9 de enero de 2018

Las pequeñas grandes cosas...

Por Fabiola Martínez Díaz

Hoy concluí mi tarea de abrir cajones, desempolvar recuerdos, revisar, elegir, desechar o conservar. Sin duda fue una actividad cansada en lo físico y en lo emocional. En esas dos largas semanas me esforzaba en pensar cuáles de tantos recuerdos son relevantes y dignos de compartir, pues ya empezó la cuenta regresiva. No hallé respuesta, pues cada carta, cada cinta de cassette guardado e incluso mi título profesional tiene una historia. Con gran tristeza les cuento que sigo sin encontrar la fotografía de mi querida amiga Amal, tan hermosa y querida para mí... 

En mi andar por la URSS, los mejores momentos eran recibir cartas y paquetes, mi amigo Gerardo Báez siempre tuvo la curiosidad y atención de escribirme y grabarme compilaciones de música. Creo que las que más sonaron fueron las de Jorge Negrete y Pedro Infante. Mi hermano Adolfo (q.p.d.)también me regalaba música, mucha, aunque en ocasiones yo le quitaba a la brava las cintas que me gustaban. 

En una ocasión mi amiga Amal y yo permanecimos conversando todo el día en la escuela, de camino a casa, en la habitación y con la luz apagada. Es una vivencia que tengo presente como si fuera ayer. Ella, que conocía mejor el inglés, me ayudó a entender y sacar la letra de una canción que recientemente me había llegado en un cassette y que me gusta hasta hoy, Every time you go away, interpretada por Paul Young. 

Inevitablemente, el entorno nos llevó a hablar del amor, desamor y de los enamorados... Pocas, muy pocas veces he podido hablar de una forma tan sensible como lo hice con Amal. Ambas, con 21 o 22 años encima, ya sabíamos de corazones rotos y entendíamos las consecuencias de cruzar límites. Por ejemplo, yo no era buena para interpretar el lenguaje corporal de un coqueteo, pero me quedaba claro que, por más que me gustara o por más que me quisiera tal o cual persona, me metería en mayores problemas de los que ya tenía encima, pero admito que me habría encantado arriesgarme...

Pero hubo personas más valientes que se abandonaron al amor o a la pasión, esa tarde hablamos de una pareja en específico, ella decidió cambiar de ciudad y regresar a su país para poner tierra de por medio. En verdad la envidiábamos, al menos yo sí. Se trataba de una pareja de palestinos, que parecían haber nacido el uno para el otro. Todo iba bien hasta que ella conoció a un libanés y ambos se amaron con delirio, hasta puntos insospechados para mi corta edad, siendo ellos de mi misma edad. 

-¿Pero por qué no siguieron?, ¿qué estaba mal si ambos eran árabes?
-¿Acaso no sabes?, ser árabe no es el tema, el punto es que uno es musulmán y el otro es católico. 
-¿Libaneses católicos?, ¿árabes católicos?, ¿en qué planeta vivo que nunca me enteré?-. Hasta ese momento, lo que sabía era que todos los árabes eran musulmanes y que no era bueno noviar con alguno. Así de reduccionista era mi educación básica. 

Esa anécdota me llevó a conocer que no sólo era una complicación las relaciones entre árabes de diferentes religiones, sino entre árabes musulmanes de diferentes países. ¡Rayos!, cada vez entiendo menos. Y es que, en ese entonces, aún estaba abierta la herida generada por el conflcito del Canal de Suez, que deribó en la invasión planeada de Israel, EEUU y Gran Bretaña a Egipto y de paso pues a lo que se les pusiera enfrente, todo con tal de recuperar la hegemonía que perdieron porque la independencia de las colonias o protectorados de Medio Oriente. 

Mi amiga y yo éramos unas enamoradas del amor y pasamos horas hablando de las grandes historias  que conocíamos para entonces, fue una de esas tardes de chicas como de película rosa, de las que soy fan, porque, a todo esto, ¿existe alguien que no haya suspirado o haya actuado con la mayor inocencia cursi por haberse enamorado? En casa y algunos conocidos míos se proclaman detractores de toda película rosa, a ellos les recomendaría que, además de hacer un repaso en su conducta ante el amor y el desamor, leyeran "La llama doble, amor y erotismo", de Octavio Paz, o al menos leer el poema de Jaime Sabines "Los amorosos". O ya de perdida, cerrar los ojos y recordar aquellos momentos en que la existencia de alguien nos hizo vibrar.

En lo personal, deseo de todo corazón que los asuntos en Medio Oriente retomen el curso de tolerancia en el que los dejó Saladino. Tengo la esperanza de que algún día lo lograrán. También deseo que todos aprendamos a amarnos, amar y ser amados, pues en esta sociedad mexicana saturada de prejuicios, los amorosos tampoco tienen grandes esperanzas. Y yo sigo insistiendo en que formo parte de los "privilegiados", pues al vivir al otro lado del mundo, yo con mi libre albedrío gozamos de las mieles y las hieles del amor, como pocas personas de mi tiempo. ¡Cuánta fortuna la mía!

Aquí comparto, pues, algunas de las pequeñas cosas que engrandecen mi vida.