todo lo que implica pertenecer a otra cultura. Naty, siempre sonriente, feliz y paciente, me ayudó a enfrentar mi dificultad para diferencias la щ, la ш y la ж con una frase que juntas repetíamos frente al espejo. 

Mi relación con Beli avanzó de forma más lenta, pero firme. De ella admiré y admiro su inteligencia, determinación y belleza. También admiraba la destreza con la que, en un pestañeo, maquillaba sus ojos usando sólo sus dedos, también admiraba su capacidad para adecuar su guardarropa para lucir siempre chic, y hasta hoy lo sigue siendo. Como mi madre y abuela decían, genio y figura, hasta la sepultura. Belinda fue mi mejor amiga latina durante su estancia el Kiev, pues con su perseverancia luchó por un gran cambio de vida en una universidad de Lomonosov de Moscú. 

Otra gran mujer con la que compartí de principio a fin de mi estancia es Riita. De ella admiré la sencillez y disposición con la que siempre se condujo, su gusto por lo latinoamericano y trato cariñoso. Gracias a las interminables charlas de fin de semana aprendí mucho sobre la vida cotidiana de un país lejano y poco mencionado como Finlandia. 

Nony y Yoyi son cubanas a las que traté sólo por un ciclo escolar, al igual que a Franki. Después que ellas se fueron nada fue igual, en lo que respecta a las chicas cubanas que llegaban a cursar su año de práctica del ruso. 

Yoyi y Noni tenían un excelente sentido de humor, sus ocurrencias me hacían reír hasta las lágrimas. Particularmente Noni me inició en el arte de bailar salsa, aunque debo admitir que tuve pocos avances ese año, pues no lograba descifrar el tumbao de esa mulatica. Digamos que Yoyi trataba de traducir las lecciones de baile pero, como toda buena mulata, no podía evitar ponerle ¡azúcar! a sus movimientos. 

Aunque mi trato con Franki fue cálido y cordial, no fue tan directo como el que tuve con otras personas. Eso no evitó que la observara con atención a la distancia. A Franki le gustaba cantar y fue de las pocas, quizá la única cubana, que tuvo la integridad para abordar los temas de su país con honestidad y profundo amor; situación que le pudo representar graves problemas. Todavía hoy recuerdo el timbre de su voz.  

Hubo otras grandiosas mujeres de las que mucho aprendí, eran amigas de Natasha, de ellas sólo recuerdo el nombre, Tamara y Ana, pero hubo dos chicas más, cuya foto comparto en esta entrega. La boda de Naty fue la última ocasión en que todas las grandes amigas estuvimos reunidas y cada vez que veía las fotos del recuerdo pensaba que jamás las volvería a ver, pero la vida es lo que ocurre mientras se planea. 

Hoy tengo contacto que la mayoría de ellas, espero pronto tener la oportunidad de reunirme nuevamente en algún lugar de nuestra casa común, el planeta Tierra. Cada día que transcurre es una oportunidad de hacer realidad ese sueño porque sé que "si lo crees lo creas". 

La chica de suéter rojo era muy dulce y noble... Lástima que no recuerdo su nombre. 

23 de agosto de 2016

Otoño en Kiev

Por Fabiola Martínez

En los primeros meses de mi curso inicial estudié, de manera intensa, el idioma ruso, fonética y una asignatura llamada algo así como ruso contemporáneo. Mis compañeros fueron Khema, de Campuchía; Propxan, de Tailandia, Mohamed, de Siria; Rashid y Djamal, de Palestina y una chica de Malí cuyo nombre no recuerdo ahora. 

La foto que ahora comparto nos la tomaron en el instituto para ponerla en un muro de noticias como reconocimiento por las calificaciones obtenidas en grupo por aquella temporada. 


El grupo con los profesores de fonética y ruso contemporáneo. aquí sólo faltó Mohamed. 

Desde el inicio de clases Djamal se mantuvo muy cercano a mí y a las latinoamericanas del nuestro grado. En principio su cercanía estuvo motivada por los estereotipos que escuchó sobre las latinas, sin embargo él se convirtió en uno de mis nuevos mejores amigos. 

