25 de agosto de 2015

"De bien nacidos es ser agradecidos"

Mi eterna gratitud a Tania Sergeyevna P.

Por Fabiola Martínez

De unos años a la fecha, en mi cumpleaños recibo una hermosa llamada de la Maestra Delia. Ella fue amiga de mamá desde su tierna juventud y tanto a mí como a mis hermanas nos reserva un cariño casi de hijas. Lo suyo, creo, además de ser un gesto de amor hacia nosotras, es también el reflejo de una amistad surgida al amparo de la gratitud, pues de mi madre recibió protección, consejos y cariño al llegar a mi pueblo, donde recibió su primera plaza de educadora.

De regreso a Moscú, Martha y yo nos encontrábamos tumbadas en la recepción. Apenas comenzaba a pasar por mi mente la estación de trenes para pernoctar, cuando miré hacia un lado y vi a una chica haciendo antesala.

-¿Eres estudiante?- pregunté sólo por no dejar, pues mis esperanzas eran pocas.
-Sí.
-¿De casualidad conocerás algún lugar donde podamos pasar la noche?
-¿De dónde son?
Martha se incorporó a la charla y comenzamos a dar un resumen de nuestras aventuras. Y sin más, conocimos a una de las personas más extraordinarias que la vida nos puso en el camino: Rosario Cortes, una chica formal y meticulosa.
-Creo que puedo ayudarlas, pero antes debo hacer una llamada. Las veo a las seis de la tarde en la estación de tren X, frente al muro "tal", sean puntuales.

Salimos de la embajada controlando el excesivo entusiasmo que sentíamos, parecía inverosímil que, justo cuando pensábamos que ya no había opción, la vida nos ponía al lado una oportunidad. En ese estado de alegría tomaron un enorme sentido los refranes de mamá, "después de la tormenta viene la calma" y "al final del túnel siempre hay una luz.

Los muchos consejos y enseñanzas de mi madre empezaban a tener un sentido rotundo, ¡vaya manera de aprender significativamente!

Nuevamente Martha y yo decidimos visitar el centro de Moscú, yo pedí conocer el teatro Bolshoi, quería enterarme cómo conseguir un boleto para ver una función en el lugar que algún día fue parte de mis grandes sueños. Los boletos para gente "de a pie", estaban vendidos y no habría espacio hasta después de cinco meses, otros boletos eran reservados para turistas de alto rango y se pagaba una suma considerable por ellos.

Esta vez, paseamos por el Parque Alejandro Pushkin disfrutando todo, especialmente el aire que respirábamos. No entramos a ningún lugar, sólo caminamos deleitándonos con el ambiente de esa zona de la ciudad, observando la arquitectura, la amplitud de sus banquetas y avenidas.

Con mucha anticipación entramos al metro, disfrutamos la belleza de las estaciones que se encontraban dentro y en la koltsovaya línea (la del anillo), nos dirigimos al punto de encuentro, que se trataba de una estación muy alejada, de las últimas.

Rosario llegó y nos explicó que requirió hacer una llamada porque debía preguntar a su amiga y a sus padres, si podían recibirnos. Rosario estaba como en tercero o cuarto de la carrera, su mejor amiga era Tatinana Sergeyevna, una moscovita que también estudió Pedagogía. Debíamos ser discretas y bien portadas, pues si bien la familia Pilshikova recibía a Rosario como a una hija, para ellos era importante el respeto a su modo de vida.

Ya juntas las tres, fuimos a la última estación de la línea del metro, salimos y abordamos un autobús, luego de cinco o diez minutos bajamos y nos adentramos en el equivalente a unidades habitacionales. Llegando al departamento de la familia, la madre nos recibió con un abrazo, el padre nos saludó amablemente y luego nos invitó a ver con él el televisor, si queríamos, hasta cambiaría el canal y pondría las caricaturas.

Fuimos a la cocina a tomar un té caliente, jugamos un rato con "Grisha", el perro que entendía el ruso mejor que yo. Luego de conversar con la traducción de Rosario, preguntamos si podíamos tomar una ducha (nos urgía), al salir de la ducha ya estaba preparado el sofá cama, sábanas limpias y silencio para descansar. ¿Podía haber mejor fortuna?

A partir de ese día, la familia Pilshikova nos recibió en Moscú sin ninguna reserva, sólo había que llamar antes de viajar para ponernos de acuerdo, en cada ocasión de viaje la madre de Tania me compraba cuentos y el padre comenzó a conversar un poco más con nosotras. Su calidez rompía todos los paradigmas que los latinos tenían hacia los rusos, lo importante era estar abiertos a la posibilidad de que la gente de otra cultura, expresa sus emociones de distinta manera, mas no por ello sienten menos que nosotros. El respeto hacia lo diverso hizo que las puertas de su casa estuvieran abiertas hasta mi último día de estancia en Moscú.

Bien cobijada, limpia y protegida, llegó a mí un recuerdo. Mamá solía mostrar interés en nuestros amigos y en sus sobrinos jóvenes, si observaba que alguno andaba medio extraviado en sus sentires, conversaba con él. Uno de mis primos siempre supo que con mamá,  tenía un lugar para refugiarse cuando lo necesitara.

Una ocasión yo cuestioné a mamá sobre su forma de tratar a los jóvenes y de interesarse por sus asuntos. Ella me contestó...

-De joven tomé decisiones que la vida me cobró muy caro, siempre he creído que mi vida hubiera sido diferente si en lugar de criticarme, me hubieran aconsejado sin prejuicios.
-Mamá, pero todo eso ya pasó y no puedes cambiar nada, tu familia te seguirá juzgando y marginando, es más, para la abuela y los tíos (y tías), siempre serás el miembro de la familia que los avergonzó.
-Eso no es lo que me importa, hago lo que hago porque quiero que, si alguna vez mis hijos necesitan un consejo y yo no estoy cerca, Dios ponga en su camino a personas que puedan ayudarlos y llevarlos por el buen camino.

Y bien, yo estaba allí, en el sofá cama, protegida por el calor y cariño de una familia desconocida, un afecto generado por el respeto y cariño ganado por Rosario y que creo, yo seguí cultivando incluso un poco después de salida definitiva de Moscú.

Habrá quien llame a esto coincidencia, otros lectores quizá digan que es probabilidad y estadística, otros que fue el destino o karma, yo desde entonces digo que son las bendiciones de una madre que Dios siempre escuchó.

La noche siguiente tomamos el tren hacia Jarkov, nuevamente viajamos de madrugada, como era la costumbre. Antes, volvimos a pasear por el centro de Moscú y, esta vez, entramos a uno de los maravillosos museos del Kremlin.