Por Fabiola Martínez
Me enteré que en la URSS no se celebraba navidad una semana antes del 24 y 25 de diciembre de 1985. Todos los latinos estábamos algo desanimados pues, como quiera que sea, esas fechas suelen ser de alegría, festejos y comilonas. Me enteré, también, que la única fecha a celebrar era el fin de año, y que sólo se nos daba de descanso medio día del 31 de diciembre y el primero de enero.
Muchos latinos, sobre todo los dominicanos y colombianos, no se resignaron al hecho y organizaron su propia versión de celebración navideña. El 24 de diciembre cocinaron lo que pudieron, bebieron cerveza y bailaron hasta el agotamiento. Al día siguiente la mitad de ellos fue a clases y la otra mitad se quedó a dormir y a recuperarse de la "cruda" (resaca)
Yo elegí no celebrar nada, primero porque me daría más nostalgia pensar en la tremenda comilona que estarían organizando mis familiares, segundo porque me costaba mucho trabajo levantarme a mi hora y ya no quería ni debía faltar a clases porque estaban muy cercanos los exámenes de fin de semestre. Sin embargo debo admitir que, ya en mi camita y bien tapadita, mis pies no podían evitar moverse al ritmo de la música de mis vecinos y estuve a punto de vestirme para unirme a sus festejos.
Martha y yo ya éramos alumnas responsables y estudiábamos juntas para los exámenes y para resolver las clases, puse mucho empeño en ponerme al corriente con las clases que perdí. Entre eso, la nieve y el frío, no quedaban muchas ganas de salir. Con los amigos nicas nos empezábamos a organizar para reunirnos en año nuevo, pero sucedió algo que cambió todos los planes.
Días antes de la celebración de año nuevo, Iván no se había sentido bien y conforme pasaba el tiempo su malestar no mejoraba. Del consultorio de la universidad lo enviaron a una revisión más completa al hospital que nos correspondía.
Iván, Marha y yo éramos muy cercanos, por eso, cuando nos enteramos de que lo habían internado fuimos a verlo al hospital. Quienes estuvieron internados en algún hospital de la URSS seguro recuerdan que, cuando se iba de visita no se nos permitía el paso, más bien, si los pacientes estaban en condiciones, ellos se asomaban a la reja de un portón a platicar con nosotros, algo parecido a un convento de monjas.
A través de la reja platicamos con Iván y nos contó que ya se sentía mejor, que no sabía lo que tenía pero que no se enteraría pronto porque, como venía el fin de año, los médicos tomarían esos días y lo atenderían a partir del 2 de enero. Martha estaba indignada, ¿cómo se atrevían a dejar a nuestro amigo sin diagnóstico y sin medicamento?
Según nuestra amplia experiencia médica (léase con sarcarmo), preguntamos a Iván si tenía fiebre, vómito, diarrea, etcétera; ninguno de esos síntomas estaban en su cuerpo. Martha me miró como solía hacerlo cuando tenía una idea audaz. Ella le pidió a Iván esperarnos mientras dábamos una vuelta al edificio para saber si existía una forma de sacarlo. Él nos dijo que había una puerta de salida mal resguardada y nos indicó dónde hallarla.
La puerta no podía ser mejor, Iván podría salir y entrar sin problema. Le prometimos regresar por él la víspera de año nuevo y devolerlo al día siguiente, Iván nos pidió no contarle nada a sus compañeros nicas porque eso le podría costar una fuerte sanción y hasta la pérdida de la beca. Luego de eso acordamos la hora y el lugar donde sería sustraído para celebrar, como "Dios manda", el año nuevo.
Llegado el día Martha y yo nos aseguramos de tener suficiente dinero para ir y regresar en taxi del hospital, repasamos lo que diríamos en caso de ser sorprendidas, que diríamos a Guillermo y Graciela para no estar con ellos... En fin, según nosotras todo estaba listo.
Martha y yo salimos de la residencia cuando empezaba a oscurecer, como a eso de las cinco de la tarde. Tomamos el taxi, llegamos al hospital, llamamos a Iván y él se asomó a la puerta de escape. El pobre de Iván sólo llevaba puesta una bata blanca, de esas abiertas por atrás, un sarape del hospital y sus chanclas.
El infortunado hombre no sabía si caminar hacia el taxi cerrando su bata, cuidar que sus chanclas no se llenaran de nieve y dejar enfriar más sus descalzos pies o si debía detener con más fuerza su sarape. Martha y yo pensamos en todo, menos en que nuestros querido compañero no tenía ropa para escapar. Ya en el taxi le dimos nuestra gorra, bufanda y guantes.
El ánimo de la residencia era de fiesta y hasta la Babushka andaba distraída, tanto que no se fijó en el loco con bata que metimos. Natasha y Lila estaban de descanso en su casa, así que escondimos a Iván en nuestro cuarto. Tuvimos que pedir la complicidad de Guillermo para sacarle ropa al hombre.
No tuvimos cena, ni baile, ni adornos de festejo, Martha, Guillermo, Iván y yo pasamos nuestro primer fin de año fuera de casa y de nuestro país, conversando, compartiendo sobre los usos y costumbres de nuestros países durante la navidad y el año nuevo. A Iván no le importó pasar un rato de frío con tal de no estar solo en ese hospital. Fue una celebración especial en mi vida, los buenos amigos sustituían a la añorada familia, pues para entonces yo no lograba ver que aquellas celebraciones que recordaba como únicas, eran el resultado de las expresiones patriarcas de mi abuela materna. No lograba distinguir que las nueras de mi abuela iban más por obligación que por gana.
Hoy por hoy he aprendido que en una pareja con familias extensas dominantes, quien gana el festejo de navidad, tiene ganada la partida. Yo, por mi parte, comencé a ganar la autonomía y la conciencia de tal hecho y la consigna de no repetirlo.