[*Frase de Rainer María Rilke]
A todas las niñas y niños de mi vida
A todas las niñas y niños de mi vida
Hace pocos meses, las inevitables “vueltas
de tuerca” de la vida, me llevaron a sentir la imperiosa necesidad de saber en
qué momento dejé de creer en mí y de reconocerme valiente, digna, decidida,
poderosa y audaz.
Esta fotografía es testimonio de una vivencia sin parangón: El día que conocí el mar. Poco importaban los motivos que incitaron a mi padre a realizar este viaje con nosotros, nada hay mejor en la vida, que la capacidad de asombro de mi niñez...
Esta fotografía es testimonio de una vivencia sin parangón: El día que conocí el mar. Poco importaban los motivos que incitaron a mi padre a realizar este viaje con nosotros, nada hay mejor en la vida, que la capacidad de asombro de mi niñez...
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[...] Crucé por la niñez imitando a mi hermano. Descerrajando el viento y apedreando al sol [...] |
¿Qué relación guardan mi niñez y mis vivencias en la URSS? En uno de aquellos momentos llenos de incertidumbre, Martha y yo llegamos a la residencia estudiantil, dejamos nuestras libretas y salimos a caminar para mitigar nuestras tristezas. De hecho ya habíamos elegido el lugar ideal, un enorme parque boscoso cercano al que se podía entrar desde la Avenida Lenin y la calle Otakara Yarosha.
Apenas comenzamos a caminar bosque adentro, la naturaleza obró maravillas; llenas de asombro Martha y yo nos deteníamos a observar los árboles, sus hojas, los rayos del sol que se colaban entre las ramas… Absortas en nuestros descubrimientos, no nos dimos cuenta que cuatro niños nos observaban. Tal vez por ser extranjeras o quizá por habernos permitido dejar de actuar como adultas jóvenes, los niños se nos acercaron, nos tomaron de la mano y nos empezaron a enseñar la belleza de la forma que tenían las hojas que recogían del piso.
Apenas comenzamos a caminar bosque adentro, la naturaleza obró maravillas; llenas de asombro Martha y yo nos deteníamos a observar los árboles, sus hojas, los rayos del sol que se colaban entre las ramas… Absortas en nuestros descubrimientos, no nos dimos cuenta que cuatro niños nos observaban. Tal vez por ser extranjeras o quizá por habernos permitido dejar de actuar como adultas jóvenes, los niños se nos acercaron, nos tomaron de la mano y nos empezaron a enseñar la belleza de la forma que tenían las hojas que recogían del piso.
Con una paciencia que todavía me
conmueve, recuerdo cómo esos niños también nos enseñaban nuevas palabras y se
aseguraban de que comprendíamos lo que nos compartían: los nombres de los picos
de las hojas, la tierra, los árboles… De pronto éramos seis amigos caminando
entre la naturaleza, observando y disfrutando todo lo que había alrededor, nos
sentimos tan compenetrados que incluso nos enseñaron su lugar preferido del
parque, un secreto que todo niño guarda celosamente ante un adulto.
Aun cuando mis avances con el ruso
ya me permitían comunicación elemental, la inocencia y la inexistencia de
prejuicios en los niños, propiciaron en mí la confianza suficiente para soltar
mis miedos y buscar el apoyo de otras formas de comunicación, de tal manera que,
de pronto, se convirtieron en mis “amiguitos” del parque, a quienes al calor de
la emoción que surge por conocer a un buen amigo, los invitamos a nuestro lugar
de residencia.
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Google Earth me permitió encontrar al parque que menciono en mi narración. |
Lejos de comprender la insolencia
que Martha y yo cometimos, nos enfadamos por la reacción de nuestras compañeras
soviéticas calificándolas de paranoicas, que quienes veníamos de países
capitalistas ni éramos malos, ni estábamos con la CIA.
Lo cierto es que Lila y Natasha
hicieron lo correcto y protegieron a cuatro inocentes no sólo de vivenciar el choque
cultural de mi residencia estudiantil, también los protegieron de todo riesgo
que implicaba entrar a un edificio lleno hombres y mujeres, seres humanos
diversos con prácticas sexuales que podrían poner en riesgo la integridad de esos
niños.
