Por Fabiola Martínez
El centro histórico de Bratislava era pequeño pero hermoso, me parecía estar en alguno de los pasajes de los cuentos de Grimm, me encantaron las cafeterías con mesas al aire libre, me asombró la variada propuesta de pastelería, el rico café y los chocolates.
Pernocté en dos residencias estudiantiles de esa ciudad, en la parte nueva, cruzando el tunel. Para encontrar habitación se seguía la misma dinámica que en la URSS: buscar a cualquier latino para pedir su ayuda, dejar identificación en recepción y luego robársela a las babushkas... Cosas simple y rutinaria para nosotros, conseguí alojamiento gracias a la ayuda de una cubana, un tico (costarricense) y una griega.
Las residencias estudiantiles eran bellas, amplias, modernas y con mobiliario mucho más acogedor que el de la URSS, casi sentí pesar de no haber escogido a Checoslovaquia como país para estudiar. Aunque el área del centro de ciudad era pequeña, me tomé mi tiempo para disfrutar todo. Subí al castillo y quedé impresionada con la sala de armaduras y uniformes militares, parecían de la época feudal, cosa que no imaginaba porque no tenía ni la más remota idea de que Bratislava, a pesar de ser de origen eslavo y por pertenecer al imperio Austro Húngaro, tuvo un origen totalmente diferente al de los pueblos de la URSS.
Desde la parte alta del castillo pude admirar la ciudad, sus tejados, calles, gente... El lugar me pareció bien conservado, excepto una escalera o túnel donde vergonzosamente leí una pinta con el vulgar sello mexicano: "puto el que lo lea". «¡Qué pena con el mundo!», me dije, «hasta estos pequeños rincones hay mexicanos mal educados que dañan el patrimonio cultural de otros así porque sí».
Mi dilema se esclareció en el año 2001 aproximadamente, cuando la directora del Conaculta, Sari Bermudez y el entonces canciller de México Jorge Castañeda jugaron a las escondidas entre las figuras de los guerreros de terracota, con esa noticia me quedó claro por qué la patanería mexicana continúa a niveles internacionales.
Alguna de esas noches en Bratislava, el tico y otros estudiantes me invitaron a recorrer la ciudad, ¡cuánta vida tenía esa ciudad!, entramos a un "vínare", algo así como un bar donde sólo sirven vinos y botanas de queso, principalmente. El local se encontraba en una especie de sótano de lo que alguna vez fue una iglesia.
Estuve feliz de conocer el muy contaminado Danubio Azul, aunque sentí pena por el estado tan deteriorado de un río que fue inspiración y evocación de músicos y escritores. Justo en el lugar viví sentimientos encontrados porque también sentí que al estar en la rivera podía alcanzar algunos acordes de los valses de Strauss que tanto me gustan y me hicieron soñar con Viena. Ciudad que, por cierto, queda a una hora y media de Bratislava. En ese Danubio también me enteré que Budapest, otra de las grandes ciudades del imperio Austro Húngaro se localizaba a escasas dos horas de allí.
«¡Qué dicha!, ¿cómo puedo ir para allá?»
El asunto no sería fácil, al menos no en ese año, pues ningún eslovaco o persona del bloque socialista podía cruzar hacia los países capitalistas. A pesar de que la cerca que dividía la frontera podía verse a simple vista desde la zona habitacional de Petržalka. Un golpe más de la realidad de la Guerra Fría.
A Hungría sí hubiera podido llegar de contar con algún contacto previo, pero me quedé con las ganas. Así que seguí disfrutando del calor y la hospitalidad del centro histórico de Bratislava.
Esquivé a las babushkas hasta que en una ocasión fue imposible y tuve que trepar unos siete pisos para entrar a la residencia donde me habían conseguido habitación. Esa incursión fue difícil y sentí miedo por la altura, pero era eso o dormir en la calle, cosa que no podía hacer en un país socialista.
Casi todos los latinos me advirtieron de no hablar ruso a nadie, incluso a las personas que atendían los establecimientos, que por cierto estaban muy bien surtidas, nada que ver con lo que se mostraba en Kiev.
-Es preferible que hables en español y no en ruso, porque te van a ignorar y hasta pueden hacerte sentir mal.
-¿Pero por qué? ¿Acaso estos países no son hermanos?
-No precisamente, los checoslovacos odian a los soviéticos.
-¿Cómo?, ¿por qué?
-Tiene que ver con la Segunda Guerra Mundial y el reparto que se hizo del este de Europa. También tiene que ver con la Primavera de Praga, un movimiento que los militares soviéticos reprimieron violentamente.
En mi cabeza quedaban grandes dudas, en mi ingenuidad pensaba que la formación del bloque socialista era resultado de un proyecto de común acuerdo favorecido por la Segunda Guerra Mundial. Me impresionaba recordar lo cerquita que estaba Austria y lo ilógico de no poderla visitar.
En poco tiempo el mundo sabría, por obra y gracia de la glasnost, los derroteros vividos en la conformación del bloque económico que jugaba a la amenaza de guerra con los Estados Unidos, dos años después yo misma viviría episodios históricos en Eslovaquia, episodios que cambiaron por completo el rumbo socio político y económico de todo el planeta. En su momento llegaré al tema, por ahora corresponde hablar de mi primer viaje a la tierra de las más antiguas y ricas culturas de Europa.
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A la orilla del Danubio, al fondo se ve el stari most y su restaurante. |
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Bajando del castillo. |
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No recuerdo el nombre de este lugar. |
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Creo que en la iglesia del fondo es donde se encontraba el hermoso vínare. |
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Al fondo, el castillo feudal. |