Por Fabiola Martínez
Pocas
horas después de llegar de la Plaza Roja y enfrentarme al irremediable aroma
del metro soviético, llegamos al hotel Universidad. Antes o después de la
comida, recibí la indicación de esperar en el lobby del hotel porque ya había
indicaciones sobre mi destino.
No
recuerdo quién, ni cuando, pero me informaron que la ciudad asignada para
cursar la “preparatoria” (Подготовительный факультет) estaba en la República Ucraniana y se llamaba Jarkov (Харьков), ¿qué me espera?, ¿de qué se trata este año preparatorio?
En
poco tiempo me solté del grupo de mexicanos y comencé a socializar con otros
latinoamericanos, algunos que recién llegaban y otros que ya se iban. Entre una
y otra conversación me encontré con un par de mexicanas y quizá de colombianas
que llegaron a estudiar ballet por sólo por un año. ¿Cómo le hicieron? Fue un
cuestionamiento que no dejaba de hacerme; y no era para menos, mi primera
opción al buscar una beca a la URSS fue estudiar danza clásica, mi primer gran
amor, la gran pasión que enterré con mucho dolor de un golpe y para siempre…
Como
tramité mi beca gracias al intercambio cultural de México y la URSS a través de
la Secretaría de Relaciones Exteriores, debía escoger entre las opciones
académicas que allí ofertaban. Lo más cercano a mi corazón era la conservación
de monumentos patrimoniales y la restauración pero, para cursarla, debía
estudiar arquitectura, así que eso escogí.
Me
quedaba una sola noche en ese hotel y ante tantas novedades, decidí refugiarme y
encontrarme en la música, como lo hago hasta hoy. Con mucho cuidado desempaqué
mi walkman y los casetes de Barry
Manilow y John Denver, que Gerardo, el novio de mi hermano en ese tiempo, me
había regalado.
Cualesquiera
que fueran mis pensamientos relacionados con mi inminente partida a Ucrania,
todos ellos me llevaban a cuestionarme a cerca de cuántas posibilidades había
perdido por desconocer otras opciones de becas, en cuánta desventaja me sentía
con respecto a los estudiantes de la Ciudad de México, lugar donde todo se
concentraba; también eché de menos la carencia de orientación vocacional, por
momentos sentí indignación por tantas clases perdidas en interminables paros
estudiantiles para apoyar las exigencias de los obreros de Volks Wagen, ¿en qué me beneficiaron?
Quien
estaba allí, enfrentándose a lo desconocido sin las mínimas herramientas
cognitivas, didácticas y pedagógicas era yo, no los obreros a los que la
Universidad Autónoma de Puebla apoyaba incondicionalmente con interminables
marchas y huelgas. Recuerdo haber asistido a una marcha para saber de qué se
trataba, entonces como ahora la función de estudiantes comunes como yo, era
hacer bola, bulto y desmadre, algo que siempre consideré una pérdida de tiempo
y, en ese momento de reflexión confirmaba mi creencia. También me di cuenta que
me pesaba dejar Moscú porque pensaba que estando fuera de la gran capital, las
condiciones para resolver lo cotidiano serían más difíciles… poco tiempo pasó
para saber que estaba en lo cierto.
¿Qué
tanto habré estado caminando por los pasillos absorta en mis pensamientos, que
la poca gente que después reencontré me identificaba como la mexicana del
walkman? Algo que me hizo sentir aliviada ante tan extraña noche fue saber que
Martha también iría a Jarkov, sentí que ella facilitaría lo que debía
enfrentar, realmente no sabía si sería capaz de aprender ruso, sabiendo, por mi
realidad, que las lecciones de inglés de mis escuelas públicas poco valían; preguntar
al Brother John* si estaba durmiendo, no resolvería mis problemas de comunicación.
Llegada
la hora convenida, estuve lista con mis maletas en el lobby, además de otros
africanos y latinos vi a tres guapos y varoniles jóvenes libaneses de piel tostada,
barba cerrada, ojos misteriosos. Verlos se tradujo en el instante en que la
hormona se colocó por encima de la neurona. No les quité la vista de encima, en
mi mente recreaba los escenarios para acercarme a ellos, tal cual lo relata el
comediante Polo Polo en sus chistes. Hombres y mujeres, juventud, testosterona,
estrógenos, feromonas, libertad, anonimato… ¿Por qué me había privado de ver la
maravilla humana llamada varón?
Bajé
del autobús y por primera vez vi una terminal de trenes enorme, bella,
ordenada, limpia, llena de gente que viene y va, maletas, bultos, lágrimas de
tristeza o de alegría. Sentí mucha pena por la terminal de trenes que había en
mi pueblo, pues aunque su edificio era hermoso, estaba descuidada, pasaba
inadvertida, un poco menospreciada porque la dinámica de vida llevaba a mirar
hacia el automóvil como signo de estatus.
Cual
niños de preescolar, quienes nos trasladaron a la terminal tenían control hasta
del camarote que íbamos a ocupar, viajaríamos en primera clase y los camarotes
eran para cuatro personas, me habría gustado viajar con Martha pero mi lugar
estaba en otra parte, nada más y nada menos que con las tres guapuras libanesas
de las que ya hablé.
“Cuidado
con lo que pides que se te puede conceder”, dice un refrán. Pues ahí estaba yo
con ganas de desmayarme, y no fue por la posibilidad de estar con esas
hermosuras, sino porque los tres galanes en cuestión tenían un tufo a sudor que
no soportaba. El camarote olía pésimo, pero todo empeoró cuando se quitaron los
zapatos, ¡cuánto peste!
Viendo
desde otra perspectiva este panorama, la situación no era mejor para ellos, pues
debían pasar una noche completa con una mujer totalmente ajena a su cultura.
Casi estoy segura que eran musulmanes y las circunstancias de esa noche tampoco
las olvidarían. Creo que de tanta extrañeza ninguno de nosotros aceptó el té
negro con pan negro y mantequilla que nos ofrecieron las camareras. A señas,
todos elegimos un sitio para dormir y nos desconectamos, al menos yo sí.
Una
mañana de verano, llena de sol y clima templado, llegué a mi entrañable Jarkov,
exactamente frente a mi vagón nos esperaba un joven ruso o ucraniano (a Martha
y a mí) que hablaba español a la perfección. Con él había otros jóvenes que
hablaban inglés y francés. Nos repartieron en diferentes camiones, unos iríamos
a la residencia de la universidad Estatal de Jarkov Vasily Karazin y otros irían
a la facultad preparatoria del Instituto Politécnico, entre ellos mis hermosos
pero mal olientes libaneses.
*Me
refiero a las estrofas que memoricé en los tres años de inglés que cursé en la
secundaria: Are you sleeping, are you
sleeping?/ Brother John, Brother John?/Morning bells are ringing,
morning bells are ringing/Ding ding dong, ding ding dong. Al menos hubo avances en la secundaria porque en de la preparatoria,
ni hablar.