Por Fabiola Martínez
Por el devenir que el día a día me depara, no puedo quitar de mi pensamiento algo que me quedó tatuado en el alma cuando tomaba una clase de Biología, antes de cambiar de carrera. En una de mis últimas clases con este grupo que ven en la fotografía y con otro grupo conformado por varios etíopes, el compañero que señalé en la imagen lanzó una pregunta insistente a la profesora del curso.
—Natalia Gregorevna, (estoy inventando el nombre porque no recuerdo el original), si yo tengo hijos y nacen en este país, ¿serán blancos?—, todos enmudecimos, pero no por la pregunta, sino por la valentía de hacerla sin temor a ser juzgado.
—No, contestó la profesora, esas características las determina la genética; y dio una breve y sencilla explicación sobre el tema.
—¿Entonces si me caso con una soviética mis hijos nacerán blancos?—, volvió a insistir mi valiente compañero etíope.
—No, no precisamente blancos como tú nos ves ahora, será un asunto de probabilidad genética, pero sí, tendrás más oportunidades de que tus hijos tengan un tono de piel más clara, pero también puede suceder lo contrario si los genes recesivos de tus antepasados se anteponen.
La valentía de este etíope motivó a otros compañeros a preguntar qué factores y circunstancias determinaban sus rasgos y color de piel, tan cotizados y determinantes en un mundo predominantemente occidental.
Lo sucedido en clase me hizo pensar profundamente lo que había visto y vivido en México. Recordé que en primero de primaria, justo para el festival de primavera, a todas las niñas (mi grupo sólo era de niñas), nos asignaron un personaje para disfrazarnos. Yo, por supuesto, levanté la mano hasta el cansancio para que me tocara ser mariposa, me ilusionaba usar esas hermosas alas que veía en la jarciería cada vez que iba con mamá al mercado.
Por más que insistí, no me eligieron, la maestra había decidido dar esos personajes a Claudia Farfán, Laura Gamez, Cecilia Rechi, Maricela de la Cruz, excepto Laura, todas las niñas eran rubias, muy rubias, el hit de Laura era tener unos enormes ojos azules.
¡Qué golpe!, yo creo que mi insistencia fue tanta que la profesora me propuso ser libélula, ¡buaaaaa!, las alas de la libélula no me gustaban, eras delgadas... Rechacé el papel. ¡Mariposa o nada!
¿Por qué permitir que nos impongan modelos de identidad o parámetros de belleza?, ¿por qué considerar que el color de piel es más importante que los valores y principios que rigen o regirán nuestra vida?
No juzgo ni culpo a mi compañero etíope, supongo que él buscaba encajar, pertenecer, ser considerado, quizá desde pequeño entendió que eso resultaba más sencillo para la gente blanca y no para ellos, "los africanos". Puede haber mucho de verdad en aquellas tesis que explican el papel de lo que se entiende por "belleza" o "selección natural", al momento de elegir reproducirnos. Mucho se menciona sobre la función para la sobrevivencia de la secuencia fibonacci. Seguro que existen elementos naturales que nos hacen elegir procrear con una persona en lugar de otra. Pero hemos dejado de escuchar a la naturaleza y, como sociedad mundial, hemos permitido el predominio de patrones de belleza ajenos a nuestras sociedades.
Esa clase de biología me dejó cabizbaja, pensando en cuánto permitimos que nos descalifiquen u omitan por no cubrir estándares de belleza "occidental". También me hizo pensar que yo no era ni sería la única persona relegada por mi color de piel, el mundo dejó de girar entorno a lo que me sucedía para ampliar en el conocimiento de las preocupaciones de mis pares.
Otro paso más en mi proceso de maduración, que aún continúa, pues desde que inicié mi vida laboral en México y hasta hoy, observo cómo actúa el grueso de la población trabajadora mexicana. Los que más llaman mi atención son las personas que, a partir de un gran esfuerzo en estudios y trabajo, llegan a colocarse en puestos clave y, ya instalados, dejan a un lado su dignidad para congraciarse con el "patrón", así proponen geniales ideas para genera mayores ganancias a sus jefes, como dejar de pagar a proveedores, usar el sistema para evadir impuestos, quebrar y fundar empresas, despedir injustificadamente a los empleados sin pagar la justa liquidación por sus servicios, etcétera.
Son numerosas las personas que se ganan la vida y se perpetúan en sus puestos laborales pateando los traseros de todos los que vivimos del esfuerzo de nuestro trabajo, son lo más cercano al concepto de "ladino", y no me refiero a aquellos que asumimos la aculturación necesaria en el mestizaje generado en América Latina, como yo; sino al ladino que abandonó las costumbres y elementos de identidad de su origen para asumir las costumbres, ideologías y pautas de comportamiento más retrógradas de aquellas personas a las que desean imitar, sumarse.
Creo firmemente que las personas de diferentes orígenes económicos, sociales y culturales podemos sobrevivir y convivir si dejamos de patearnos unas a otras. Pero para que esto suceda, cada uno requiere emprender la enorme tarea de autoaceptación, luego la tarea de no permitir la degradación de nuestra dignidad cultural, social y económica. Desde mi experiencia, asumir ambas actitudes nos da la fuerza necesaria para enfrentar cualquier embate, o para levantarnos de todas nuestras caídas.
Incluyo una canción de Rubén Blades, data de hace muchos años pero la mentalidad que refleja sigue muy vigente. Invito a escucharla y reflexionar sobre el contenido de su letra.
NOTA ESPECIAL: Hoy se festeja el día internacional de la mujer. La primera vez que tuve conciencia que existía este día fue en la ex Unión Soviética. Si no mal recuerdo, ese día era de descanso e incluía una celebración especial a las madres. Todas las madres ucranianas recibían flores, tarjetas y detalles. Pasó mucho tiempo para que la mención de la fecha y sus alcances llegaran al grado que hoy tienen, me alegro por ello. Saludos y felicito a todas mis amigas, lectoras, hermanas, primas, sobrinas. Mi deseo es que nos sigamos preparando para la gran responsabilidad cívica y ética que las mujeres tenemos como personas, pues en algún momento de la vida muchas nos convertimos en madres, alimentamos y educamos, invito pues, a educar en respeto y equidad a sus hijos e hijas, que en pocos años serán hombres y mujeres que marcarán el rumbo de sociedades enteras.