24 de octubre de 2017

Entre broma y broma... la verdad asoma

Por Fabiola Martínez

La broma ligera -con un toque de descalificación-, es una costumbre muy mexicana usada para socializar, intentar distensar situaciones incómodas, o para distraer la atención de la poca educación y cultura que tienen las personas. Un día, como consecuencia de una reacción aprendida e históricamente repetida entre mis familiares, hice una "broma ligera" a las amigas de Nazima, mi compañera de habitación en mi tercer año. No recuerdo qué tontería dije pero fue algo así como que los mexicanos somos mejores...

Pensando "a la mexicana", nunca me imaginé que el "detalle" fuera compartido a compatriotas de mi amiga Nazima y tomado de mala manera. Y es que la bravuconada mexicana (ignorancia), no me permitía ver que estaba tratando con gente de una cultura diferente y tan antigua como la Persa, la Armenia o la China, lo cual se traduce en otras formas de ver y entender al mundo y relacionarse con él.

Mi muy occidental perspectiva no me permitía entender la gravedad del asunto, hasta que, preocupada, Nazima me avisó que sus compatriotas querían platicar conmigo para hacer aclaraciones. Recuerdo habérselo compartido a Valery, sus comentarios fueron de los pocos que me ayudaron a comprender el problema en el que me había metido y su sencilla solución: Una sincera disculpa y un reconocimiento de mi ignorancia.

Desde que pude enderezar mi metida de pata me abrí más a conocer sobre la cultura de Nazima intentando, en todo momento, hacer a un lado esos pesados velos del estereotipo vendido por los medios de comunicación occidental.

Dejé asustarme ante el hecho de que Nazima y su amiga pusieran periódico a la cazuela donde preparaban un arroz o cereal con dálites y opté por degustar lo que me compartieron, que siempre fue delicioso. 

Por las largas charlas que entablamos, aprendí sobre los usos y costumbres de su grupo social. Me enteré de los detalles de la fiesta de circuncisión de los varones a los tres años, sobre los deberes que una mujer debe cumplir cuando se casa, por ejemplo, cocinar para toda la familia del esposo, pero sobre todo atender a su suegra, este trabajo acababa cuando la esposa de otro hijo se hacía parte de la familia. 

Nazima y su amiga pasaban mucho tiempo juntas y disfrutaban el cocinar, me llamaba la atención lo bien que sabían hacerlo a pesar de las carencias de productos que cada día comenzábamos a experimentar en Kiev. Para ellas no era una opción aprender a cocinar, como lo fue para mí, era más bien una obligación no cuestionable. 

Ella, con su pícara sonrisa y su mirada traviesa, me enseñó varias palabras y frases en su idioma, por supuesto, lo único que recuerdo es una clásica "palabrota". También me compartió el sufrimiento de su pueblo por la injerencia rusa y estadounidense, que desde finales de los años 70´s cambió el rumbo de la política que como país se había trazado y los sumergió, hasta el día de hoy, en un interminable baño de sangre, destrucción y dolor. 

Nazima y su destino es algo que no se aparta de mi pensamiento, y cuando lo hace, hay una noticia o una película que me la recuerda, como me sucedió cuando vi la durísima película de "Cometas en el cielo" hace como diez años, e incluso cuando vi una muy buena sátira de Netflix hace poco tiempo: "Máquina de guerra". 

Para rematar, de un tiempo a la fecha me ha cautivado una telenovela turca llamada El Sultán Suleimán. Casi en todos los capítulos aportan datos de relevancia sobre las conquistas del Imperio Otomano y, mientras me distraigo con la urdimbre del harem, puedo ligar hechos históricos que aprendí en mis clases de historia sobre los imperios Ruso y Austro-húngaro y crece mi interés por saber, a ciencia cierta (o lo más cercano posible), por qué, por ejemplo, sabemos tan poco sobre la antiquísima Armenia y por qué Afganistán es un nombre ligado al terror y no a su antigua historia, sus grupos étnicos o su posición geoestratégica. A esta edad compruebo que a mí me corresponde sumergirme en el conocimiento de la grandeza de tales civilizaciones, antes de que me siga devorando el anquilosado eurocentrismo. 

En la cocina del piso tres, esperando la cena de Nazima, con Valery.