8 de enero de 2019

Cambia, todo cambia... (Julio Numhauser)

Por Fabiola Martínez

Algo que suele pesar es regresar a la rutina luego de unas vacaciones intensas. Eso sucedía en mi interior la noche que  tomamos el tren de regreso a Kiev. Sumado a lo anterior, en el disco duro de mi cabeza había un sinfin de imágenes para desmenuzar, entender, valorar, retomar, acariciar, recordar y compartir. Hechos que cambiaron la geopolítica europea y que me cambiaron a mí para siempre. 

Compartimos el camarote con una joven madre soviética y su pequeña hija Cristina. La niña era dulce y hasta pudiera decirse que arrobadora. Su madre, por el contrario, se mostraba hostil o quizás disgustada por viajar con extranjeros, así que no nos respondió ni ni el saludo. 

Valery y yo estábamos muy cansados y pronto nos quedamos dormidos, en esa época de mi juventud yo podía dormir en cualquier lugar y a cualquier hora, mi sueño era pesado. No obstante me despertó el llanto desconsolado de Cristina, cuando abrí los ojos Valery trataba de consolarla porque se había caído de la estrecha cama. 

Nunca vimos ni supimos a dónde se había ido la madre, pero tardó algunos minutos en regresar y la niña continuaba llorando a todo pulmón. Cuando la joven mujer llegó al camarote arrebató a Cristina de los brazos de Valery, quien sólo alcanzó a decirle que la niña se había caído. La señora no expresó palabra alguna. 

Tuvimos un típico trayecto invernal lleno de tonalidades grises, el cielo nublado, los oscuros techos de las casas de campo por donde pasaba el tren y el color del suelo,  una mezcla de fango y nieve. Le acompañaba el sonido rítmico, mezcla del movimiento del bagón y el rose de ruedas y rieles. 

Como siempre, cruzar la frontera para entrar a la Unión Soviética requirió el cambio ceremonioso cambio de ruedas de tren por unas más anchas, el paso del personal de migración y aduana, la revisión exhaustiva de todos los camarotes y el infernal cierre del baño. Una vez que el proceso terminaba, tenía la sensación de encontrarme en tierra segura, algo similar a mi hogar, sin importar el punto geográfico donde me encontrara, al estar en territorio soviético ya me sentía en casa. 

Las vacaciones de invierno se extendían prácticamente todo el mes de enero, ya que solían comenzar antes de finalizar el año. Así que a nuestro regreso nos dedicamos a pasear, a visitar a los amigos, a contar nuestras aventuras y a realizar los trámites para la boda. En este breve lapso continuó mi el malestar estomacal iniciado en Bratislava, que yo justificaba como el resultado de un EXCESO de comida.  


-Fabiola, ¡eso te pasa por comer en exceso!-Me reprochaba continuamente. 

Esos días de descanso los pasé conversando con Natahsa y dos de sus amigas de las cuales, para mi mala suerte, no recuerdo su nombre, lo que sí llevo presente es la mirada dulce de una de ellas. 

Mientras lo anterior sucedía, mi apetito no mejoraba, al contrario, seguía rechazando todo aquéllo que hasta hoy adoro: café, refresco de cola y chocolate. Valery me decía, a manera de juego o broma, que quizás estuviera embarazada y me hacía enfadar. Yo le contestaba que no tenía motivos para preocuparme, que todo marchaba en tiempo y forma. 

Esta respuesta duró pocos días ya que se me presentó un ligero retraso en mi periodo menstrual. Ese fue el pretexto con el que Valery me azuzó para hacerme revisar en el hospital donde atendían a los estudiantes. 

Me atendió una ginecóloga muy robusta y algo tosca (creo que no había ginecólgos varones, al menos en ese hospital nunca me atendió uno). Luego de ser tratada y estrujada como vaca, la doctora me pidió que me vistiera. 

-Usted está embarazada. 
-¡No puede ser! mi periodo sólo se ha retrasado una semana. 
-Está embarazada, si deciden interrupir el embarazo es importante que vengan conmigo en el plazo que les indico para realizar el procedimiento, en caso contrario también deben venir a la clínica para procurarte los cuidados que requieres. 

Yo no salía de la sorpresa, primero por la noticia que no esperaba y después por la manera tan natural en la que la doctora,  sin rodeos habló sobre mis opciones, lo cuál me pareció súper bien porque la decisión estaba en mis manos y fui adecuadamente informada de los derechos que podía ejercer.

Con toda honestidad yo me sentí enfadada porque no era el momento adecuado para iniciar mi maternidad, en mi mente tenía el deseo de probar una nueva vida en Cuba con mi pareja, era aún muy joven y el tema del cambio de instituto no estaba resuelto. 

-¿Qué piensas? -preguntó Valery.
-No me agrada la idea...
-Yo creo que sería mejor tenerlo, al final de cuentas la boda ya es un hecho. 
-No lo sé, habría querido... 

Ya no supe qué decir, preferí no dar lugar a tener sentimientos encontrados. Por más aderezos que pongamos no dejamos de ser animales y de actuar conforme a esos instintos, la naturaleza es sabia y mueve muy bien sus influencias, sobre todo en las mujeres. Las hormonas comenzaron a hacer su trabajo y en unas horas el chip de la maternidad me invadió para cambiar mi vida de manera radical y para siempre.