Para no perder el hábito de trotar salía todas las tardes buscando los mejores sitios arbolados. Honestamente no tuve que buscar mucho, Kiev era una ciudad verde y por ello, muy cerca de mi residencia había un enorme parque que incluso, si la memoria no me traiciona, tenía un pequeño lago. 

A mí me gustaba recorrer los senderos internos e incluso meterme entre los árboles para disfrutar el efecto visual de los rayos del sol pasando entre las ramas. A finales de septiembre el cambio de tono de las hojas de los árboles nos avisaban que el otoño estaba por llegar, ¡qué maravilla!

A menudo sucede que, cuando olvidamos algo, lo evitamos o simplemente no nos percatamos de los alcances de ciertos sucesos, actuamos como si asuntos de verdadera relevancia no hubiesen ocurrido y así me pasó con el tema de la explosión nuclear de Chernobil. 

Gracias a Dios, antes de que las hojas comenzaran a caer, los maestros del Instituto iniciaron una campaña de prevención. Ellos sabían que a los extranjeros nos gustaba caminar en los parques y disfrutar de la sensación producida al pisar las hojas de los árboles. Este año no debíamos hacerlo. En primer término porque se decía que, ante la cantidad de radiación que llegó a Kiev, las hojas de los árboles podían ser las más contaminadas gracias al proceso de fotosíntesis (yo no sé si esto es realmente así pero esa fue la explicación que yo recuerdo, ya los chicos de ciencias compartirán su punto de vista)

Otro hábito de prevención que debíamos desarrollar consistía en llegar a la habitación y enjuagar las suelas de los zapatos. Yo lo hice todo tal como me lo indicaron pero, hasta cierto punto me negaba a aceptar el tema de las hojas de árbol, cuanta necedad e inconsciencia...

Continué trotando por los senderos del parque todas las tardes y, antes de desobedecer las indicaciones opté por observar lo que la gente hacía allí. En efecto, todos los niños y adultos evitaban el contacto con la tierra y las hojas que comenzaban a caer. 

De un día para otro llegué al parque y el suelo se veía tapizado de hojas en diversos tonos de amarillo y café... De la felicidad pasé al asombro, pues apenas avancé unos pasos vi a varios hombres vestidos, de pies a cabeza, con un traje gris y casco con careta. Ellos estaban recogiendo con un pincho todas y cada una de las hojas del parque, que luego metían a una especie de costales que echaban a un camión. 

Envuelta en mi muy mexicana cultura del sospechosismo dejé de trotar y seguí caminando para averiguar si esa labor se restringía a un área específica. No fue así, en todo el parque se realizaba la misma labor, que se extendió al menos una semana. 

Me he percatado que lo referente a desastres nucleares o ecológicos, las personas solemos olvidar pronto, también solemos distraernos de la magnitud de sus consecuencias una noticia de la vida personal de algún famoso o político sale a la luz. Como el plagio que hizo el ex presidente de Hungría en su tesis o el que hizo Peña Nieto en la suya. 

Creo que quienes dirigen el destino de nuestro planeta conocen esa tendencia nuestra de quitar los ojos de lo relevante y ponerlos en la vida de otros. Pocos se preocupan de la destrucción del Amazonas, de las consecuencias de la explosión nuclear en Japón, de la rapacidad que se hace contra los recursos naturales de África y de México.  

¿No lo creen?, les propongo algo, yo no tengo elementos para saber si el presidente de México o Hungría cometieron plagio, no dudo que quien los acuse sepa de cierto lo que dice, lo relevante son los hechos. Sé de alguien que puede proporcionar hechos que demuestran que cierto ex político y ex empresario no hizo su tesis de licenciatura ni posgrado, seguramente otras personas tendrán pruebas fehacientes de hechos similares, pues en México es costumbre que políticos y gente con dinero cometan esos mismos deslices. 

¿Se comprometerían de principio a fin a promover conmigo la anulación de su cédula profesional con todo lo que implica en términos de proceso y sus consecuencias?, ¿se comprometen a evidenciar a las personas que han cometido fraude en sus procesos universitarios y de titulación?  