Nunca más volvimos a ver a nuestros
“amigos del parque” a pesar de que regresamos al lugar en dos ocasiones
seguidas. Hoy que tengo conciencia de los hechos, sólo puedo decir que llevo a
esos niños en mi corazón y que los recuerdo como parte de las pocas personas me
han tomado de la mano dándome seguridad, con desinterés y franqueza, para
compartir los detalles de la vida. Esos niños contribuyeron a superar mis
nostalgias y preocupaciones; por ello forman parte de los recuerdos que han
logrado acercarme a la esencia de mi “ser”.
Luego de realizar innumerables
actividades de reflexión e introspección positiva y con la ayuda que me otorga la
escritura de este blog, me fue posible hacer la primera pregunta correcta: ¿en
qué momento perdí a la verdadera Fabiola? La que nunca dejó de intentar,
repetidamente, lo que parecía imposible, aquella Fabiola con capacidad de
asombro, la que controlaba a una pandilla de cinco niños, la que los conducía a
hacer expediciones al río, la que se arañó el torso por no soltarse de un árbol
de tejocote, la que se atrevía a brincar las bardas para ir por la pelota “volada”,
la que jugaba fútbol con vestido (y short, pues primero muerta que sencilla),
la que se enojaba con su primo por ser tan llorón, la que, siendo pequeña y
menuda lograba sacar lo mejor de la piñata de Navidad a pesar de enfrentarse al
enorme tamaño de su prima…
La segunda pregunta correcta es,
¿qué parte de la vida de Fabiola niña requiero soltar y cuál retener?, sin
duda, aquella parte dulce, valiente y audaz que alguna vez tuve y que debí proteger con
una gruesa coraza ante el dolor de mis circunstancias de vida, como creo que
sucede con la mayoría de los niños.
También reconozco que, durante un tiempo, “esa Fabiola”
se difuminó porque no tuvo los recursos emocionales necesarios para sobrellevar
el pasar inadvertida por su padre, por las consecuencias de las adicciones
familiares, de la violencia verbal y física de su hermano mayor; situaciones
muy comunes en la vida cotidiana de las familias mexicanas.
Los niños son fuertes porque
sobreviven a innumerables embates de la vida, unos se quedan con más heridas
que otros, pero al final de cuentas su vida continúa. Quizá de este
reconocimiento nació mi marcado interés por aportar un granito de arena para
crear conciencia sobre los embarazos no planeados, la responsabilidad de traer
nuevas vidas al mundo y, sobre todo, por resaltar la importancia de vivir a
plenitud y responsabilidad, cada una de las etapas de la vida. Pues así como
fuimos niños, en un pestañeo o en menos de un instante, nos convertimos en padres
y comenzamos a definir el rumbo de otras vidas que dependen de nosotros, con
toda la responsabilidad que ello implica, ya sea por estar presentes o
ausentes.
Cuando comencé a escribí con mi
coautor el primer libro de Formación Cívica y Ética, allá por 1998, hicimos un
gran trabajo por arriesgarnos a abordar temas relacionados con la sexualidad
humana y el desarrollo adolescente, que no estaban contemplados en el programa
del nivel secundaria, creo que sólo Susan Pick hizo una propuesta en un tenor
similar.
La razón inconsciente que subyacía en esa decisión, obedeció a la urgencia de dar herramientas a los jóvenes para vivir ese proceso de vida a plenitud. El trabajo de mejora personal no termina, continúo haciendo lo necesario para sacar la mejor versión de esa Fabiola de la infancia, no ha sido sencillo pero me alegra tener logros.
La razón inconsciente que subyacía en esa decisión, obedeció a la urgencia de dar herramientas a los jóvenes para vivir ese proceso de vida a plenitud. El trabajo de mejora personal no termina, continúo haciendo lo necesario para sacar la mejor versión de esa Fabiola de la infancia, no ha sido sencillo pero me alegra tener logros.