Parte
1
Una
mañana de enero llegó un autobús a la residencia de la Podfak. Quienes
escogimos la casa de descanso para pasar las vacaciones de invierno estábamos
listos en la sala de espera. Abordamos el vehículo y llegamos a nuestro destino
como en una hora y media, tal vez en menos tiempo.
El
lugar me pareció genial, se dividía en la sección para mujeres y para hombres,
que eran mayoría. Por cada grupo de habitaciones había una estancia con
televisor; las duchas estaban en otra sección. Las partes que componían la casa
de descanso tenían jardines, que en condiciones de invierno no estaban
esplendorosos pero se veían cuidados.
Yo
compartí habitación con Sayonara, de Ecuador, muy cerca estaba Alina y Diana,
que iluminaba el pabellón con su luminosa y alegre sonrisa. En el centro de
todo estaba el comedor general y el sitio estaba cercado por una barda y una
gran puerta. También teníamos una sección amplia de bosque que finalizaba en un
pequeño lago. El paisaje era prometedor.
Recuerdo
esas vacaciones como algo maravilloso, aunque mis asuntos, como los de otros
alumnos no eran perfectos. En ese lapso debí asistir a clases de matemáticas
para poder aprobar física, y también tuve algunos asuntos que resolver con el ya
famoso “X”, ¿lo recuerdan?
La
primera maravilla fue llegar al comedor y encontrar un hermoso “samovar” listo
para darnos la bienvenida con té negro calientito; había también unas mesas
tipo bufet llenas de comida deliciosa. Todos llegamos a “atascarnos” de comida
pues había “varenie” (варенье) para acompañar el chai, pan blanco de todo tipo
y también pan negro, además de mantequilla, pelmenie, borsh, kolvasa, piroshki
y tantas delicias más.
Con
tanta comida pensé que era justo y necesario permitirme alimentarme de manera
espléndida y eso hice. Claro que al segundo día tuve la impresión de que me
estaban “cebando” para la navidad ortodoxa.
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Todos felices saliendo del comedor, hace treinta años. |
La
estancia tenía esquís y un amplio campo para ejercitarnos. Todos los latinos
nos juntamos y corrimos al lugar indicado para tomar nuestros respectivos
esquís. Fue la tarde más deliciosa en muchos, muchos meses. Creo que un cubano
rompió enseguida un par de esos patines largos, otro latino más chocó con un
árbol y desbarató su equipo.
Curiosamente
a mí me fue sencillo adaptarme al ritmo que requería mi paseo con esquís, iba y
venía a lo largo del camino con toda soltura, ¡rayos!, ¡cuánta alegría siento
incluso al recordarlo!
Por
primera vez los estudiantes de la podfak, sobre todo los latinos, estábamos
integrados conviviendo. Una de las mejores partes de esas vacaciones fue conocer
mejor a Alina y Diana, una tarde me acerqué a su habitación y las encontré leyendo
libros de García Márquez que después me prestaron, tenían como música de fondo
un clásico de Joan Manuel Serrat llamado “Poema de amor”, pudimos conversar
sobre nuestro gusto por aquel catalán y cantar a todo pulmón ese disco tan
clásico que también incluía “Balada de otoño”, una canción tan entrañable para
mí por el recuerdo de mi hermano Adolfo.
Las
charlas con las chicas, llenas de ganas de saber todo y comerme el mundo, me
ayudaron a entender un sinfín de cosas sobre los cubanos que llegaron a la
Podfak.