4 de diciembre de 2018

Bratislava, ¡aquí ando!

Por Fabiola Martínez

La víspera de navidad Valery y yo  cambiamos algunos de mis dólares en el todavía vigente mercado negro para usar coronas (moneda local) y comprar cositas para nuestro "nidito de amor". Creo que me alcanzó para un juego de cubiertos, uno de tazas para café exprés y un hermoso frutero de cristal de Bohemia, ¡una ganga!

La celebración navideña en ese país fue muy diferente a lo que esperaba. El día inicia con una visita a familiares cercanos, en este caso tocó visitar a la familia política del tío T. Se estila (si no mal recuerdo), que quienes van de visita llevan galletas, pastelillos o confites, y a quienes llegan se les comparte  todo tipo de bocadillos y té negro o café. Esa vuelta terminó con una reunión donde todos los tíos y tías de Valery.

El ambiente en la casa de la tía era una mezcla de alegría y euforia, básicamente por parte del marido de ella, todo un personaje. El hombre estaba feliz por lo que el pueblo checoslovaco logró mediante las jornadas de protestas durante la llamada revolución de terciopelo, de hecho, él prometió no cortarse la barba durante todo el proceso de liberación. Cuando le preguntaban, con cierta ironía, por qué aún no se cortaba la barba él contestaba que todavía tenía sus dudas sobre el futuro del país y por el destino que otros países del Europa del Este, en ese momento no comprendí su punto de vista.


Luego del preámbulo pasamos a los temas del día, a preguntas típicas sobre la organización de la ceremonia, sobre regalos pre boda que recibimos, sobre las costumbres del uso del apellido, en aquél entonces en Eslovaquia se estilaba que la mujer tomaba el apellido del esposo y dejaba de usar  sus apellidos originales, no sé si las cosas hayan cambiado en la actualidad. El caso es que pasamos un buen rato compartiendo conversación y bocadillos. ¡La mesa nunca se quedaba vacía!, mi panza no podía más.


Cuando todos nos despedimos, al darse el abrazo, unos a otros se recordaron encender una vela blanca para mostrar solidaridad por Rumania, país del bloque socialista donde las manifestaciones estaban siendo reprimidas con violencia. A partir de ese  comentario entendí a que se refería el tío eufórico con esperar a quitarse la barba. Rumanía era algo así como el hermano en desgracia, el compañero de batalla que aún no lograba levantarse.

En navidad, cada familia nuclear se reúne en su casa y cenan después de adornar el árbol de navidad. Por esas épocas se acostumbraba colocar caramelos con chocolate e incluso se podían poner luces de vengala como adorno del árbol, mismas que se encendían luego de intercambiar regalos. Mientras eso sucedía, T. colocó la vela blanca en una de las ventanas del apartamento. Cuando me asomé a ver el exterior, prácticamente todas las ventanas del complejo habitacional tenía una vela. Comencé a interesarme en la seriedad del asunto.


No sé si fue el mismo 24 de diciembre o al día siguiente u horas después, pero de repente a todos les despertó el interés por las noticias y nos sentamos a ver televisión, que en esa casa, como en otras de la ciudad, captaba señales de canales en alemán (supongo que de Austria) y la nota del día giraba alrededor de la captura de Nicolae Ceaușesc y esposa,  también sobre un juicio sumario y la ejecución casi inmediata de la pareja...


Aunque no podía entender nada de alemán, las imágenes fueron impactantes, como lo fue ver a la gente 
entrar a una casa llena de lujos excesivos. Lo que más me impactó fue la rapidez del juicio, la sentencia y ejecución de la pareja, ya que duró menos que el capítulo de una telenovela turca (que en México son de los más largos). Si bien en esa casa había felicidad por el fin de una era, también percibí la inquietud que generó el proceso y la ejecución. 

En el fondo, creo que a todos nos pareció una sentencia medieval que, al ser mostrada en público, generaba una mezcla de morbo e insatisfacción inexplicable. Al igual que yo, la gente que me hospedaba se preguntaba, ¿qué cambios reales se lograron al actuar de la misma forma que durante años lo hizo Ceaușesc?


Pronto llegó el bombardeo de noticias sobre las "fosas clandestinas" encontradas, supuestamente "desaparecidos" por el régimen de la pareja presidencial. El aluvión de noticias, a mi parecer, trataba de justificar el asesinato de un presidente, ¿o es que en una democracia o en una sociedad que busca la democracia y la justicia la turba puede matar sin ningún apego a los derechos humanos? 


En poco tiempo, los medios de comunicación de Francia descubrieron que, en lo referente al tema de las fosas clandestinas, se trató de un montaje para agilizar o dar más argumentos al juicio sumario, esa noticia me dio pesar y me hizo cuestionarme 

¿por qué?
¿para qué?
¿quién ganó qué? 
Aún hoy me hago las mismas preguntas. Sobre todo cuando veo que Rumania no ha podido despuntar como sí lo hicieron Eslovaquia, Polonia y hasta los países de la antigua Yogoslavia a pesar de haber vivido una guerra tan cruel. 

Cuando conocí algo de la vida y obra de Ganghi, entendí que mi malestar, en el caso de Rumania, radica en que "los medios impuros desembocan en fines impuros". 


Ahora que mi país vive el anhelo de cambio, veo con tristeza que, nuevamente, a pesar de que el nuevo gobierno en el poder pueda tener los más sublimes fines, su escencia se mancha con los medios empleados por todos aquéllos que se sienten con el derecho a todo: sólo porque sí, 
sólo porque... ¿Por qué no? 
sólo porque ¿los demás, los que estuvieron antes también lo hicieron, por qué nosotros no?

Como toda narración, la mía se acerca a un desenlace. Mientras eso sucede, personas muy queridas y significativas de mi vida, me están haciendo regalitos para compartir con ustedes,
espero les agraden.