2 de mayo de 2017

Las peluqueras

Por Fabiola Martínez

En 1987 la familia mexicana del Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras creció. Además de Javier y Mónica a mi escuela llegó Mirella, una hermosa chica originaria de Culiacán, Sinaloa.

Los lazos de amistad y confidencia entre Mirella y yo habían sido pre-tejidos por Víctor, el esposo de mi amiga Martha. Ambos mexicanos fueron compañeros en la Podfak en Lvov, antigua ciudad polaca perteneciente a la República Ucraniana desde la Segunda Guerra Mundial.

Mirella y Víctor solicitaron su beca para estudiar algo relacionado con el petróleo, razón por la cual les correspondía estudiar la universidad en la ciudad de Bakú, corazón petrolero de la URSS y capital de la República de Azerbaiyán.

En mi tiempo juvenil como ahora, se esparcían infinidad de rumores sobre la forma de vida y costumbres de cualquier ciudad de la URSS ubicada en Asia o donde hubiese prevalencia de pueblos musulmanes, como Bakú. . Se consideraba que toda manifestación cultural ajena a la occidental era inferior e incivilizada, donde la vida de las personas de formación occidental corría peligro.

Víctor ya había iniciado trámites para cambiarse a Leningrado, pero el destino de Mirella era Bakú y la idea le aterraba, así que pidió cambio de carrera justo a mi instituto, haciendo las mismas maniobras que yo hice para asegurar vivir en un lugar más "civilizado".

Mirella y yo fuimos excelentes amigas, nuestra cercanía fue grande, sobre todo en sus primeros dos años de vida en Kiev. Con frecuencia se quedaba a dormir en mi residencia o llegaba a visitarme con sus ex compañeros de Lvov.

Entre las mujeres latinoamericanas el arreglo del cabello era cosa seria, no sé si entre los varones también. La cuestión es que no conocí a nadie que se cortara el cabello en las estéticas soviéticas. Lo usual era pedir a otro compañero que nos hiciera el favor. Nunca faltó la persona que, además de valiente era más hábil o menos malo para 'tusarnos' y así ganaba fama y solicitudes de cortes de pelo.

Hasta donde recuerdo siempre acudí a Riita (de Finlandia); Mirella depositaba su confianza en mí e incluso me llevó a una compañera boliviana para cortes de pelo. Valeri también se convirtió en usuario de mis servicios.

Desde que regresé de Bratislava presté mayor atención a los cambios que se generaban día a día por la Perestroika y la Glasnost, es más, a mi regreso me encontré con la noticia de que Billy Joel, uno de mis cantantes favoritos había presentado un concierto en Leningrado o Moscú, no recuerdo. Ante el hecho me pensé: "creo que este asunto sí va en serio".

Yo no fue la única escéptica sobre las promesas y declaraciones de Gobachov, como muchos, esperaba que en cualquier momento apareciera la represión taimada o expresa. Pero no fue así; contrario a mis expectativas empezaron a crearse programas de televisión donde se hacían chistes ligeros sobre el sistema o el politburó. 

Con frecuencia pasaba la tarde en la habitación de Natalia y Belinda, ya fuera para comentar las novedades del día o porque las extrañaba. En ocasiones también se reunían las amigas de Naty y compartíamos toda la tarde mientras tomábamos té.

Las charlas sobre los cambios generados por la Perestroika no se hacían en mi habitación porque, aunque mi relación con Belkis era muy buena, sabía que la expondría con sus compañeros y con su sociedad, pues  al mismo tiempo que la URSS dejaba de ser reprimida en la expresión de sus ideas, en Cuba la cosa estaba que ardía y no era para menos.

Las dificultades económicas que estaban colapsando a la URSS ya no le daban para mantener a la Isla, de forma programada la URSS dejaría de subsidiar la economía de Cuba, por eso en los dos periódicos de circulación nacional que llegaban a los estudiantes cubanos de la URSS, se publicaban los discursos completos de Fidel Castro, que no paraba de vociferar contra los soviéticos traidores y nuevos enemigos de Cuba.

Parte del concierto de Billy Joel se retransmitió y mis amigas, amigos, Veleri y yo lo vimos. Recuerdo que me sentí ofendida por la manera en que este cantante recibió una hermosa matrioshka que le regaló una niña, como si yo hubiera sido la persona directamente ofendida. Aunque siempre supe que el hombre hizo una típica broma tipo made in USA, su proceder me pareció grosero, inculto y poco sensible hacia su público: la sociedad soviética acostumbrada a cierta solemnidad y que por primera vez en setenta años abría sus puertas a un artista del capitalismo.

Por fortuna hoy tengo claro que las sociedades asiáticas no son incivilizadas, más bien son el origen de nuestro origen. También sé que no se le puede pedir empatía o respeto a una persona cuya cosmovisión no le daba para ir más allá del ámbito de comprensión que le proporcionaba la sociedad del "Tío Sam".

Así, mientras Valeri, Belkis y la mayoría de los cubanos gritaban "traición" y yo aprovechaba para conocer y participar de los servicios religiosos del culto ortodoxo ruso, un conjunto de sucesos continuaban su camino hacia el cambio de la URSS y me perfilaban hacia las primeras filas del fin de una era.

Nota: El archivo fotográfico lo obtuve gracias a unas diapositivas que pude rescatar.

Al centro, Mirella, su amigo de Lvov y yo, cenando. 

En pijama, de izquierda a derecha Belkis, el amigo de Mirella y yo en mi habitación. 

Mirella y yo compartiendo.