23 de junio de 2015

De omisiones, errores y consecuencias

Hay varias películas que tratan sobre cómo nuestros actos generan consecuencias: Pi, El efecto mariposa, Babel, etcétera, etcétera. Sin la intención de menoscabar la enorme creatividad de argumentistas, guionistas, directores, fotógrafos y los que me falten, no es necesario ser un genio para saber que cada acción u omisión genera consecuencias de toda índole. En mi humilde opinión, el quid de creer no saberlo es porque con ello aliviamos nuestra conciencia, pero no la acallamos.

Fui asignada a la Facultad Preparatoria de la Universidad Vasili Karazin de Jarkov porque era una de las más prestigiadas universidades para estudiar Física, Matemáticas, Biología, Química, Bioquímica; por tanto su Podfak era ideal para tal fin. ¡Y sí que lo era!, sólo que yo estaba en el lugar equivocado.

La cotidianidad de mi nueva vida y los constantes retos de aprender ruso, lavar mi ropa, alimentarme y cuidar mi integridad física y mental distrajeron la pregunta que debí resolver desde mis primeros días de clase: ¿Por qué me encontraba en un grupo de estudiantes que cursaría Biología, Química y Bioquímica si la carrera que elegí era Arquitectura?

En mi Podfak había un Decano y tres Vicedecanos, uno hablaba francés, otro inglés y el último español. Todo era perfecto porque se resolvía la comunicación con latinos y africanos, principalmente, pues ellos fueron colonias de Inglaterra y Francia. Los árabes quedaban un poco a la deriva, pero se resolvía.

El protocolo de recibimiento nos llevó a la oficina del Vicedecano quien, en un español sin acento extranjero, a Martha y a mí nos preguntó datos básicos, incluida la carrera que elegimos. Cuando le comenté que yo iba para arquitectura su cuerpo se contrajo de la sorpresa. Revisó sus papeles pero lo que él tenía registrado era que mi carrera asignada era BIOLOGÍA. Evidentemente se cometió un grave error que cambió mi vida.

¿El cambio fue para bien o para mal? No lo sé ni lo supe en muchos años, sólo tenía claro que además de lidiar con la noticia de estar asignada a otra carrera, sino con la escasa y casi nula posibilidad de estar en la carrera que elegí. Fue el primero de muchos embates emocionales que tendría durante mi estancia en la URSS; lloré como hacía mucho que no lo hacía, mi llanto mezclaba impotencia, desolación, caos…

Con una empatía de campeonato, el Vicedecano explicó mis opciones de carrera, me prometió mandarme a Moscú, incluso a Leningrado para cursar mis estudios en Biología (era una ciudad codiciadísima); su oferta era fenomenal, el pequeño inconveniente era que no me veía desempeñándome en ese campo, ni siquiera motivada por el privilegio de estar en Leningrado.

—¿Qué puedo hacer?, ¿esto no me puede estar pasando? — Le increpaba con angustia.
—¿Qué te gusta?, ¿qué te apasiona?
—¡La antropología social!
—Esa carrera está cerrada para extranjeros…
—Restauración de edificios patrimoniales—, al decirlo venía a mi mente los bienes muebles e inmuebles de Puebla y la Ciudad de México. Me veía trepada en andamios cuidando el orgullo de mi identidad mestiza.  
—También está cerrada para extranjeros… pero en esta universidad puedes estudiar Geografía, como tu compatriota Isabel, o Economía como Marina.
—¡No quiero quedarme en Jarkov!, ¡no podré soportarlo estudiando algo que no elegí, sino que me impone esta situación!

La impotencia y el enojo me cegaron, no podía reponerme de la noticia y debía pensar en otras opciones profesionales a una edad en la que la elección de carrera es uno de los temas de mayor dificultad. El Vicedecano nunca dejó de darme consuelo, no escatimó tiempo para darme el mayor número de opciones y para dejarme pensar.

Recuerdo que ese evento detonó la primera racha de depresión en mi vida, enfurecí hasta el cansancio con el autor de tan grave error, sentía que me había arruinado la existencia. Pero la vida continuaba y no había cabida para seguir invirtiendo tiempo en el enojo, debía elegir, actuar y no dejar mi sueño de estar en la URSS.

Desde ese momento y hasta hoy, aun pasando por innumerables tropiezos, caídas, análisis, reflexiones, sigo aprendiendo a buscar en la adversidad lo que puede apasionarme, pero no ha sido labor sencilla.

La carrera que finalmente elegí y una serie de sucesos de todo tipo, me llevaron a descubrir otra de mis grandes pasiones: el mundo editorial, la oportunidad de contribuir en la educación de jóvenes y, sobre todo, escribir historias, conocer historias y estar presente, aquí y ahora para contarlas.