Por Fabiola Martínez
A pesar de que cada segundo de cada día representa oportunidades para aprender a vivir con plenitud y a partir de la conciencia de pertenecer al género humano, la educación del hogar y de la sociedad presta poca o nula atención para que las personas desarrollemos habilidades para lograr ese cometido.Muestra de lo anterior es lo que a continuación contaré.
Poco después de la boda de Natalia, comencé a notar que, por las noches, del refrigerador de mi cocina comenzaban a salir cucarachas. Conseguí un insecticida y, sin importar mi proceso de gestación, arremetí contra tan desagradables insectos. Al poco tiempo los bichos regresaron con más fuerza.
Moví muebles e hice limpieza para combatir toda fuente cucarachil, pero mis esfuerzos fueron vanos. Enojada, presté una atención obsesiva a las actividades cercanas a mi habitación. Pronto me percaté de que la habitación de las vietnamitas era el origen de la plaga, lo cual me llevó a observar su forma de vida: acumulación de pilas y pilas de objetos y hacinamiento de, al menos, ocho personas.
Mi descubrimiento, a su vez, se convirtió en la fuente de antipatía hacia los vietnamitas en general, no hacia mis vecinas, sino a todo un pueblo. Confieso aquí que, independientemente del grado académico que yo había adquirido y de vivir en carne propia los estragos del racismo, en un parpadeo me convertí en ese tipo de personas.
Cada vez que comentaba con mis amistades la 'desgracia' que vivía, recuerdo haber justificado mi proceder e insultos resaltando los defectos que, desde mi perspectiva, tenían ellas y su pueblo. Para mi desgracia, la plaga se extendió tanto, que por las noches los bichos caminaban por mi cara, obligándome a dormir todos los días con la luz encendida y a dejar mi habitación periódicamente para llenarla de insecticida.
Quiero enfatizar que dije, 'para mi desgracia', porque me dejé llevar por esa situación y fui desarrollando un sentimiento de rechazo que alcanzó niveles vergonzosos que no necesariamente expresé, pero que sí sentí. ¡Es tan sutil la línea que nos hace pasar hacia al racismo o la enajenación!
A 30 años de lo sucedido, veo que la conducta humana no se modifica, lo que quizás sí hay es una disposición para que las personas, al menos, intentemos ser políticamente correctas, albergo la esperanza de que logremos avanzar y nos vayamos comportando motivados por el espíritu de los derechos humanos y por tomar conciencia del 'otro', ese ser distinto y al mismo tiempo semejante.
Para fortuna mía, pude tomar la oportunidad que me dio la vida para reconsiderar, con honestidad, mi relación con el pueblo de Vietnam. No sin esfuerzo, actitud de apertura y la conciencia de que se trata de una labor cotidiana y perfectible.
¿Hay más confesiones por hacer?... Lamentablemente sí. Confieso que últimamente he experimentado desesperanza ante la ola de descalificaciones y polarización que vive mi país, que es promovida ni más ni menos que por el jefe del Poder Ejecutivo.
Lucho para comprender y respetar la cerrazón mental de quienes dejaron a un lado el pensamiento crítico y el análisis para respaldar, a ojos cerrados, lo que el presidente dice, confieso también sentirme desencantada de mucha gente a la que consideré modelos de ciudadanos y representantes del gremio educativo y cultural.
¿Les falta inteligencia? No lo creo, considero que en este punto, quizás, la motivación que guía los actos de esas personas es cargar la etiqueta de liderazgo moral, que a más de uno nos ha limitado la capacidad de reconocer los errores cometidos, ya que nos comemos el cuento de ser 'adultos instruidos y llenos de razón y sabiduría', es así como se deja de "revisar al poder para aplaudirlo".