7 de marzo de 2017

Leningrado, la ciudad museo

Por Fabiola Martínez

Mientras Víctor se encargaba de los preparativos para el alta hospitalario de su hijo y esposa, me enfoqué en conocer lo mejor posible la ciudad. No recuerdo en qué orden fueron las visitas, mi memoria sensitiva sólo reproduce el agradable impacto de cada hermoso sitio visitado. 

Por recomendaciones de los amigos cubanos de Martha, visité la Fortaleza de Pedro y Pablo, ubicada en una isla cercana a la residencia de mi amiga. Empaqué algunas bocadillos y bajo mi ropa me puse un traje de baño. 

La fortaleza quedaba muy cerca de la residencia de Martha. Llegué caminando. El lugar era enorme, recorrí los principales puntos de interés: la iglesia, la cárcel y el cuerpo principal de la fortaleza... Pude admirar el enorme pico que sobresale en el inmueble. Llamó mi atención la amplia forma como se ocupó el espacio de la isla donde se construyó la fortaleza, también llamó mi atención la humedad y frío que sentí estando a la sombra, mismo que contrastaba con el calor veraniego del día. 

Mientras recorría el lugar intentaba imaginar cuán duro podía haber sido el verano de principios del siglo XVIII. Presiento que pocas personas sobrevivieron un encarcelamiento allí. 

Poco antes de terminar el horario de visita decidí veranear con los leningradenses en la playa improvisada y cercana a la fortaleza, en un brazo del río Neva. Me tiré al piso a disfrutar del sol, observé a la gente en su recreo, metí las piernas al río pero no avancé más. Sólo me mojé el cuerpo y salí a tomar el sol y secarme antes de regresar a la residencia.

En mi tiempo de ocio repasé lo leído en las placas del museo. Me parecía imposible pensar que, de cierto modo, allí había iniciado la edificación de aquella bella ciudad. No alcanzaba a comprender cómo, en aquel entonces, pudieron concebir espacios tan amplios y bien planeados. 

En ese mismo paseo de verano tuve la fortuna de contar con la compañía de los amigos de Martha, quienes me llevaron a las afueras de la ciudad a conocer uno de mis lugares favoritos: Petrodvorets.  
Vista aérea parcial de la Fortaleza de Pedro y Pablo. Tomado de Google Maps.
En https://goo.gl/maps/jackHWe6Jr62
Para llegar nos dirigimos a la terminal de trenes y allí tomamos una especie de tren suburbano conocido como electrichka. Luego de un trayecto de unos 40 minutos (por las paradas que hacía el tren) y de un tramo en autobús o caminando (no recuerdo con exactitud qué hicimos), llegamos al destino. 

Aunque teníamos la opción de entrar al palacio, nos dirigimos directamente al paraíso: las fuentes y los jardines. ¡Qué belleza de lugar!, el asombro no cabía en mí. No sabía hacia dónde mirar. Todo era maravilloso, la fuente central, su recorrido hasta un punto lejano, las cascadas o las pequeñas casas construidas alrededor de los jardines. 

Creo que mis guías disfrutaban mi embeleso. Disfruté cada metro cuadrado que recorrí, disfruté del sonido del agua, de la paz del lugar, de sus numerosos visitantes. El tiempo pasó volando y no sentimos a qué hora terminó el horario de visita. 

Cuando pensaba que había llegado el fin de la diversión la cereza del pastel comenzó a asomarse. Regresamos a la fuente principal y  allí tomamos la vereda, como si siguiéramos el curso del agua. Resultaba ser que la fuente principal desembocaba en un lugar cercano a la unión del río Neva con el Golfo de Finlandia. Mis ojos salían de su órbita. 

Compramos los boletos y esperamos turno en el embarcadero; viajaríamos en una lancha llamada "cometa"... ¡Madre Santa!, al ver la forma que tomaban las lanchas al avanzar me preguntaba ¿cómo permaneceríamos vivos y en vertical?

Por fin llegó nuestro turno y subimos a la lancha. Una vez que agarró velocidad, la parte delantera del vehículo parecía volar. El estómago se me encogía por la alegría y el temor. Recorrimos un tramo significativo pero no igual al de la electrichka. En breve se presentaba ante mí la muy elegante y distinguida ciudad. El paisaje, el ruido del motor y el agua me pusieron eufórica. 

El palacio de invierno o Hermitage se veía cada vez más cerca. La lancha disminuyó paulatinamente su velocidad y mi euforia aumentaba. La belleza y dimensiones del museo eran espectaculares desde ese ángulo. 

Atracamos justo en el muelle del Hermitage, - ¿podía haber mejor final que ese?-, me pregunté. Como final quizás no, pero como principio de otra aventura sí, y hacia allá dirigí mis siguientes planes. 
El día de la visita me aseguré de llevar cámara y rollos. 
Para mi desgracia, ninguna fotografía de la sesión salió bien, de hecho salieron negras. 


Visité este lugar en 1989, no podía quedarme sin fotos propias. La suerte o el destino
no estaban de mi lado, en esa segunda oportunidad tampoco salió ninguna foto. 
Todas las imágenes de las Fuentes y jardines en Petrodvorets fueron tomadas 
de Google Maps. 
En https://goo.gl/maps/XACSJHwsadz