Propongo que nos ocupemos de ellos, sí, pero que no perdamos de vista lo relevante, lo vital, lo que verdaderamente nos mata. Estamos perdiendo a nuestro planeta y estamos permitiendo que nos ahoguen en pequeñeces, al final de cuentas, el burro e ignorante así es y así morirá porque puede engañar a todos, pero en no se puede ocultar de su propia verdad.

16 de agosto de 2016

Romper estereotipos


Por Fabiola Martínez

Mi llegada a la residencia número tres significó vivir el rompimiento de importantes paradigmas, aceptar las consecuencias de tales rompimientos no fue sencillo, más bien fueron golpes fuertes al sistema de creencias que había aprendido desde México (y que todavía sigue vigente para la auto nombrada izquierda mexicana)

En 1986, a la residencia tres del Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras llegó un grupo de 72 cubanos porque, año con año, los alumnos y alumnas del ISPLE de La Habana cursaba un año de práctica del idioma ruso en mi instituto. Por las características de la mayoría de las escuelas pedagógicas, la mayoría de los estudiantes llegadas del ISPLE  eran mujeres, situación que daba un toque singular a mi residencia, pues cual si fuera la peregrinación anual a Santiago de Compostela llegaban de cacería los cubanos radicados en el Instituto de Aviación Civil KIIGA y los de la escuela militarizada que todos conocíamos como Училищэ (Uchilishe)

El grupo llegado en 1986 despertó a mi sociólogo interno y me dispuse a conocer de cerca a muchas de aquellas hermosas y cadenciosas mujeres: sus sueños, sus proyectos, su vida, su país... Mis vecinas de bloque N y G fueron excepcionalmente amigables y cariñosas conmigo, su vecina de habitación, la rubia M fue gentil pero ambigua. 

En las interminables charlas con N, G y M me enteré que año con año llegaban al puerto de Odesa al menos dos barcos repletos de estudiantes cubanos, unas quinientas almas por barco. Era un viaje de dos semanas, y quienes viajaban en el Fiodor Shaliapin lo sabían. Mis amigas estaban maravilladas por la aventura de vivir en alta mar... comida y fiesta las 24 horas del día, claro, con la consigna de que todo lo sucedido en el barco, se quedaba en el barco. 


Derechos de autor: andersonrise,
tomado de http://es.123rf.com/photo_17635310_stock-photo.html
Ahora bien, los estudiantes cubanos no llegaban a la URSS sólo en barco, a finales de cada verano Aeroflot y Cubana de Aviación transportaban grandes cantidades de estudiantes en sus vuelos regulares y en los vuelos charter. Prácticamente en todas las ciudades y en todas las escuelas de la URSS había cubanos estudiando. Ese año, en Kiev, había unos quinientos cubanos en el KIIGA, 72 en mi instituto y sabe Dios cuántos en la Universidad y el Politécnico, yo calculo que, en promedio, año con año mi ciudad contaban con unos setecientos estudiantes cubanos. 

Además de la URSS, el resto de los países del bloque socialista solía impartir educación superior a los isleños, con certeza sé de Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria. 

Por educación, dogma, imposición, creencia real o todo junto (y salvo contadas excepciones), los cubanos y cubanas que se reunían en mi instituto alardeaban de las maravillas de su país denostando de aquél que a todos nos estaba dando casa, vestido, sustento y educación superior. Tendían a compararse con el resto de los latinoamericanos enfatizando, sobre todo, nuestra histórica pobreza y hambre. Todas estas circunstancias, en conjunto, llevaron a los cubanos a olvidarse de mi presencia y dejarme ver la manera con la que tendían a vernos por encima del hombro. 

Claro que, en cuanto se percataban de sus dichos, buscaban la manera de hacerme ver que en ese saco no entraba México, porque mi país había dado asilo a su Comandante en Jefe y gracias a ello el Granma pudo llegar a consumar su famosa Revolución, ¡puro cuento y falsedad, ¡neta creyeron que yo me tragué esa historia!, aún cuando mi ingenuidad e ignorancia al respecto era mucha, con un poco de sentido común, comencé a detectar enormes incongruencias en su historia oficial. 

