Por Fabiola Martínez
Siempre que transitaba Moscú-México-Moscú, tenía la sensación de viajar entre dos mundos por la diversidad cultural, económica e ideológica, principalmente. Sin embargo el curso de los acontecimientos cotidianos del otoño de 1989 se dejaba sentir haciendo cambiar esa forma de vida a la que me habitué.
En cuarto año dejamos atrás las visitas a escuelas y tuvimos nuevas asignaturas, una de ellas fue Economía, el primer semestre abordaba la del socialismo y el segundo la del capitalismo. Tuve la fortuna de contar con una joven y talentosa profesora (además de bonita), que contrastaba con un numeroso grupo de profesores de avanzada edad, que solían impartir Historia, Ética, Estética y Filosofía. La mayoría de ellos habían sido veteranos de la II Guerra Mundial.
Con esa profesora la glasnost y el ímpetu de la juventud se dejó sentir. Por primera vez una profesora no sólo impartía magistralmente su asignatura (como lo hacían todos), sino que se permitía exponer puntos de vista propios, lo cual dejaba a todo el grupo con la boca abierta y con la posibilidad de tener una verdadera interacción maestro-alumno.
Al exponer la Economía del socialismo expuso los resultados de su investigación y explicó por qué ella se inclinaba a creer que dentro del socialismo sí existían las clases sociales. La respuesta de todo el grupo fue aplicar una frase coloquial: ¡здравствуйте! (que se traduce como ¡Hola!, el equivalente de un ¿hello? que los mexicanos empleamos como triste remedo de la cultura estadounidense)
Con tal expresión popular quisimos expresar a nuestra maestra que eso ya lo habíamos visto y lo teníamos claro. Sólo ellos se resistían a verlo, o no podían o no sabían cómo, sin embargo ya se hacían escuchar otras voces. Era evidente que sus colegas no estaban cómodos con esa libertad y menos viniendo de una mujer, pues por mucha novedad que haya traído la Revolución de Octubre, en la sociedad soviética nunca hubo una educación para la igualdad entre sexos. Creo que se pensó que venía de facto.
Los programas de televisión también empezaron a mostrar signos de apertura. Recuerdo que se hicieron muy populares los programas de videntes, de buscadores de espíritus, de otras formas de vidas y hasta de cierto esoterismo. Había un vidente que tuvo mayor raiting y todos lo comentaron en el grupo, en la ciudad y puedo aventurarme a decir que en el país entero.
Mis compañeros de grupo y muchos de la residencia decían que podían sentir la influencia de ese personaje. Yo no tenía televisor y recuerdo que el morbo me carcomía. Lo conversé con Valeri y sin muchas dificultades lo hice acompañarme a mirar el programa donde, "supestamente", nos hipnotizaría a todos. Honestamente yo no sentí nada, pero quizá fue por la plétora de sandeces que decía Valeri.
A partir de la curiosidad que me causaron los cambios que veía en la televisión, de vez en cuando iba a verla con Inna o Riita. De lo poco que pude captar en las noticias, me llamó la atención lo que se decía de Alemania del Este, que al parecer quería tener la posibilidad de realizar su propia Perestroika. En Polonia el Movimiento Solidaridad y Lech Walesa ganaban terreno cada día más, pero eso ya no era noticia nueva, porque llevaban años en su labor.
Mientras eso sucedía, los cubanos seguían maldiciendo lo que sucedía en los países del bloque socialista. De ellos Valeri era un gran entusiasta. En ese tiempo teníamos mucha relación con un polaco y tres checoslovacos de KIIGA a quienes Valeri quería convencer de que el camino correcto era el de su Comandante en Jefe. Recuerdo que en esos largos debates, yo sólo escuchaba, pues no tenía experiencia en lo referente a ser parte de un Estado del bloque.
En ese afán del "necio" que bien describe Silvio Rodríguez en su canción panfletera, Valeri defendía lo indefendible, tanto que citó los tan cacareados avances médicos que Cuba dice tener (los cuales, me consta, no existen). Y empezó a decir a los amigos que en su país eran tan eficientes que ya habían controlado el contagio del sida.
-¿En verdad?, ¿el mundo entero no sabe qué hacer y Cuba lo resolvió?- preguntó alguno de ellos.
-¿Y cómo lo hicieron? se fueron al siglo XXII?- Pregunté con ironía.
-No, se les da atención en un lugar especial.
-¿A todos?- Volvió a preguntar otro.
-Sí, a todos. -respondió orgulloso Valeri, como saboreando su triunfo.
-¿Y cómo saben quienes son los enfermos? -Volví a preguntar.
-Pues se están aplicando pruebas a todos, como acá, y si alguien sale positivo, se le lleva al centro médico. También se hace una búsqueda de la cadena de personas con posibles contagios y también se les lleva.
-¿Quieres decir que no les preguntan si es su deseo ir, sino que los llevan a la fuerza?
-Claro que sí.
Todos quedamos congelados, de por sí ya nos parecía un atropello el que nos obligaran a realizarnos exámenes cada semestre. Y que a los africanos se les aplicaran dobles exámenes. A pesar de que en esa época el tema de los derechos humanos no era un asunto de la Agenda internacional ni nacional como lo es ahora. Todos teníamos claro que forzarte a un encierro por ser portador de VIH o tener sida era una falta grave del sistema socialista.
Claramente se veía que, mientras un grupo de países luchaba por reinventarse, Cuba tiraba con gran fuerza al extremo opuesto. Pero yo imaginaba que, como mínimo, mi vida en Cuba sería como en Kiev, sin embargo las ideas casi nunca corresponden a los hechos. La realidad estaba llamando a mi puerta, pero no le abrí porque estaba muy ocupada pensando en mi próxima boda...
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Darek, Fabiola y Valeri, escuchando la trova sobre cómo violar los derechos humanos. |
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Charla, comida y bebida, en la habitación 817 del edificio 3, del Instituto de Lenguas Extranjeras de Kiev. |