Por Fabiola Martínez
En Kiev, como en el resto de la URSS, la oferta de películas en el cine era escasa, comparada con todo lo que nos mandaban a México desde Hollywood. Si bien yo no estaba acostumbrada a ir al cine porque en mi pueblo sólo había dos y eran bastante malitos, sí me enteraba de las tendencias, sobre todo porque a principios de los 80, comenzaron a venderse los reproductores Beta y a abrirse las primeras tiendas de alquiler de video.
Contrario a mí, Valeri sí gustaba de ir al cine, por ello íbamos con cierta frecuencia. Como recordarán, lo popular de ese país y de ese tiempo eran las películas de la India, todo un choque cultural para mí. No sólo me impactaba lo malas que eran, también la cantidad de fans que tenían, que no sólo eran soviéticos.
Para mí la peor parte era el final, pues sin importar el género de la película, los indúes se las arreglaban para bailar incluso si el tema era sobre asesinos seriales. Aunque viéndolo bien, era peor quedarse en casa a hacer más de lo mismo.
En el cine también veíamos películas soviéticas y casi puedo afirmar que, a pesar de su antigüedad, aún se podía ver en el cine "Moscú no cree en lágrimas", estrenada en 1979. Una película muy buena, por cierto.
Un día Valeri y yo nos vimos en un punto intermedio para asistir a una sala donde, se decía, se estrenaba una película soviética que estaba dando mucho de qué hablar. Esa afirmación me parecía fuera de la realidad en un país donde todo está bajo control del Estado, donde no se movía nada que le Politburó no aprobara, donde todos sabíamos cuál era nuestro lugar y tarea.
Esa tarde mi percepción de la realidad respecto a la glasnost cambió por completo y para siempre. La película en estreno era Маленькая Вера (que se traduce como "Pequeña Viera", éste último es un nombre común de las mujeres eslavas y se puede traducir como Fe)
Aparentemente, el argumento de la historia era algo poco extraordinario, algo así como la cotidianidad de una familia soviética promedio y las inquietudes de Viera, una joven de ciudad pequeña que sentía tedio por la vida cotidiana; una chica a la que le gustaba la fiesta, la música occidental y poco le interesaba forjarse un futuro dentro de los estándares del régimen soviético.
El impacto y la grandeza fueron enormes, y no por retratar abiertamente el hastío cotidiano de la gente y las fugas que buscaba en el alcohol, sexo y drogas; sino en el hecho de hacer pública esa realidad por primera vez.
A pesar de que quienes vivíamos en la URSS nos dábamos cuenta de que los jóvenes soñaban con conocer ese "maldito capitalismo" contra el que tanto se luchaba, de que los adultos estaban atrapadas entre el querer ser y el deber ser que derivaba en amargura, alcoholismo y otros males sociales que hacían aumentar con tal de ver y saber de otros mundos. También estábamos conscientes de que ésos, eran temas tabú y jamás nos imaginamos verlos desmenuzados en el cine.
La película fue genial, mi asombro crecía conforme los cuadros avanzaban. Jamás pensé que se hablaría "a calzón quitado", sobre temas como la poca o nula privacidad por las viviendas híper pequeñas, sobre la exploración de la sexualidad y los conflictos generacionales, políticos y sociales.
Salí del cine apabullada, mientras Valeri echaba pestes por esos descarados... Desde ese día aprendí a ver y a mirar los cambios a mi alrededor.
No sé si esa película terminó de dar el empujón al pueblo para creer, de una vez por todas, que la glasnost y la perestrioka habían llegado para quedarse e más allá de invitar a Billy Joel a un festival de rock.
Desde que esa película se exhibió tuvieron lugar grandes cambios, al menos eso fue lo que yo noté. Los jóvenes roqueros se dejaron ver, los programas de televisión empezaron a hacer parodias y comedia política, comenzaron a emitirse algunos noticieros comentados...
Para mí, la "pequeña Viera" lo había logrado. Logró que la gente creyera en las políticas de Gorvachov, que se abriera a su pasado y presente, que se cuestionara en voz alta, que las personas supieran lo que significaba hablar con su propia voz.
En esos años pensaba que el nombre del filme iba más allá de dar identidad a la protagonista, para mí era una especie de juego de palabras que tácitamente se refería a la incipiente "fe en el cambio". Años después me hizo pensar que quizá, la pequeña fe, la malenkaya viera, aludía a las pocas esperanzas de acceder a una vida mejor. Algo que todavía no sucede en esos países de la antigua URSS y mucho menos en nuestros pobres y lastimados países latinoamericanos.