Uno de los cubanos del KIIGA que conocí me habló orgulloso de sus padres, ella una joven de origen eslavo conoció a su futuro marido cuando éste llegó a estudiar a Checoslovaquia allá por 1964, no recuerdo bien. 

Empecé a hacer cuentas someras y me pregunté, ¿en verdad creen que voy a comprarles la idea de que su país, por la magia de su Revolución, tuvo la capacidad de formar a sus cuadros profesionales, políticos y militares? 

En México hay un dicho que reza, ¿quién te hace rico?, el que te mantiene el pico, me di cuenta de la primera "gran mentira revolucionaria":  ni al pueblo de Cuba ni a su gobierno les había costado nada invertir en educación superior para generaciones enteras desde 1963. Lo más irónico de esta historia es que Cuba y los cubanos aprendieron a venderse tan bien que desde el sexenio del ex presidente Felipe Calderón, en los informes de gobierno se hace alarde de importantes inversiones en educación para traer especialistas y pedagogos de la "escuela cubana". ¡y el pueblo mexicano, tan acomodado en su zona de comfort, les compra la idea! 

Con respecto a otro paradigma roto, quiero comentar que en mi corta vida de entonces, en México y en mi familia se hablaba de la doble moral en el tema de las relaciones de pareja, la fidelidad y la monogamia, en ese tema, había sectores de la población que ya señalaban esos hechos como indeseables, es más, yo pensaba que México era uno de los países más machistas del continente. ¡Cuán equivocada estaba!

De las mujeres cubanas que llegaron en 1986, un número significativo de ellas presumía un anillo de compromiso de cinco piedras (algo parecido a una churumbela), según la tradición, los novios solían regalarlo a las novias cuando la relación pretendía convertirse en matrimonio. Al relatar la historia de la entrega del anillo de compromiso, las chicas solían enfatizar que no todas lo recibían, aquellas cuya reputación era de "descarada", no era bien vista por su futura familia política y por tanto tenía poco futuro matrimonial. 

Otras chicas contaban que recibieron el anillo antes de subir al barco para ir a la URSS, entre charla y charla los cubanos del KIIGA y del Uchilishe (principalmente), llegaban a mi residencia a saludar a sus novias, para mi sorpresa muchas de esas novias eran las mismas que minutos antes me habían hablado de su romántico compromiso. 

En cierto momento pensé que ese asunto era privativo de las mujeres, pero casi me voy de espaldas cuando tengo la oportunidad de conversar con los cubanos visitantes, quienes orgullosos decían que en Cuba habían dejado a su novia de la secundaria o del pre universitario, que ellas llevaban años esperándolos, que ellos también habían entregado anillos de compromiso; incluso algunos se jactaban de recibir cartas de sus familiares donde se les mantenía informados del comportamiento decente y pulcro de sus novias...

En mis adentros solía decirme: si van a vivir la vida plena de un joven sano, ¿para qué se comprometen?, esto rebasa por mucho mi idea de doble moral, he vivido equivocada, en el tema de las relaciones de pareja, los cubanos tienen institucionalizada una doble moral muy "a modo". 

Desde que inició mi adolescencia he tenido la firme convicción de que la juventud es tan indómita, invaluable, arrebatada y única que debe vivirse a plenitud porque nunca jamás volveremos a sentir ese ímpetu de vida. Cuando relato lo sucedido con los cubanos, no pretendo juzgar ni reprimir el desarrollo de su sexualidad, simplemente reflexiono sobre asuntos que como personas y sociedad no conviene permitir ni fomentar: la doble moral institucionalizada y asistida por familias enteras. 

