1 de septiembre de 2015

Invierno mata a carita

Por Fabiola Martínez

El inicio de septiembre es para mí el anuncio de la llegada de tiempos fríos, en un parpadeo estamos en Todos Santos y luego ¡pum!, Navidad. Soy una persona muy friolenta y, cuando lo comento a la gente que conoce mi historia en la URSS, lo primero que escucho es: ¿Cómo sobreviviste en un país tan frío? Aún hoy, cuando lo pienso, también me hago la misma pregunta.

Estar en la Facultad Preparatoria implicó aprender lo fundamental para sobrevivir en un clima frío. A todos los extranjeros se nos asignó una cantidad de dinero para comprar ropa de invierno, la maestra de fonética fue la encargada de llevar al grupo de extranjeros a una tienda especial donde sólo nos atendieron a nosotros.

No había mucho para escoger pero encontré un abrigo que me quedó bien tanto de mangas como de largo. Como llevé de casa guantes, bufanda y gorras, pude invertir un poco más en botas de invierno, una chamarra para otoño y también compré dos juegos de ropa deportiva que usé casi todos los días, pues la ropa que traje de casa me quedaba chica.

Hubo un tipo de prenda que no estaba sujeta a discusión, debíamos comprarla sí o sí. Se trataba de la que nos pondríamos por encima de la ropa interior, ¡y estaba francamente horrible!

La parte de arriba parecía una camiseta de hombre marca “Rinbros”, pero la de abajo era una especie de bloomer mata pasiones, del tipo que usaron las mujeres en 1900 (para los hombres era una especie de malla de algodón que llegaba hasta el tobillo)

Por supuesto, todos protestamos, pero más las mujeres porque la mayoría veníamos de climas templados y cálidos y estábamos acostumbradas a lucir la piel de la juventud. Esa maestra se impuso como sólo una matrona lo sabe hacer, así que todos llevamos dos juegos de ropa de invierno.

La profesora nos juntó a todos y nos enseñó cómo debíamos vestir la ropa de invierno, ya fuera con pantalón o con falda, jamás debíamos dejar de usar ese bloomer porque, como mínimo, perderíamos nuestra fertilidad y nos buscaríamos numerosas enfermedades… Fueron tantas las que mencionó que ya ni recuerdo su nombre.

Con excepción de las botas de invierno, usé todas las prendas que adquirí hasta el final de mi estancia en la URSS. Mi chamarra de otoño era amarillo pálido, mis botas eran color café y mi abrigo era color gris, además se destacaba por pesar toneladas.

Cuando Martha y yo llegamos a la habitación, Natasha y Lila estaban allí. En un ambiente de complicidad femenina les mostramos nuestras compras y, en el mismo ambiente de complicidad femenina ambas se rieron en nuestra cara al mismo tiempo que preguntaban si los abrigos habían sido de los que sobraron de la Segunda Guerra Mundial, lo cual era una señal de cuán feos que estaban… ¿Y ya qué hacer?


La primera nevada no se parece en nada a la crudeza del invierno real, muy pronto le tomé amor a mi poltó (abrigo), cuando por las mañanas debía salir de la residencia para llegar a clase de ocho y en el exterior la temperatura era, regularmente, de diez o quince grados bajo cero. 

El único recuerdo de mi abrigo de invierno, la foto que Martha se tomó un día de invierno y nostalgia en Jarkov.

Martha me dedicó esta foto antes de terminar el año escolar 1985-1986.