Por Fabiola Martínez
Desde que comenzó a ser más cálida la temperatura, Natasha y Lila nos invitaron a organizar nuestra ropa de invierno para guardarla en la cámara de seguridad, la idea era, además, sacar nuestra ropa de verano. En el pequeño perchero clavado en la puerta de entrada sólo quedaron las chamarras ligeras y algunos suéteres, por si acaso.
Como parte de la preparación para los días cálidos, se organizó un subotnik o trabajo colectivo para retirar de las ventanas la protección invernal. Toda la residencia estaba trabajando con muy buen ánimo. Martha y yo nos sentíamos tan bien con el clima que vestimos shorts para el subotnik. También subíamos y bajábamos las escaleras con prontitud y ligereza, como queriendo devorar cada segundo del día.
Ese sábado, casi todas las latinas optamos por vestir pantalones cortos, los míos como el de otras chicas, descubrían la pierna completa. Nunca me imaginé que esa prenda me traería un gran problema...
En una de las ocasiones que subía la escalera como "chiva loca", venía bajando mi maestra de fonética, la que nos hacía cantar y cantar, aquella que tantas veces nos revisó la ropa de invierno y que tenía a cargo parte de la supervisión de la residencia. Cuando la profesora nos vio, barrió su mirada de arriba a abajo escandalizándose de una manera desmesurada. De una forma casi teatral, la profesora se llevó la mano al pecho y nos dijo:
—¡как вам стыдно! (cómo no les da vergüenza), ¡cómo es que caminan casi desnudas en la residencia!, ¡pronto, vayan a cambiarse de ropa!
—No nos avergüenza nuestra ropa... y no nos la cambiaremos, en nuestro país esta ropa es muy decente, es para clima cálido, así que estamos bien.
Martha y yo rezongamos por inercia, reconozco que pudimos defendernos mejor, pero el ímpetu de la edad y el hecho de haber sido interceptadas de esa forma arruinó lo que pintaba ser un día de alegría, pues todos los jóvenes de la residencia bullíamos yendo de un lado a otro. Además, no podíamos creer que en ese país hubiera personas tan "moralinas", se suponía que estábamos en la tierra de la igualdad y la justicia.
Ya en el cuarto, y muy indignadas, le contamos a nuestras compañeras soviéticas lo que nos pasó, sólo se rieron y dijeron que sería común encontrarnos con personas como la maestra de fonética, sólo entonces me detuve a mirar la ropa que ellas llevaban, ambas vestían una especie de bata de casa a la altura de la rodilla. ¿Por qué hasta ese momento me detuve a mirar lo que vestían los demás?
Desde hace poco más de veinte años me di cuenta que, cuando se es inmaduro o cuando algo o alguien nos hace sentir mal por nuestra apariencia, comenzamos a mirar a "los otros" enfocándonos en lo que consideramos son defectos físicos o mal gusto en cuanto a ropa, música, peinados, creencias... En fin, nos detenemos a fastidiar para minimizar el malestar que sentimos.
Ante tal regaño, Martha y yo decidimos continuar subiendo y bajando escaleras para colocar nuestras cosas en la cámara de seguridad y, de paso, para mirar lo que otros compañeros llevaban puesto, pronto dejamos de mirar y comenzamos a criticar abiertamente. Por cuestiones de idioma no dijimos nada sobre las latinas y nos enfocamos en los africanos.
Pero tarde o temprano la vida nos coloca en mejor perspectiva, en nuestro caso fue muy temprano, o muy pronto, pues en esa ruta de subir y bajar escaleras nos oyó un africano. Para nuestra sorpresa, nos increpó en un español muy castizo.
En la torpeza de quienes "sólo ven la paja en el ojo ajeno", en lugar de reaccionar apenadas por lo que estábamos haciendo, lo que hicimos fue cuestionarlo.
—¡Cómo es que hablas tan bien el español si eres africano!— Lo sacamos de balance, además de hacerlo enojar más.
—En Guinea Ecuatorial hablamos un español mejor que el de los latinoamericanos.
—¿Existe ese país?, ¿en verdad aprendiste español allí o lo estudiaste en España?
—¡Son unas ignorantes!, hay varias Guineas en África, Guinea Ecuatorial está casi en la mitad del continente, del lado Atlántico, nos conquistaron los españoles y hasta hace pocos años fuimos colonia. ¡Somos mejores que los latinoamericanos por mucho, empezando por el dominio del castellano!
Por fortuna, entre tantos tropiezos, Martha y yo recobramos la cordura, nos disculpamos con el chico de Guinea Ecuatorial y seguimos nuestro camino, esta vez en un talante reflexivo, hablamos de las sorpresas que da la vida y de lo fácil que olvidamos las lecciones aprendidas a base de meter la pata criticando a los demás dando por hecho que nadie domina nuestro idioma.
Actualmente en México, el tema del bullying es abordado por numerosos especialistas, se elaboran programas de prevención y combate pero pocos van a la raíz; adultos infelices, insatisfechos o enojados con la vida que educan niños en un ambiente de violencia verbal y psicológica que se asume como normal. Entre mis consanguíneos hay familias enteras que, desde que tengo uso de razón, basan sus relaciones en burlas y en hacer sentir mal a los demás. Aún hoy, cuando la mayoría ya rebasa los cuarenta, el sentido fundamental que dan a sus relaciones familiares sigue partiendo de las mismas premisas.
Hay gente que lidia con el malestar social y personal de otra manera. Mi profesora de fonética, por ejemplo, tomó a título personal el incidente de los pantalones cortos y de nuestra respuesta, reservándose el cobro de la factura una manera muy baja. Ya les contaré...