Por Fabiola Martínez
En el tiempo señalado, todos los habitantes de la residencia realizamos el trabajo colectivo con el que nos preparamos para el invierno. Limpiar ventanas, sellarlas, cambiar ropa de vestir y ropa de cama, todo bajo la organización de nuestros jefes de bloque o starosta. Recuerdo que en mi primer año en Kiev, la starosta que nos tocó era una mujer amargosa y medio fascista a la que yo le desagradaba mucho.
La storasta se encargaba de elaborar los horarios de limpieza de la cocina del bloque, con ellos cada persona sabía la semana en debía limpiar. Con esa mujer me pasó de todo, me perseguía por todo el piso y nunca estaba conforme con mi forma de limpiar o simplemente con lo que hacía. Le gustaba ejercer su pequeño poder para obligarme a limpiar, nuevamente, aquellos lugares donde, según su criterio, estaba sucio.
Una tarde Naty, Belinda y yo estábamos en la habitación ocupadas en nuestras tareas y cosas de la vida diaria cuando la storasta tocó la puerta cual agente de la KGB.
-Fabiola, no sé cómo se limpia en tu país pero otra vez dejaste sucio.
-¿Qué está sucio y dónde?, -la mujer tomó mi brazo y me llevó a la cocina, el lugar estaba resplandeciente, sólo que ella o alguien había dejado varios platos sucios y ollas que no formaban parte de mis obligaciones.
-¡Mira!, ¡está sucio!
-¿Cuál es tu problema?, esos platos y utensilios no son míos y tampoco es mi responsabilidad, tampoco estaban allí cuando limpié, alguien los puso recientemente.
-¡Pues deshazte de ellos!
-¿En verdad quieres que lo haga?
-Sí.
La miré fijamente, sentí mucho enojo que se transformó en rabia y luego en furia; en un sólo movimiento mis brazos y manos jalaron lo que había en la mesa y lo tiré al piso. Volví a mirar fijamente a la storasta...
-¿Satisfecha?, hice lo que ordenaste, de lo demás te encargas tú.
La mujer me miraba asombrada, perpleja, no supo qué decir. Cuando salí de la cocina alcancé a escuchar su debilitada voz intentando ordenarme limpiar, pero no pudo.
Durante el altercado nadie salió de sus habitaciones, en las que por cierto había unos doce soviéticos. Cuando entré a mi cuarto Belinda y Natasha me miraron sin saber qué hacer o qué decir, yo estaba temblando, creo que fue por el efecto de la adrenalina.
No sé qué más pasó, no recuerdo si me acosté, si hablé con las chicas, si me prepararon té. No recuerdo nada, sólo recuerdo la sensación de haber recibido un abrazo, o al menos la intención de ello. He leído que las sensaciones son las que perduran por encima del dato, y sí, tengo la sensación de haber sido cobijada por mis compañeras de habitación.
Además que la storasta terminó limpiando lo que tiré, a partir de ese incidente nunca más volvió a molestarme, ¡NUNCA!
Los humanos somos difíciles e indescifrables... No creo que mi reacción haya sido sana, ¡para nada!, quizá fue la más elemental ante la amenaza que representaba esa mujer. Visto a distancia el hecho que narré me hace pensar en el origen de las guerras, el desamor, las soledades, los conflictos, el poco entendimiento en las familias y las parejas.
¿En verdad sólo podemos reaccionar y detener el abuso hacia otros cuando colmamos el plato a otras personas?, ¿cuán ruines y rabiosos podemos ser?, creo que somos perros que ladran hasta que nos encontramos con otro perro que no sólo ladra peor y además nos muerde. Estos cuestionamientos, creo, forman parte de las "preguntas de la vida", yo, por ejemplo, aprendí que, como dicen los españoles, "si alguien me toca las narices" se lo puedo permitir una vez, quizá dos, pero honestamente el que me busca, me encuentra hasta las últimas consecuencias.
Claro que ahora ya no tiro platos, la madurez y la inteligencia suelen dictar mis respuestas y tiendo a ceñirme al derecho y la razón hasta las últimas consecuencias en las que la legalidad me ampare. El camino sigue siendo sinuoso, pero no imposible.
Este aprendizaje y otros muchos de mi larga historia de vida, me siguen permitiendo enormes reflexiones. A pesar de nuestra condición gregaria, de la inminente necesidad que todos tenemos de los demás, predomina la muy humana elección de morder la mano de quien te la tiende para levantarte, para darte un abrazo, para decirte aquí estoy para ti.
Afortunadamente en todos está el poder de elegir, así que elijo vivir en la paz, el amor, la libertad, la responsabilidad, la salud física y mental. Tengo plena conciencia de que yo y sólo yo tengo la llave para lograrlo, todos los días trabajo en ello.