29 de agosto de 2017

El hombre propone, Dios dispone, viene el diablo y lo descompone

Por Fabiola Martínez

A finales de 1988 y a lo largo del 89 vi y me enteré de situaciones o comportamientos que me causaban tristeza y me llevaban a cuestionarme aspectos fundamentales de la vida, ¿qué quiero?, ¿cómo lo quiero?, ¿cómo me visualizo a futuro?... ¿Realmente tengo futuro?, ¿qué pasará con mi vida?

Todo comenzó un lunes de invierno de 1988,  cuando mi compañera Khema y otras chicas que vivían en la residencia 1 de nuestro instituto, llegaron a clase casi en estado de shock. Platicaron que al salir rumbo al instituto, algunos compañeros se dieron cuenta que un cuerpo estaba tirado en la nieve, muy cerca de la entrada. 

Se trataba de un alumno soviético de primero o segundo grado, lo reconocieron sus compañeros y justo en el lugar, comenzaron a preguntarse qué habría pasado, pues la tarde anterior lo notaron extraño, pasó a saludar e incluso se despidió de algunos de sus más cercanos. 

Con excepción de una amiga de mi madre que tuvo cáncer terminal, hasta entonces, nunca había vivido tan de cerca un suceso tal. Ese lunes fue, sin duda, un día triste, ¿por qué alguien tan joven y lleno de vida tomó esa decisión?, nos preguntábamos todos. 
Yo no imagina que ese lunes marcaría el inicio de una serie de acontecimientos escalofriantes para mí. 

Pasó poco tiempo cuando nos enteramos que la secretaria del Decano del instituto se ahorcó en la oficina principal: ¿Qué está pasando?, me preguntaba sin hallar ni respuesta, ni sosiego.

Los casos que narro fueron tema de conversación por largo tiempo, se decía que, cuando una persona va a suicidarse, suele despedirse de todos, a mí me costaba trabajo comprender... En ese tiempo, poco sabía del proceso que antecede a un hecho tan lamentable. 

Mi radar se afiló respecto a lo que sucedía, fue entonces cuando me percaté que mi compañero de Malí caminaba como "alma en pena" todas las tardes. Al principio empezó a pedirme libros en español porque se buscó una tarea autodidacta para aprender idiomas. Creo que no le funcionó porque comenzó a descuidar su apariencia y aseo. Empezó a faltar a clases. 

En el grupo nos preguntábamos qué le pasaba, todos llegamos a la "sabia conclusión" de que tenía mal de patria. Sin embargo ninguno de nosotros nos interesamos más allá en preguntarle por su estado anímico, todos estábamos "muy ocupados" viviendo nuestra vida. 

Antes del verano o a principios de la primavera de mi tercer año de estudios comencé a faltar a la primera clase o a llegar tarde, pero no era la única. Para ejercer presión, el vice decano se colocaba muy cerca de la puerta de entrada y apuntaba los nombres de quienes llegábamos "rayando" o de quienes llegábamos tarde. 

Busqué mil maneras de vencer la pereza del frío para llegar puntual, porque si acumulaba tres retardos comenzaban a descontar mi estipendio, y yo vivía de él. Un día corrí lo más que pude desde la parada del autobús hasta la entrada del edificio escolar, ¡por fin llegaría sin retraso!, para mi mala suerte, ese día el paso se encontraba obstruido por el cuerpo de un hombre que murió por un infarto. Alguien tapó su cuerpo mientras llegaba el forense. 

Ante tal escenario vi de lejos al decano y me hizo señas de seguir o de lo contrario pondría mi nombre en la lista negra. Dudé por unos segundos, no sabía qué hacer pues en esa escena la vida me puso, por primera vez, de cara a la muerte... Junté fuerza y valor para rodear el cuerpo y avanzar...

La experiencia recién vivida me hizo pensar que ya nada podía ponerse peor. Pero como dice un dicho mexicano: "el hombre propone, Dios dispone, viene el diablo y lo descompone". Pronto el instituto entero sería testigo de otra tragedia. 

Otra mañana de 1989, mientras luchaba contra el sueño y la labor de los tres despertadores que ponía en mi cuarto, no pude levantarme para llegar a tiempo a la primera hora. Corrí y corrí, pero poco pude hacer. Mientras caminaba de la parada al instituto refunfuñaba por mi falta y exagerada auto complacencia, <¡Fabiola, ¿cuántos retardos más tendrás este mes?>

Antes de entrar al edificio vi una especie de ambulancia color gris y estudiantes perturbados en el lobby, pero seguí mi camino. 
-¡Tienes suerte de llegar tarde! -me dijeron todos al mismo tiempo. 
-¿Por qué?, -pregunté titubeante. 
-¿No te enteraste?, ¿no viste lo que pasó en la entrada?
-No, sólo vi un vehículo gris.
-Una mujer se suicidó justo a la hora de entrada- dijo Khema. 
-¿Era estudiante?, -fue lo único que se me ocurrió preguntar. 
-No, -respondió Murad, no era del instituto, me lo dijo la recepcionista.
-¿Y cómo lo sabe?, somos cientos de alumnos. 
-Lo sabe porque la detuvo al no reconocerla, cuando le pidieron su credencial dijo que iba a buscar a un familiar, que era un asunto urgente y que debía subir al piso tal...
-Murad, ¿y tú cómo sabes tanto?
-Porque casi le cae encima, -respondió Khema.
-¿Cómo?, ¿qué dices?
-Sólo sé que cuando caminaba ya para entrar, algo cayó detrás de mí, y fue ella. Yo ya no miré atrás, me detuve en la recepción y allí permanecí un rato, de hecho creo que todos perdimos la primera clase. 

Creo que por salud o negación de la realidad, todos optamos por  no volver a hablar de ese caso. Sin embargo creo que a todos nos afectó profundamente, ¿por qué tantos?, ¿por qué ahora? 

La vida siguió, mi compañero de Malí se deterioraba cada día más. Lucía como una persona que vive en la calle. Yo no comprendía por qué los encargados de los extranjeros del instituto no lo habían devuelto a su casa, que era lo usual en esos casos, lo que sí supe es que lo tuvieron un tiempo en el hospital. 

El verano de 1989, mi compañero puso fin a su vida tirándose del noveno piso de mi residencia, por fortuna yo no estaba en la ciudad cuando esto pasó. El día que me enteré me sentí miserable, nunca le pregunté por su salud, nunca le di alguna palabra de aliento, hoy sólo recuerdo su rostro, el tono de voz y su figura, pero no su nombre. Aunque sé que no soy responsable, todavía tengo cargo de conciencia por actuar con indiferencia ante las personas con las que compartía el aula. 

Sé que la depresión es frecuente en los climas fríos, pero también supe que en Cuba era muy alto el porcentaje de suicidios, lo cual me llevó a pensar que el clima influía pero no determinaba. Hoy, en la madurez de la edad adulta, creo que lo que viví fue un reflejo de la suma de factores provocados por una vida llena de represión, una oleada de verdades para las que nadie estaba preparado, pero sobre todo, por un futuro incierto sin la certeza o la posibilidad de asirse a una verdadera patria. 

            (...) No me siento extranjero en ningún lugar 
            donde haya lumbre y vino tengo mi hogar, 
            y para no olvidarme de lo que fui
            mi patria y mi guitarra la llevo en mí, 
            una es fuerte y es fiel, 
            la otra un papel (...)