En cuanto al tema de la educación superior mexicana y de la concepción, implementación y desarrollo de nuestro mapa curricular en educación básica, mi relato pretende ser un modesto llamado para no dejarnos deslumbrar por "cristales baratos", porque los valiosos están en Estados Unidos, Europa y Canadá. En México tenemos una firme y centenaria tradición de destacados educadores, contamos con reconocidas instituciones y académicos que pueden hacer valiosas aportaciones a nuestro sistema educativo hoy en franca reestructura. Sólo hace falta creer en nosotros mismos y valorarnos como país. 

 ...¡Ah, si yo fuera joven como tú! ¡Qué placer lanzarse de cabeza a lo que viniere! ¡Al trabajo, al vino, al amor, sin temer a Dios ni al diablo! ¡Eso es juventud!...
                                  En Alexis el griego, de Nikos Kazantzakis

2 de agosto de 2016

¡Hecha en México!

Por Fabiola Martínez

No recuerdo cómo fue mi primer contacto con los estudiantes mexicanos de la Universidad Taras Shevchenko. Quizá fue a través de un compañero llamado Antonio, chaparrito, con bigote, referencia que de poco sirve porque son rasgos comunes a muchos mexicanos... En fin, la única persona mexicana que me contactó me dijo que en Kiev había alrededor de treinta mexicanos y que yo era la primera mujer mexicana que llegaba a la ciudad, después de muchos años. Tal vez en este punto mis amigos del grupo Kiev puedan ayudar. 

Lo que sí puedo asegurar es que fui la primera mexicana en estudiar en el Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras de Kiev. La certeza viene de mi charla con el Decano y el Vice Rector del Instituto, quienes me lo comentaron cuando conversaron conmigo el primer día que acudí a la escuela. ¡Qué honor y responsabilidad!


Mi instituto era un edificio pequeño (pero no mucho), comparado con el corpus de la Universidad de Jarkov, su planta arquitectónica constaba de tres partes, en la central ubico la rectoría y algunos salones de clases de cursos superiores, en la parte derecha mi Facultad y en la izquierda la de los soviéticos. Creo que gran parte del edificio estaba alfombrado. 


Gracias a las herramientas de la tecnología satelital pude ubicar el plantel, pero no tengo la certeza de que el nombre de las calles sea el mismo. Sé que sigue siendo un centro de estudios de lenguas extranjeras y que se localiza sobre la calle Ivan Feodorov, casi esquina con Velikaya Vasylkivskaya, a dos calles del Instituto de Cultura Física y del antiguo estadio del Dínamo de Kiev. Esa referencia me hizo muy feliz porque me hacía sentir cerca de mis amigos de la podfak. 




En esa visita me enteré que, por las características de la carrera que elegí, no estudiaría las asignaturas generales con los soviéticos, como solía suceder en la universidad o el politécnico. Todos los grupos eran reducidos, no excedían los diez integrantes. Además debía escoger otro idioma como segunda lengua. 

En un afán de querer ser realista y práctica elegí inglés, de hecho era la opción que más se solicitó, por ello se formaron dos grupos. También se impartía alemán y francés. La ubicación de mi centro de estudios no podía ser mejor, a pocas paradas de autobús se llegaba al hermoso centro de la ciudad y a otros muchos lugares históricos y turísticos. 


La mente es compleja y la memoria un enigma, al menos para mí. En mi nueva residencia inicié otra etapa importante de mi vida y no puedo recordar el nombre de las calles donde se ubicaba. Lo mismo sucede con mi instituto. Lo que sí tengo muy presentes son las sensaciones que cada lugar me provocaba, también son muy claras las imágenes de cada lugar, cada persona, cada hecho. 


Antes de iniciar los relatos de mi blog, me percaté que en mis sueños era recurrente mi necesidad de regresar a Kiev. Sueño que debo iniciar la maestría y que escojo nuevamente al Instituto de Lenguas Extranjeras. Supuse que al realizar este ejercicio de memoria histórica personal esos sueños cesarían pero no es así, quizá sólo ha disminuido su frecuencia. 


Creo que actué como todos los jóvenes, pensé que el tiempo no correría, pensé que la juventud es eterna, supuse que siempre habrá tiempo para 
realizar lo que postergué. En este sentido, la mente y la memoria se convirtieron en la mejor herramienta para mantener un estado mental de juventud, para orientar mis vivencias hacia mejores derroteros, donde es evidente, tangible y palpable los aspectos positivos de mi vida.

