Por Fabiola Martínez
Las nuevas asignaturas del segundo semestre me dieron la oportunidad de convivir con nuevos compañeros de países como Malí, Marruecos, Jordania, Cabo Verde, Campuchía, Madagascar, Mauricio, Chipre, Tailandia...
Cada día con ellos se convertía en un cúmulo de conocimientos con pase directo a mi bagaje cultural. Un viaje interminable hacia culturas que nunca pensé que existieran y, sobre todo, que fueran tan antiguas e importantes para el patrimonio de toda la humanidad.
Comenzamos a zambullirnos en las entrañas de aquello que conformó los pilares de nuestro objeto de estudio: el idioma ruso y la literatura rusa del siglo XIX. Nos iniciamos en la Literatura rusa con un amplio estudio de la obra de Alexsander Pushkin; mi profesor era maravilloso, no sólo por la guapura que le otorgaban sus finos rasgos combinados con la tersura de su piel y la barba oscura, muy al estilo de Tolstoi o Dostoyevsi. Lo que más me maravillaba de él era la pasión con la que desmenuzaba todo el contexto histórico y cultural de la vida y obra Pushkin. La clase de literatura siempre tuvo la virtud de trasladar mi imaginación, lo mismo a San Petesburgo que a Ulianovsk o a Odessa.
Inicié varias asignaturas relacionadas con el idioma ruso o enfocadas a fortalecer su conocimiento, en una de ellas abordamos el enorme tema de la conformación del idioma ruso y, por supuesto, la relación de éste la Kievskaya Rus.
Después de algunas lecciones sobre la historia de Kiev, me quedó más que claro el por qué allí me sentía como pez en el agua... ¡estaba viviendo en una ciudad que en 1982 se habían cumplido 1500 años de su fundación!, vivía en el origen de tres grandes pueblos: el ucraniano, el ruso y el bielorruso.
![]() |
Monumento a los fundadores de Kiev, colocado en 1982, por la conmemoración del 1500 aniversario de la fundación de la ciudad. |
A través de la grandeza y el orgullo del origen ucraniano y ruso comprendí por qué después de la Segunda Guerra Mundial, la población se volcó a reconstruir sus monumentos en lugar de tirarlos y construir sobre ellos edificios de concreto o imitaciones de las tendencias arquitectónicas de lo llamado contemporáneo. Pude comprender de dónde fluyó la creatividad para componer obras musicales hermosas, como las Danzas polovtsianas (de Alexsander Borodin) o para componer el Cantar de las huestes de Ígor.
Las naciones que tienen la capacidad de reconocer su grandeza se conducen con sentido de arraigo y orgullo de sí. Al menos así lo vi mientras estuve en Ucrania, después de la caída de la URSS, no sé cuánto de esa grandeza interna quede, ruego que sea suficiente para anteponerse a las adversidades de los sucesos mundiales que están arrasando con nuestro herencia cultural.
Un aprendizaje que sumaba el estremecimiento del sentido del tacto, de la audición, del gusto, de la vista y del oído sólo me trajo cosas buenas, una de las mejores radicó en fortalecer mi orgullo e identidad a partir de desarrollar una visión que contemplaba las diversas perspectivas de todo lo que mi nación significaba, nada que ver con ese orgullo chabacano de glorificación al sombrero y al mariachi sólo porque sí.
He llegado a preguntarme qué tanto hemos perdido como nación al no reconocer constructivamente la relevancia mundial que tuvimos en épocas como el Virreinato, cuánto poder tuvo la Nueva España en su plata y oro (que por cierto hoy respaldan a la moneda de Gran Bretaña), ¿cuánto de nuestro ser y nuestra cultura compartimos con el mundo gracias a la cochinilla, el cacao o la vainilla?
¿Y qué decir de las grandes obras arquitectónicas que agustinos, dominicos y franciscanos erigieron en el centro y sur de México en los primeros dos siglos de la colonia?, como mexicana me resulta triste ver cómo domina en el mexicano el odio hacia nuestro origen porque la mayoría decidió estancarse o no aventurarse a profundizar en el conocimiento, quedándose sólo con la verdad institucional.
Yo soy ferviente admiradora de la grandeza de todas las culturas precolombinas, todas ellas son la base de la fusión de culturas pero, aunque en mi fenotipo predomine la huella indígena, mi ser es mestizo, mi ser se estremece ante la majestuosidad de edificaciones como la del templo y convento de San Nicolás Tolentino, ante la ingeniería de la presa construida en Yuriria Guanajuato, ante ciudades como Guanajuato, Zacatecas, Puebla. Mi ser reconoce la labor del Padre Kino, de Fray Bartolomé de las Casas y la osadía de un Vasco de Quiroga que se atrevió a plasmar en tierras michoacanas la utopía de Tomás Moro.
Ojalá tengamos la capacidad de cambiar el canal y aprendamos a educar a niños y jóvenes sin odio, con una visión panorámica y multifactorial de nuestra esencia como mexicanos.
![]() |
Paseo en la Kievo-Pecherskaya lavra, que se conoce en español como
iglesia de la Trinidad. Su construcción inició en el siglo XI.
|
![]() |
Yo en Santa Sofía (fundada en 1037) Pedí a un local que me tomara la foto, pero no obtuve la toma completa, así que yo tomé la parte faltante, esperando algún día unirlas... |