7 de mayo de 2019

Natalia (parte 2)

Por Fabiola Martínez 

Después de la sesión fotográfica fuimos al lugar donde sería la recepción. Cuando el auto se detuvo frente a un hotel famoso (creo había unos dos o tres hoteles y ese era el más popular) muy cerca de la Kreshatik, avenida principal de la ciudad, mi cabecita no lograba conectar para comprender  cómo podía celebrarse una boda en un restaurante concurrido por turistas y estudiantes...

Pero la existencia de otras culturas y otras circunstancias de vida hacían que sucediera. Sí, era posible, normal y viable que una pareja de novios reservara varias mesas del restaurante para celebrar su enlace, al final ¿por qué empeñarme en medir todo con la misma vara?, es decir, a partir de mi sólo de lo que ocurría en mi país. 

La fiesta consistió en conversar, comer compartiendo la alegría de un proyecto de vida que iniciaba, pero bailar era algo complicado en mi limitada cosmovisión juvenil, pues no llevaba pareja y no veía que alguien más lo hiciera. Todos estaban muy cómodos en sus lugares.

Yo busqué un lugar donde pudiera dominar la vista de todo y conversar un poco con alguien cercano a mí, ya que había también varios invitados del novio. Así que me senté junto a Riita y familia. Luego de cenar pedí a mis amigos y conocidos posar para mis fotos de recuerdo, y eso hicieron. Gracias a los momentos captados por mi cámara hoy cuento con recuerdos que casi son tangibles; puedo mirar al pasado y recordar la mirada y las sonrisas de personas con las que compartí la vida en la residencia número 3 y en el Instututo Estatal de Lenguas Extranjeras, de población predominantemente femenina

Sobre la fiesta no recuerdo detalles sobresalientes o extraordinarios, sólo vienen a mí las sensaciones de plenitud, de deseos de conquistar al mundo... En resumen, viene a mí la certeza de haber sido feliz.

Cuando pensé cómo comenzar esta entrega, lo primero que vino a mi mente fue una la felicidad materializada. Después pasó por mi cabeza una conversación que tuve hace algunos meses con mi pareja, quien afirmó que la felicidad no existe o que se trata sólo de alegría momentánea, o el mensaje que respondió mi hijo cuando le pregunté si creía en la felicidad.

Sin restar relevancia a los debates filosóficos o morales acerca de la felicidad, el conocimiento que me obsequia la madurez permite determinar, por contraste, que sí existe la felicidad, como también existe la tristeza o el dolor. Es ese contraste que me permite decir ahora que la boda de Natalia fue quizás, el último climax de felicidad que experimenté en la URSS.

Desde que hago este ejercicio de escribir, compartir y contar mi experiencia a lo largo de cinco años de estancia en la URSS, los sueños de regresar a estudiar persisten.

Sueño que regreso a mi residencia, que camino en la Kreshatik, que estoy a punto de abordar el avión, que me falta dinero para viajar y otros detalles relacionados con mi vida al otro lado del mundo.

Sin importar la situación de mi regreso a Kiev, lo sobresaliente había sido la nostalgia de tiempos felices... La catarsis de contar mi historia ha rendido frutos. Hoy mis sueños siguen alimentados por la nostalgia de ese lapso tan intenso de mi vida, pero, gracias a Dios, en la actualidad incluyen la dicha de estar en mi país, de recorrer el camino que elegí y disfrutar de lo que encuentre a mi paso. Al final, la vida es una. En caso de que la saudade pegue, puedo recurrir al Facebook y las videollmadas, sólo es cuestión de empatar los horarios en otros puntos del planeta.

De derecha a izquierda, Anya, Natalia, el padrino del novio, Belinda, yo y el novio de Beli. 

Belinda y yo con cuatro meses de embarazo.

Junto a mí, el novio de Belinda, Riita, Tamara...

Natalia y Darek. A un lado de mí las amigas de Naty, cuyo nombre no recuerdo,
pero tengo presente que las dos me peinaron el día de mi boda.