13 de agosto de 2019

Te digo adiós, pero siempre te he llevado conmigo

Por Fabiola Martínez Díaz


Carlos y yo hicimos un largo trayecto en metro para trasladarnos del consulado mexicano a la casa de la familia Pilshikov. Yo era consciente de que esa ocasión era mi última vez en ese emblemático metro, así que me deleité con el diseño de las estaciones principales, también me adapté al cambio drástico de la realidad tangible de otras estaciones de metro menos afortunadas o más mundanas.

Como siempre, al salir de la última estación del metro, abordamos el autobús que nos llevó a conjunto habitacional donde estaba tantas veces pernocté, me alimenté y me sentí protegida. Ahora mismo la memoria me traiciona y no puedo asegurar que esa misma noche tomé el tren o si dormí en Moscú. Lo que sí recuerdo es haber comido kasha manaia, té negro, pan negro con mantequilla y una deliciosa sopa.

Mi vuelo a La Habana estaba programado para la media noche o iniciada la madrugada. En mis recuerdos remotos me veo en la habitación de Tania organizando mis maletas y verificando documentación y recibiendo refrigerios con bastante frecuencia...

Después de alistarme con ropa "cómoda" e improvisada para el viaje, mi gran barriga y yo salimos de la habitación para despedirme de los padres de mi amiga mientras Carlos enfiló mis maletas hacia la puerta. Los Pilshikov me abrazaron, pero la señora me susurró al oído: "te vamos a llevar al aeropuerto". Cuando pensaba que ya había recibido mucha hospitalidad de su parte, siempre tuvieron un poco más para darme.

El señor me miraba con cariño, tal vez con la mirada típica de las despedidas. Él hablaba poco conmigo y expresaba menos sus emociones, todo lo que se espera en un hombre educado en la sociedad patriarcal y totalitaria, era un hombre bueno que no tenía permitido expresar su sentir, tal como hasta hoy existen varones en todo el mundo.

Subimos al auto e inició el largo recorrido hasta el aeropuero Sheremitevo II. El trayecto fue silencioso, yo veía por última vez los paisajes y bosques de Moscú, capital de la URSS al mismo tiempo que pensaba: ¡Qué ganas tengo de largarme de aquí!

A mis 23 años, en mis pensamientos y fantasías (alimentadas en la confianza que dí a las descripciones de Valeri y sus amigos), estaba segura que me aguardaba una vida mejor. Así que, ¡sí!, me despedí con la mirada de la ciudad, del país y de esos cinco años de mi vida en aquélla nación que sin duda marcó mi vida de manera contundente.

Llegamos al aeropuerto y bajaron las maletas, mientras el señor Pilshikov aparcó el auto, los demás entramos al edificio para registrarme en la aerolínea, la emblemática Aeroflot. El momento definitivo de decir adiós tuvo lugar después de que todos se aseguraron que yo tenía todo listo para abordar sin verme en la necesidad de cargar nada.

Contenta, me volví hacia el señor y le di las gracias, lo abracé con profundo cariño y recibí un cariño similar por parte de él. La señora, mostrando un poco más de emoción, también me abrazó y me dio un beso. A Carlos lo abracé con mucha gratitud y cariño también, pero con esa ligera esperanza de que lo vería nuevamente o que por lo menos sabría de él. Pero no fue así. Hasta hoy sigo sin encontrarlo.

En la sala de espera tuve que aguardar no más de dos horas, en realidad fue corta la espera.

Cuando llamaron a los pasajeros al avión, mi interior gritaba, ¡por fin!... Ya en el avión, por mi condición física y por el espacio en primera clase, pude dejar la clase económica y estar en la sección de la "gente bien". Me recosté ocupando todos los asientos, pero antes, pedí a la sobrecargo despertarme para las comidas, que como siempre fueron soberbias, caviar y pollo en Moscú y algunas meriendas.

Literalmente en un abrir y cerrar de ojos cambié de página mi vida. De una forma similar terminan mis relatos.

Las vivencias son así, se escriben como se viven, sin aderezos pero sí con reflexiones. Cuando empecé este blog, nunca tuve en mente cómo lo terminaría. Es más, no imaginé siquiera que me llevaría tres años realizarlo. Pero como solía cantar Juan Gabriel de mis amores, "dicen que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno", el plazo se está cumpliendo justo ahora, mientras me enfrento al síndrome de la hoja en blanco.

Un psiquiatra español, Enrique Rojas, dice que, cuando somos jóvenes, estamos llenos de posibilidades, y cuando somos mayores, estamos llenos de realidades. También explica que en cierta época de la edad adulta es necesario hacer un balance existencial de lo que albergamos como seres humanos, de lo que consideramos como lo mejor de nosotros.

En el balance o corte de caja del que habla Rojas, enfatiza la revisión de los cuatro grandes rubros más importantes para él (que también los son para mí):

  1. Amor
  2. Trabajo
  3. Cultura 
  4. Amistad

Este blog ha sido y será una bitácora fundamental de un periodo de mi vida que considero como uno de los más felices y enriquecedores, porque de él adquirí la habilidad de ver al mundo y a las personas desde diversas perspectivas y no desde el reducto de la cosmovisión local de la que muchas personas adolecen. Me declaro afortunada por ello...

Cada escrito me dio la oportunidad de sumar saldo a favor en mi balance de vida. Soy una persona que ha tenido la suerte de saberse feliz y reiterarse en esa condición. El amor, el trabajo, la cultura y la amistad (sobre todos estos dos últimos rubros) son los grandes ganadores.

De unos meses a la fecha, las vueltas de la vida me dieron la oportunidad de volver a aprender de la diversidad, de despertar el placer por conocer cómo viven, piensan y sueñan los demás en otro punto del planeta. Hoy como ayer, me sigo sabiendo afortunada por contar con la consideración y afecto de gente que ni siquiera me conoce, de gente que no teme decir que les agrada conversar conmigo y que mi personalidad "no irrita a sus demonios".

Otro dato curioso de mi última entrega es que la escribo y publico la víspera de mi cumpleaños 53 y en una época llena de cambios buenos... todo cambio es bueno.

FIN

Escrito y publicado el día del planeta Marte 
el 13 de agosto del año 2019 , 
en algún punto de Nueva Inglaterra.