5 de mayo de 2015

Cuidado con lo que pides, que se te puede conceder


Por Fabiola Martínez
Pocas horas después de llegar de la Plaza Roja y enfrentarme al irremediable aroma del metro soviético, llegamos al hotel Universidad. Antes o después de la comida, recibí la indicación de esperar en el lobby del hotel porque ya había indicaciones sobre mi destino.

No recuerdo quién, ni cuando, pero me informaron que la ciudad asignada para cursar la “preparatoria” (Подготовительный факультет) estaba en la República Ucraniana y se llamaba Jarkov (Харьков), ¿qué me espera?, ¿de qué se trata este año preparatorio?

En poco tiempo me solté del grupo de mexicanos y comencé a socializar con otros latinoamericanos, algunos que recién llegaban y otros que ya se iban. Entre una y otra conversación me encontré con un par de mexicanas y quizá de colombianas que llegaron a estudiar ballet por sólo por un año. ¿Cómo le hicieron? Fue un cuestionamiento que no dejaba de hacerme; y no era para menos, mi primera opción al buscar una beca a la URSS fue estudiar danza clásica, mi primer gran amor, la gran pasión que enterré con mucho dolor de un golpe y para siempre…

Como tramité mi beca gracias al intercambio cultural de México y la URSS a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, debía escoger entre las opciones académicas que allí ofertaban. Lo más cercano a mi corazón era la conservación de monumentos patrimoniales y la restauración pero, para cursarla, debía estudiar arquitectura, así que eso escogí.

Me quedaba una sola noche en ese hotel y ante tantas novedades, decidí refugiarme y encontrarme en la música, como lo hago hasta hoy. Con mucho cuidado desempaqué mi walkman y los casetes de Barry Manilow y John Denver, que Gerardo, el novio de mi hermano en ese tiempo, me había regalado.

Cualesquiera que fueran mis pensamientos relacionados con mi inminente partida a Ucrania, todos ellos me llevaban a cuestionarme a cerca de cuántas posibilidades había perdido por desconocer otras opciones de becas, en cuánta desventaja me sentía con respecto a los estudiantes de la Ciudad de México, lugar donde todo se concentraba; también eché de menos la carencia de orientación vocacional, por momentos sentí indignación por tantas clases perdidas en interminables paros estudiantiles para apoyar las exigencias de los obreros de Volks Wagen, ¿en qué me beneficiaron?

Quien estaba allí, enfrentándose a lo desconocido sin las mínimas herramientas cognitivas, didácticas y pedagógicas era yo, no los obreros a los que la Universidad Autónoma de Puebla apoyaba incondicionalmente con interminables marchas y huelgas. Recuerdo haber asistido a una marcha para saber de qué se trataba, entonces como ahora la función de estudiantes comunes como yo, era hacer bola, bulto y desmadre, algo que siempre consideré una pérdida de tiempo y, en ese momento de reflexión confirmaba mi creencia. También me di cuenta que me pesaba dejar Moscú porque pensaba que estando fuera de la gran capital, las condiciones para resolver lo cotidiano serían más difíciles… poco tiempo pasó para saber que estaba en lo cierto.

¿Qué tanto habré estado caminando por los pasillos absorta en mis pensamientos, que la poca gente que después reencontré me identificaba como la mexicana del walkman? Algo que me hizo sentir aliviada ante tan extraña noche fue saber que Martha también iría a Jarkov, sentí que ella facilitaría lo que debía enfrentar, realmente no sabía si sería capaz de aprender ruso, sabiendo, por mi realidad, que las lecciones de inglés de mis escuelas públicas poco valían; preguntar al Brother John* si estaba durmiendo, no resolvería mis problemas de comunicación.

Llegada la hora convenida, estuve lista con mis maletas en el lobby, además de otros africanos y latinos vi a tres guapos y varoniles jóvenes libaneses de piel tostada, barba cerrada, ojos misteriosos. Verlos se tradujo en el instante en que la hormona se colocó por encima de la neurona. No les quité la vista de encima, en mi mente recreaba los escenarios para acercarme a ellos, tal cual lo relata el comediante Polo Polo en sus chistes. Hombres y mujeres, juventud, testosterona, estrógenos, feromonas, libertad, anonimato… ¿Por qué me había privado de ver la maravilla humana llamada varón?

Bajé del autobús y por primera vez vi una terminal de trenes enorme, bella, ordenada, limpia, llena de gente que viene y va, maletas, bultos, lágrimas de tristeza o de alegría. Sentí mucha pena por la terminal de trenes que había en mi pueblo, pues aunque su edificio era hermoso, estaba descuidada, pasaba inadvertida, un poco menospreciada porque la dinámica de vida llevaba a mirar hacia el automóvil como signo de estatus.

Cual niños de preescolar, quienes nos trasladaron a la terminal tenían control hasta del camarote que íbamos a ocupar, viajaríamos en primera clase y los camarotes eran para cuatro personas, me habría gustado viajar con Martha pero mi lugar estaba en otra parte, nada más y nada menos que con las tres guapuras libanesas de las que ya hablé.

“Cuidado con lo que pides que se te puede conceder”, dice un refrán. Pues ahí estaba yo con ganas de desmayarme, y no fue por la posibilidad de estar con esas hermosuras, sino porque los tres galanes en cuestión tenían un tufo a sudor que no soportaba. El camarote olía pésimo, pero todo empeoró cuando se quitaron los zapatos, ¡cuánto peste!

Viendo desde otra perspectiva este panorama, la situación no era mejor para ellos, pues debían pasar una noche completa con una mujer totalmente ajena a su cultura. Casi estoy segura que eran musulmanes y las circunstancias de esa noche tampoco las olvidarían. Creo que de tanta extrañeza ninguno de nosotros aceptó el té negro con pan negro y mantequilla que nos ofrecieron las camareras. A señas, todos elegimos un sitio para dormir y nos desconectamos, al menos yo sí.

Una mañana de verano, llena de sol y clima templado, llegué a mi entrañable Jarkov, exactamente frente a mi vagón nos esperaba un joven ruso o ucraniano (a Martha y a mí) que hablaba español a la perfección. Con él había otros jóvenes que hablaban inglés y francés. Nos repartieron en diferentes camiones, unos iríamos a la residencia de la universidad Estatal de Jarkov Vasily Karazin y otros irían a la facultad preparatoria del Instituto Politécnico, entre ellos mis hermosos pero mal olientes libaneses.


*Me refiero a las estrofas que memoricé en los tres años de inglés que cursé en la secundaria: Are you sleeping, are you sleeping?/ Brother John, Brother John?/Morning bells are ringing, morning bells are ringing/Ding ding dong, ding ding dong. Al menos hubo avances en la secundaria porque en de la preparatoria, ni hablar.