21 de julio de 2015

La trascendencia de México y de lo "mexicano

Por Fabiola Martínez Díaz

En las primeras lecciones de ruso, debíamos aprender a presentarnos por nuestro nombre y país de procedencia. Nunca imaginé cuánto aprendería sobre mi país y de la relación hacia él al enunciar la frase "soy de México". 

La primera experiencia que tuve fue durante el terremoto de 1985, que dañó sensiblemente a la ciudad de México. Me enteré de este temblor porque una soviética llegó a la habitación 74 y se llevó a mis compañeras Lila y Natasha hacia su habitación, donde había televisor. Creo que Martha y yo estábamos en la cocina comunitaria intentando prepararnos algo de comer porque tenía poco de haber llegamos de la universidad. 

Lila y Natasha fueron por nosotros y nos llevaron al cuarto de su amiga, diciendo algo así como: esto está sucediendo en México. Todas las chicas tenían la cara descompuesta, estaban consternadas tanto por lo que la televisión mostraba como por el temor de la reacción que fuéramos a tener. 

El impacto de ver derrumbados lugares relativamente conocidos fue grande, sentí un vacío en el estómago, pero honestamente no pasó a más porque me dije a mí misma que, al vivir en fuera del Distrito Federal, mi familia estaba a salvo, digamos que la negación me sirvió de mucho. Martha sí estaba aterrada, así que preguntó cómo podía comunicarse por teléfono a México. 

Fuimos a la oficina de correo y caseta telefónica que estaba en la avenida Lenin casi esquina con Otakara Yarosha, una de las soviéticas nos escribió en un papel cómo debíamos pedir la conferencia a México, así que pronto la operadora intentó el enlace. 

-Las comunicaciones con México están cortadas y no hay fecha para su restablecimiento

Martha empezó a tener crisis de ansiedad, lo más que logramos esa tarde fue establecer comunicación con la embajada de México en Moscú. A Martha le pidieron el número telefónico de su familia para intentar localizarla, ya en ese trámite, yo también pedí saber de mi familia y le di a la chica de la embajada el número telefónico de la maestra Delia, una amiga muy querida de mi madre. Mi egoísmo juvenil hizo que en el fondo me sintiera aliviada, porque una llamada telefónica a México nos habría costado la mitad del mes de estipendio y yo ya no quería volver a pasar hambre, ¡vaya mentalidad la mía!

Y así nada más, nosotros seguimos enviando cartas y esperando tener respuesta, las cartas solían demorar entre quince y veinte días pero, por el terremoto, la comunicación se volvió un caos. Sólo restaba esperar y no dejar de pensar que todo estaba bien, afortunadamente así fue para ambas.

México estaba en la mente de los soviéticos no sólo por el impacto del terremoto, también por la proximidad de la Copa Mundial de Futbol, que sería en nuestro país en 1986. Ellos pensaban que tenían grandes posibilidades de calificar y les ilusionaba, pero a mí me daba lo mismo, nunca he sido aficionada a ese deporte ni partidaria de una celebración tan llena de derroche. En fin, el mundo es como es y no como yo quisiera...

En una ocasión, camino a la universidad, dentro del trolebús Martha y yo practicábamos el deporte nacional más popular: quejarnos y hablar mal de los demás, en nuestro caso de la cultura soviética y de su gente. Como parte de la petulancia que las personas solemos practicar al sentirnos extranjeros, supusimos que nadie se daría cuenta pero... ¡tómala!, una persona de mediana edad nos entendió perfectamente y nos contestó en español, poniéndonos en nuestro sitio de una forma muy decente. 

Nunca más volví menospreciar el conocimiento que otros puedan tener de mi idioma materno y aprendí a tener cuidado de mis ideas preconcebidas a la ligera. Poco después, esta lección me sirvió para hacer oídos sordos ante palabras necias, lo digo por las repetidas preguntas que me hacían los soviéticos en el transporte público y en todas partes: 
¿En México hay muchos cactus?
¿Ustedes usan sombrero y pistola?
¿Todavía se transportan en burro?
¿Verdad que son tan pobres que nosotros tenemos que pagarles su educación? 
¿Todavía se mueren de hambre?

Mi sentimiento relacionado a lo que otros consideraban "mexicano", no siempre fue indiferente o negativo (aunque la verdad duele porque todavía hay gente que muere de hambre). En ese cotidiano ir y venir a la universidad, encontré gente que al saberme mexicana, comenzaba a hablarme de lo que conocían o leían sobre nuestro país, con gran asombro me di cuenta que muchas personas se sentían atraídas hacia la cultura Maya y las zonas arqueológicas del país. A esos soviéticos se les iluminaba la mirada al pensar en la posibilidad de visitar nuestras pirámides, como se me iluminan a mí cuando pienso en que algún día conoceré las pirámides de Egipto. 

Hubo numerosas ocasiones en que me los soviéticos me preguntaron sobre la cultura Maya y yo no sabía qué contestar, pues desconocía el tema y me sentí avergonzada de no apreciar el mosaico cultural que conforma a mi país. También había personas que conocían la historia de Maximiliano de Habsburgo y lo consideraban una víctima. Creo que a partir de allí comencé a preguntarme: Fabiola, ¿y es así como dices amar a México?

Desde hace años y hasta, hoy sigo cultivando mi amor por México y el saber sobre él, sobre sus culturas, historia y patrimonio cultural y natural, pero sobre todo, al saber del éxito y logros de su maravillosa gente. 

Las grandes lecciones que aprendí luego de vivir en el extranjero durante ocho años han sido el fortalecimiento de mi identidad personal y nacional, el orgullo de pertenecer a un país de tan invaluable riqueza natural y cultural y la importancia de saberme y reconocerme como mexicana. 

La situación que hoy vivimos como país es lamentable, triste y dolorosa, a veces vergonzosa, sí.  Pero conozco a gente de gran valía y el saber de su existencia y entereza me da esperanzas; me hace apostar por construir un mejor porvenir, aunque justo ahora en ello esté dejando el alma. 

En la entrega pasada me hice una pregunta importante, ¿en qué momento dejé de creer en mí?, ahora que comencé el camino hacia el auto reconocimiento, siento recuperada mi integridad y esa vitalidad que me impulsa a seguir adelante. Tengo la convicción de que, lo peor que me puede pasar es detenerme y perder mi dignidad. 

Quizá en México muchos nos hemos perdido o dejamos de creer en nosotros y por eso llegamos hasta este punto, o simplemente no dejamos de ver más allá de nuestra nariz pensando que el destino no nos alcanzará, pero ya nos ha rebasado por mucho. Mi invitación constante para todos es y será no ceder el poder a nadie que quiera denigrar nuestra integridad como personas y como país. Una opción es ser y conducirnos como seres de luz, personas íntegras y de palabra, por mí y por mi hijo, vale la pena intentarlo.