En años recientes, en México se debate mucho sobre las llamadas "pruebas pisa" y se critican, acaloradamente, los bajos resultados que los niños mexicanos tienen matemáticas en comparación con el resto de los países miembros de la OCDE. Esta situación y las condenas reprobatorias sobre la falta de lectura y la invitación a leer veinte minutos al día, me parecen un total desconocimiento de la realidad nacional.
Mis primeros días de clase en la Podfak de la Universidad Vasili Karazin fueron sorprendentes y extraños en muchos sentidos. La fotografía que comparto es de mi grupo, allí sólo falta Pedro, de Portugal. Mi primera frustración se debió a que la profesora sólo hablaba en ruso, con buena dicción y de forma lenta, nos mostraba objetos elementales, nos hacía repetirlos y luego nos enseñaba a escribir su nombre. Nunca había visto que se impartieran clases en grupos tan reducidos, me di cuenta que todos los que estábamos en la "preparatoria", fuimos concentrados en grupos pequeños, en aulas especiales y llenas de material didáctico para cumplir los objetivos de ese primer semestre: aprender ruso.
Siendo portugués, Pedro y yo entablamos amenas conversaciones dentro y fuera de clase, me sentía cómoda porque desde mi español y su portugués, encontramos formas de sentirnos próximos. De Pedro me impactaban muchos cosas, por ejemplo su edad, tenía 17 años, era dulce, amable y su cabeza estaba enmarcada por gran melena risada que contrastaba con su delgado cuerpo. Pedro aprendía el ruso de forma rapidísima, nunca supe si tenía estudios previos de ruso, como Martha, pero su ritmo de aprendizaje era espectacular.
Pedro no aparece en esta fotografía porque antes de que cayeran las primeras nevadas, había presentado exámenes de idioma y conocimientos generales para incorporarse al segundo año de la carrera, en la Facultad de Química, y logró quedarse. Cuando supe su hazaña me dije: "es un chico genial, además es portugués y seguramente vivir en Europa le favoreció en su educación, juicio por estereotipo, ¡uf!
Mi amiga Martha fue estudiante de escuela particular en México, tenía buen dominio del inglés y clases previas de ruso, era brillante pero se le complicó la vida antes de llegar a su beca: se enamoró perdidamente. Estar separada de su novio le provocaba grandes sufrimientos, tristeza, apatía, en fin... se encerró en sí misma y yo era uno de sus pocos contactos con el mundo exterior. Por inseguridad y por falta de herramientas para reconocer mis fortalezas y debilidades, desarrollé cierta codependencia hacia Pedrito y Martha, según yo, fue para subirme, a través de ellos, al ritmo de aprendizaje del resto del grupo... ¡Grave error!, estaba creando una zona de confort similar a la que vivía, por idiosincracia, con la política del menor esfuerzo.
Otro error que cometí fue prejuzgar el posible desempeño de mis compañeros. De manera absurda pensé que Landua y las chicas, siendo africanos de Malí, tenían más carencias que yo precisamente por ser "africanos". Los varones que no están señalados en mis fotos eran de Campuchía (hoy Camboya), sobre ellos no prejuzgué tanto, pues pocas noticias llegaban a México sobre esa parte de Asia. Lo único que sí sentí fue que ellos, Julio de Ecuador y yo estaríamos al mismo ritmo de aprendizaje, ¡vaya estupidez!, ¿por qué en lugar de compararme e intentar emprender una carrera de velocidad, no pensé en optimizar mis métodos para aprender idioma?, ¡cuántas malas jugadas me hicieron pasar los estereotipos y prejuicios!
Antes de iniciar la preparación para los exámenes de invierno, Landua dejó de asistir a nuestro grupo. Un día me lo encontré entrando a la Universidad y me contó que había hecho gestiones para presentar exámenes y entrar al tercer año de Bioquímica, Química o Biología. ¡De qué planeta vienes!, pensé, ¿de dónde sacó Landua la capacidad de aprender no sólo el idioma ruso, sino el lenguaje usado en la carrera que eligió?, ¿cómo era posible que un africano llegara a tales niveles?, ¡eso nunca lo había escuchado en los medios de comunicación de mi país, ni en los análisis políticos, culturales o educativos!
¡Y yo que pensaba que era igual de inteligente que todos mis compañeros! Desde mis más tiernos recuerdos escuché cómo mis padres y familiares adultos se asombraban de mis habilidades, desarrollo de lenguaje y aprendizaje. Sin haber hecho el menor esfuerzo, en la escuela primaria y en la secundaria recibí reconocimientos por el mejor promedio de la generación y yo no me enteraba de ello hasta que en ceremonia oficial me llamaban al estrado. Con lo expresado, no quiero denostar o descalificar el hecho de reconocer los méritos de los alumnos; pero debieran enseñarnos que más allá de nuestra nariz hay un mundo lleno de gente asombrosa, mentes brillantes en todo el planeta.
Es más, debieran enseñarnos que además de los parámetros políticamente comprometidos (pruebas pisa y calificaciones reprobatorias en matemáticas y lectura), hay personas en otros continentes que son simplemente brillantes, a pesar de los niveles de pobreza, de las condiciones de sus escuelas y de la economía de su país. Con esto no niego que la alimentación juega un papel fundamental en el buen desarrollo del cerebro o que tenemos graves problemas en el sistema educativo, pero ni África, ni Asia ni América Latina estamos condenados al fracaso por el sólo hecho de ser países tercermundistas, es un hecho que económicamente estamos más jodidos y nos siguen jodiendo, pero todavía no estamos exterminados.
Mi humilde opinión es que nosotros mismos nos condenamos, al validar las etiquetas externas y al asumir irrefutable nuestra condición de "vencidos". Como se dice vulgarmente, no la tenemos "papitas", estamos inmersos en una revolución tecnológica donde la vida se condiciona a resolverla con un "click" o de forma "light". Constantemente, yo misma debo detenerme para "resetearme" y recordar el por qué debo creer en mí y seguir caminando.