1 de agosto de 2017

Del embeleso al éxtasis

Por Fabiola Martínez

Para el tercer año de la licenciatura el programa incrementó asignaturas, además de las básicas de Ruso, Inglés, Literatura, Metodología y Pedagogía, ahora iniciaba cursos de Ética y Estética, Filosofía y creo que también de Historia del Partido Comunista.

Gracias a los nuevos cursos conocí a otro veterano de la Segunda Guerra Mundial. Contrario a mi antiguo profesor, éste era serio, riguroso y muy apegado a las normas del buen comportamiento. Honestamente siempre he sentido remordimiento por la forma en que nos comportamos con él. Al calor de la naciente libertad de expresión, todos sus estudiantes extranjeros nos volvimos un serio dolor de cabeza, creo que pocos de los contenidos de su clase quedaron fuera de debate o cuestionamiento. Fuimos injustos e indolentes.

Y es que, al momento de ver la paja en el ojo ajeno solemos ser los mejores. En lo personal me acuso de no ser empática con su falta de respuesta a nuestras dudas, a todo lo que pusimos en tela de juicio. Un hombre de su edad, con una guerra a cuestas, con una identidad construida dentro de la utopía, no tenía respuestas para sus estudiantes porque tampoco tenía respuestas a sus propias interrogantes. De ese maestro admiro el estoicismo con el que inició y terminó su semestre, es una lástima que no haya podido decírselo personalmente.

El año académico 1988-1989 inició y terminó con grandes novedades. A nuestra residencia y al Instituto llegó un grupo de hermosas estudiantes polacas para cursar su año de práctica de español, francés e inglés. En principio pensé que, como eslavas, su cultura o conducta serían parecida a las soviéticas o a las pocas eslovacas que conocí, pero nada que ver.

Todas (o la inmensa mayoría) eran devotas católicas practicantes y tenían como costumbre ducharse a diario. Las duchas comunes fueron los principales puntos de encuentro entre latinas y polacas.

La presencia de Polonia no pasó inadvertida para mis compañeros de clase. Marroquíes, palestinos y gente de Chad pidieron su cambio de residencia para quedar en la número 3. En un tris todo mi curso estaba viviendo donde al inicio de mi licenciatura sólo habitábamos unos pocos extranjeros no socialistas.

Admito que esa ligera sensación de exclusividad que sentía se perdió, pero gané una vida animada por la diversidad que se conformó. Ya fuera por las parejas de amigos y enamorados paseaban por los corredores o por las intensas charlas entre musulmanes africanos y palestinos en torno a la Intifada, de la cual todos mis conocidos musulmanes tenían una opinión distinta.

De las historias de amor y pasión hubo una que llamó mi atención, la que formó mi compañero de Malí y una polaca. Ella era el típico rostro que representaba el estándar de belleza occidental: esbelta, rubia, ojos grandes y azules. Él, delgado, muy alto, de mandíbula prominente y de un tono de piel muy oscuro.

El cielo y la tierra se unían cuando ellos se encontraban en los descansos para besarse. Ella le acariciaba el rostro con ternura, y lo besaba amorosa una y otra vez. Yo me convertí en testigo de su historia porque él era mi compañero de grado y ella iba a buscarlo siempre que se podía. Admiraba a esa mujer porque no tenía reparos en expresar sus sentimientos y emociones con un hombre que me parecía poco agraciado.

Para mi suerte, la vida hizo posible que obtuviera otro aprendizaje de gran relevancia. Un día, mi compañero de clase salió al descanso y se sentó como si tuviera frío, su chica se le acercó para besarlo como de costumbre, le pasó la mano por la frente pero él detuvo su ímpetu con lo que le dijo: "Espera, hoy no, me duelen los huevos."

En cuestión de segundos vinieron a mi mente las escenas narradas por García Márquez cuando explica cómo descubren el amor y la pasión las mujeres de la novela "El amor en los tiempos del cólera". Me quedaron claras las escenas que no había comprendido en su momento, también supe que en el amor y la pasión hay un sinfín de acordes que pueden llevarnos del embeleso al éxtasis y que yo no esperaría a tener la edad de Fermina Daza y Florentino Ariza para descubrirlo.