Han sido y serán también, herramienta para salir airosa de los embates de la vida y para ser congruente con mi esencia. En esta ocasión deseo incluir un saludo y agradecimiento a todos los comentarios derivados de mi entrega anterior, a quienes me actualizaron del destino de personas con las que compartí mi vida en Kiev y con quienes compartí el destino de una nación hoy inexistente. 


... ¡Y las demás! En tantos climas, 
en tantas tierras siempre son, 
si no pretextos de mis rimas 
fantasmas de mi corazón...

Gracias a Tony Lilón por compartir en el grupo estas fotografías de mi Instituto.
Escalera principal que llevaba a la rectoría. 

Vista interior de la entrada principal, Al fondo se observa la puerta del comedor.
Vista exterior de la entrada principal. Nuevamente gracias Tony. 

26 de julio de 2016

Kiev, la ciudad para vivir

Por Fabiola Martínez

Durante mi estancia en Ucrania escuché decir que "Leningrado era la ciudad museo, Moscú la capital y Kiev era el lugar para vivir". Dentro del taxi y al recorrer el trayecto de la estación a mi nuevo hogar, me percaté del hermoso lugar que había escogido para vivir. 

Nunca en mi vida había visto una ciudad tan verde, tan llena de parques arbolados, jardines, amplias aceras y avenidas. Mientras miraba por la ventana supe que en esa famosa frase había mucho de cierto. La forma en que estaba trazada la ciudad, la distribución de sus edificios y todo lo que veía en ella hizo que me sintiera arropada. 

Mi residencia se ubicaba en un sitio elevado, alejado de otras residencias estudiantiles y centros de estudios. El edificio parecía nuevo, tenía nueve pisos y dos plantas arquitectónicas en forma de H unidas por un largo pasillo. Todo lo que veía me parecía fabuloso. 

La logística para albergar a los estudiantes seguía sorprendiéndome. En la residencia ya me esperaba el encargado o admnistrador, quien ya tenía asignada mi habitación en el octavo piso. La residencia tenía elevador, en cada bloque había ocho habitaciones y al centro se encontraba la cocina con dos estufas eléctricas. En la parte central también había dos sanitarios, dos duchas y varios lavamanos para aseo personal y para lavar la ropa. 

Las buenas sorpresas continuaban, mi habitación. que estaba en una de las cuatro esquinas, era grande (comparada con la que tuve en Jarkov) y sólo debía compartirla con dos personas más. Pronto a mis compañeras de habitación; Belinda, del Perú y Natalia, de Ucrania; en poco tiempo ellas se convirtieron en las personas más entrañables de mi vida. 

Natasha era prácticamente una niña y había entrado a primer año de la carrera, eligió estudiar español y, por tal motivo solicitó compartir habitación con dos hispanas. De ella tengo muy presente su sonrisa franca y sus ojos vivos, felices y atentos a todo lo que ocurría a su alrededor. 

La primera vez que vi a Belinda me llamó la atención su rostro bello y sereno; una serenidad que a veces yo podía confundir con seriedad o con nostalgia. Beli se las arreglaba para verse siempre chic, tenía y sigue teniendo mucho estilo.  

Luego de presentarnos, cada una eligió el lugar para colocar su cama, los mejores lugares siempre fueron los que estaban junto a la ventana, pegados a la pared. Gracias a la condescendencia de Natasha, Belinda y yo tomamos esos sitios, mientras que Naty acomodó su cama usando el ropero común como pared. 

Como parte del tour por la residencia, atravesé el pasillo para ir al sótano a recoger mi juego de sábanas y colchoneta, cerca del lugar de la ropa de cama estaba la cámara de seguridad y las duchas comunes. 


En ese recorrido turístico me di cuenta de que en mi nuevo hogar había un grupo muy singular de estudiantes, conformado por las cubanas y cubanos que año con año llegaban a Kiev para cursar su ciclo de práctica de idioma ruso en el Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras. En 1986, año de mi llegada a Kiev, también llegaron 72 cubanos, de ellos, creo que tres o cuatro eran varones y el resto mujeres. 

