Por Fabiola Martínez
Poco antes de los exámenes finales, ya no recuerdo bien, todas las facultades preparatorias de la ex Unión Soviética preparaban una вечег "мы уже говорим по-русски", que es un festejo cultural para celebrar el fin de curso pero, sobre todo, para demostrar que todos los extranjeros que llegamos el verano pasado, habíamos aprendido a hablar ruso.
En mi preparatoria, como creo que sucedía en la mayoría de las preparatorias de ese país, los estudiantes se agrupaban por país de origen y preparaban algún baile, pieza musical o ejecución relacionada con su cultura nativa, alternándose con recitaciones y cantos en ruso. Ese era el tenor de la famosa вечег; al menos en la ciudad de Jarkov.
Los soviéticos tendían a ser perfeccionistas en cuanto al montaje de sus bailes o la celebración de sus festivales, por lo que la preparación de la вечег ocupó un tiempo para su preparación. Lamentablemente ni Martha ni yo estábamos enteradas de que esto sucedía; nos enteramos por accidente, cuando faltaba sólo un par de días para tan esperado festival.
Casi en todas las sociedades la marginación social se usa para castigar un acto moralmente inaceptable. A ella recurre, por ejemplo, un colectivo para enfatizar que una o varias personas han procedido fuera de lo que socialmente se espera de ellos: exclusión social de los asesinos, violadores, ladrones, defraudadores; de este último suelen ser exceptuados los políticos y empresarios.
Hay también una tendencia a excluir, quizá a quienes se divorcian o cometen adulterio, en este contexto la exclusión social suele recaer en las mujeres y, las principales ejecutoras de tal castigo son, lamentablemente, otras mujeres.
Los paradigmas que construí sobre un país donde todo es mejor, incluían la inexistencia del machismo, la igualdad entre hombres y mujeres... Y bueno, siendo la URSS la opción más cercana a esa utopía, pensé que al vivir allí estaba a salvo. ¡Grave error!
Ni Martha ni yo nos enteramos de los preparativos de la viecher мы уже говорим по-русски (Nosotros ya hablamos ruso) porque quien organizaba era la maestra de fonética, quién había resuelto excluirnos de la celebración para castigar nuestra falta moral de andar por los pasillos en short.
Pasados treinta años del suceso, sigo convencida que la maestra de fonética disfrazó la venganza o enojo personal con el castigo social de la exclusión. Pero cuando las personas, como mi maestra de fonética, elaboran planes para fastidiar a otros, deben considerar el carácter y los principios de sus contrincantes, de lo contrario, corren el riesgo de que el "tiro les salga por la culata."
Al conocer la bajeza de nuestra profesora de fonética, Martha y yo decidimos sacar la casta. Entre los cassettes nuestros y el de los compatriotas, buscamos alguna pieza musical acorde con la ropa típica que llevaba Martha. Preparamos un baile chiapaneco y empacamos un maletín con todo lo necesario para arreglarnos y participar en el festival.
Investigamos la hora de reunión de todos los participantes y nos colamos a los vestidores del teatro de la prestigiada Universidad Vasily Karazin. La profesora de fonética advirtió nuestra presencia cuando Martha y ya estábamos vestidas. Creo que con la mirada nos dijimos todo, ella no daba crédito a nuestros arrestos y nosotros le hicimos saber que no habría poder humano que impidiera nuestra participación. Sin que hubiera palabras de por medio, de última hora, la maestra nos colocó en alguna parte de las intervenciones.
Debo confesar que la indignación que nos embargaba se diluía a pasos agigantados cada vez que alguno de nuestros compañeros ejecutaba un baile tradicional de su país. Pronto fue nuestro turno. Aunque ya antes había estado sobre un escenario, este día todo fue diferente. Sentía emoción, nervios y sobre todo, una gran sensación de orgullo y responsabilidad por representar a México. Lo hicimos bien y recibimos muchos hurra de júbilo por nuestro país.
De todos los bailes y cantos de mis compañeros, el que guardo íntegro en mi memoria y corazón fue el de los alumnos de Chipre. Su danza era similar a la de los griegos, me di cuenta de todo lo que tenían en común ambos países, disfruté de la alegría con la que todos los chipriotas bailaban trenzados de los brazos.
Mi enojo por las injusticias vividas desaparecieron, su lugar lo ocupó la sensación de bastedad del mundo y de sus culturas. No volvimos preocuparnos de nada mas que de sonreír y disfrutar. Yo estaba feliz tomándome fotos con mis compañeros. La viecher "мы уже говорим по-русски" significaba el inicio del fin de un año muy difícil al que casi todos sobrevivimos. Predominaba entre todos el sentimiento de alegría, satisfacción y hermandad. ¡Y cómo no!, habíamos sido compañeros, amigos y confidentes en un viaje que muchos pensamos no terminar, pero lo hicimos.
Mi madre no educaba con refranes populares y a sus hijas solía decirnos que "el peor enemigo de la mujer es otra mujer". Quizá al leerme, habrá mujeres que les desagrade esta aseveración pero en un mundo donde predomina el patriarcado la sentencia es real, muy a mi pesar. Creo que el quid de este asunto no radica en detenerse a lamentarse por lo que se piensa, se hace y se dice respecto a mujeres que actúan como mi maestra de fonética, radica en la manera como salimos adelante a pesar del aislamiento y castigo moral que nos imponen otras mujeres.