14 de julio de 2015

“La única patria que tiene el hombre es su infancia” * (Parte 1)

[*Frase de Rainer María Rilke]

A todas las niñas y niños de mi vida

Hace pocos meses, las inevitables “vueltas de tuerca” de la vida, me llevaron a sentir la imperiosa necesidad de saber en qué momento dejé de creer en mí y de reconocerme valiente, digna, decidida, poderosa y audaz.

Esta fotografía es testimonio de una vivencia sin parangón: El día que conocí el mar. Poco importaban los motivos que incitaron a mi padre a realizar este viaje con nosotros, nada hay mejor en la vida, que la capacidad de asombro de mi niñez...

[...] Crucé por la niñez imitando a mi hermano. Descerrajando el viento y apedreando al sol [...]

¿Qué relación guardan mi niñez y mis vivencias en la URSS? En uno de aquellos momentos llenos de incertidumbre, Martha y yo llegamos a la residencia estudiantil, dejamos nuestras libretas y salimos a caminar para mitigar nuestras tristezas. De hecho ya habíamos elegido el lugar ideal, un enorme parque boscoso cercano al que se podía entrar desde la Avenida Lenin y la calle Otakara Yarosha.

Apenas comenzamos a caminar bosque adentro, la naturaleza obró maravillas; llenas de asombro Martha y yo nos deteníamos a observar los árboles, sus hojas, los rayos del sol que se colaban entre las ramas… Absortas en nuestros descubrimientos, no nos dimos cuenta que cuatro niños nos observaban. Tal vez por ser extranjeras o quizá por habernos permitido dejar de actuar como adultas jóvenes, los niños se nos acercaron, nos tomaron de la mano y nos empezaron a enseñar la belleza de la forma que tenían las hojas que recogían del piso.

Con una paciencia que todavía me conmueve, recuerdo cómo esos niños también nos enseñaban nuevas palabras y se aseguraban de que comprendíamos lo que nos compartían: los nombres de los picos de las hojas, la tierra, los árboles… De pronto éramos seis amigos caminando entre la naturaleza, observando y disfrutando todo lo que había alrededor, nos sentimos tan compenetrados que incluso nos enseñaron su lugar preferido del parque, un secreto que todo niño guarda celosamente ante un adulto.

Aun cuando mis avances con el ruso ya me permitían comunicación elemental, la inocencia y la inexistencia de prejuicios en los niños, propiciaron en mí la confianza suficiente para soltar mis miedos y buscar el apoyo de otras formas de comunicación, de tal manera que, de pronto, se convirtieron en mis “amiguitos” del parque, a quienes al calor de la emoción que surge por conocer a un buen amigo, los invitamos a nuestro lugar de residencia.

Google Earth me permitió encontrar al parque que menciono en mi narración.
Juntos caminamos a nuestra residencia de la calle Otakara Yarosha, apenas llegamos, Martha y yo comenzamos a mostrarles nuestro “hogar” con entusiasmo. Los ojos de los niños se transformaban a cada paso ante tantas personas de diferentes países, apenas abrimos la puerta de nuestra habitación, Lila y Natasha saltaron de la silla, con una cara transformada por el enojo, regañaron a los pequeños diciéndoles que no debían estar allí, que no debían hablar con extraños, luego se aseguraron de que se marcharan a su casa.

Lejos de comprender la insolencia que Martha y yo cometimos, nos enfadamos por la reacción de nuestras compañeras soviéticas calificándolas de paranoicas, que quienes veníamos de países capitalistas ni éramos malos, ni estábamos con la CIA.

Lo cierto es que Lila y Natasha hicieron lo correcto y protegieron a cuatro inocentes no sólo de vivenciar el choque cultural de mi residencia estudiantil, también los protegieron de todo riesgo que implicaba entrar a un edificio lleno hombres y mujeres, seres humanos diversos con prácticas sexuales que podrían poner en riesgo la integridad de esos niños.  

Nunca más volvimos a ver a nuestros “amigos del parque” a pesar de que regresamos al lugar en dos ocasiones seguidas. Hoy que tengo conciencia de los hechos, sólo puedo decir que llevo a esos niños en mi corazón y que los recuerdo como parte de las pocas personas me han tomado de la mano dándome seguridad, con desinterés y franqueza, para compartir los detalles de la vida. Esos niños contribuyeron a superar mis nostalgias y preocupaciones; por ello forman parte de los recuerdos que han logrado acercarme a la esencia de mi “ser”.

Luego de realizar innumerables actividades de reflexión e introspección positiva y con la ayuda que me otorga la escritura de este blog, me fue posible hacer la primera pregunta correcta: ¿en qué momento perdí a la verdadera Fabiola? La que nunca dejó de intentar, repetidamente, lo que parecía imposible, aquella Fabiola con capacidad de asombro, la que controlaba a una pandilla de cinco niños, la que los conducía a hacer expediciones al río, la que se arañó el torso por no soltarse de un árbol de tejocote, la que se atrevía a brincar las bardas para ir por la pelota “volada”, la que jugaba fútbol con vestido (y short, pues primero muerta que sencilla), la que se enojaba con su primo por ser tan llorón, la que, siendo pequeña y menuda lograba sacar lo mejor de la piñata de Navidad a pesar de enfrentarse al enorme tamaño de su prima…

La segunda pregunta correcta es, ¿qué parte de la vida de Fabiola niña requiero soltar y cuál retener?, sin duda, aquella parte dulce, valiente y audaz que alguna vez tuve y que debí proteger con una gruesa coraza ante el dolor de mis circunstancias de vida, como creo que sucede con la mayoría de los niños.

También reconozco que, durante un tiempo, “esa Fabiola” se difuminó porque no tuvo los recursos emocionales necesarios para sobrellevar el pasar inadvertida por su padre, por las consecuencias de las adicciones familiares, de la violencia verbal y física de su hermano mayor; situaciones muy comunes en la vida cotidiana de las familias mexicanas. 

Los niños son fuertes porque sobreviven a innumerables embates de la vida, unos se quedan con más heridas que otros, pero al final de cuentas su vida continúa. Quizá de este reconocimiento nació mi marcado interés por aportar un granito de arena para crear conciencia sobre los embarazos no planeados, la responsabilidad de traer nuevas vidas al mundo y, sobre todo, por resaltar la importancia de vivir a plenitud y responsabilidad, cada una de las etapas de la vida. Pues así como fuimos niños, en un pestañeo o en menos de un instante, nos convertimos en padres y comenzamos a definir el rumbo de otras vidas que dependen de nosotros, con toda la responsabilidad que ello implica, ya sea por estar presentes o ausentes.

Cuando comencé a escribí con mi coautor el primer libro de Formación Cívica y Ética, allá por 1998, hicimos un gran trabajo por arriesgarnos a abordar temas relacionados con la sexualidad humana y el desarrollo adolescente, que no estaban contemplados en el programa del nivel secundaria, creo que sólo Susan Pick hizo una propuesta en un tenor similar. 


La razón inconsciente que subyacía en esa decisión, obedeció a la urgencia de dar herramientas a los jóvenes para vivir ese proceso de vida a plenitud. El trabajo de mejora personal no termina, continúo haciendo lo necesario para sacar la mejor versión de esa Fabiola de la infancia, no ha sido sencillo pero me alegra tener logros.