A pesar de todas las buenas nuevas que estaba viviendo, no me era posible superar el sentimiento de orfandad luego de separarme de los nicas, de Sayonara y del colombiano Steven. Un poco por lo anterior y otro poco por mi esencia fuertemente emotiva, al principio me sentí fuera de lugar entre mis nuevas compañeras de habitación. 

Nidia, la tica que conocí en la estación de trenes, pronto llegó a visitarme acompañada de un amigo y compañero de Marruecos. Adil era un estudiante de español que buscaba practicar el idioma y, de paso, hacer evidente su galantería invitándome a dar un paseo por el Hidropark (Гидроиарк), un lugar de esparcimiento veraniego de mi nueva ciudad. 

Si bien me había acostumbrado a los cortejos directos de los latinoamericanos, el comportamiento de Adil, además de ser directo era un invasivo, tanto que hizo que mis instintos se pusieran en alerta. Al principio pensé que estar exagerando, me decía que quizá la incomodidad se debía a la gran diferencia cultural entre un marroquí y una mexicana. Sin embargo, pronto comprobé que el instinto pocas veces se equivoca. 

El primer foco rojo se encendió luego salir por segunda ocasión con Adil, cuando él me platicaba sus planes de llevarme a Estambul, como idea podía sonar bien, pero en algún momento sentí que él se estaba tomando atribuciones que no correspondían con las de un pretendiente. Los siguientes focos se encendieron cuando del cortejo pasó a un comportamiento casi acosador. Adil llegó incluso a dejar en mi habitación un par de cartas con reclamos por negarme a salir con él o por ir a pasear con otros muchachos. 

Celebro con gusto haberme alejado a tiempo de una posible relación tóxica ya fuera amistosa, de compañeros o novios; y lo hago porque porque nunca me enseñaron a decir de manera contundente no a algún pretendiente o amigo como Adil. Para colmo, en mi época no se reconocía abiertamente el acoso o la violencia psicológica en las relaciones amistosas o de noviazgo. 

Hasta hoy en México las personas tienden a no poner límites a una posible relación tóxica por miedo a quedar mal con los demás. Se puede decir que somos una sociedad de "queda bien", a la que le preocupa más no herir los sentimientos ajenos que establecer límites para la adecuada convivencia. 

Este asunto de falta de conciencia y educación en el hogar y en la sociedad ha favorecido el incremento alarmante de violencia de género, feminicidios y comercio sexual de mujeres y niños. 

Hoy ya se habla sobre la violencia en el noviazgo, del significado de la amistad y el compañerismo pero no es suficiente. Pienso que no basta con enseñar a nuestros hijos e hijas a evitar relaciones tóxicas de amistad o noviazgo, es fundamental dejar de mirar hacia otra parte cuando en nuestra familia y comunidad se identifican actos con los que se acosa a parejas o a menores de edad. También es necesario que aceptemos el hecho de que los abusos a menores ocurren, en la mayoría de casos, dentro de casa y son perpetrados por miembros cercanos a nuestra familia. 

A la distancia y con madurez a cuestas, creo que Adil no era una mala persona, más bien era un chico educado en una cultura ajena a la mía donde lo "normal", quizás, era desenvolverse con las mujeres como lo hizo conmigo. Ambos, sin saberlo o sin ser totalmente conscientes, nos estábamos poniendo en riesgo al no contemplar el hecho de provenir de contextos culturales diversos. 

En este punto me viene a la mente esa vertiginosa tendencia y riesgo en que las redes sociales pone a nuestros jóvenes, quienes se conocen y organizan planes de vida en pareja desde una realidad virtual. Ante este inevitable hecho resulta necesario proponer plantearnos el reto de aprender sobre diversidad cultural y el papel de los valores universales, además, claro, de educar en el cuidado personal y la dignidad humana. 

Fabiola y Adil de paseo por el Hidropark, verano de 1986.