Por Fabiola Martínez
Agosto es el mes de mi última publicación, ya entrando a la recta final de los relatos de este blog, las disyuntivas de mi vida me obligaron a postergar este adorable ejercicio de memorias. En estos meses, como hace treinta años, aposté por un proyecto lleno de incertidumbre que forma parte de mi pasión: hacer contenidos de libros de texto para educación secundaria. Sólo que ahora, las consecuencias de tales apuestas cobran una factura muy cara, es el precio de perseguir sueños... Pero ya estoy de regreso para contar cómo fue mi vida en diciembre de 1989.
Valery y yo organizamos una visita a Bratislava para pasar las fiestas de fin de año con la familia materna de él. Antes de viajar yo debía concluir el semestre y adelantar mis exámenes, además, ya teníamos fecha para la boda y comenzamos a preparar los trámites necesarios. Así que no tuve ni tiempo ni cabeza para enterarme sobre las últimas noticias relacionadas con las consecuencias de la caída del muro de Berlín. Sin embargo, la Europa Oriental continuaba agitada.
La noche del 21 de diciembre de 1989, Valery y yo viajamos a la estación de trenes de Kiev y pasamos allí la noche, de esta forma nos aseguramos de estar puntuales en el tren que nos llevaría a Bratislava. Aunque contaba con la seguridad de un boleto, una visa y un hogar en mi residencia, todas las terminales del mundo son inseguras y pasar la noche en vela o alternando roles para cuidarnos daba miedo.
Una vez que las personas contamos con el calor de un lugar seguro, el panorama nos cambia. Así que no tuvimos reparo en echarnos a dormir con rapidez ya estando en el camarote del tren. Al levantarnos, nuestros compañeros nos dieron la bienvenida y nos convidaron té negro con pan, una delicia. Era una pareja de adultos robustos, veteranos de guerra, que estaba haciendo un recorrido en diversos países de Europa del Este para encontrarse con sus compañeros de trinchera.
Ellos comenzaron a preguntarnos nuestra opinión sobre lo sucedido con la caída del Muro de Berlín y la posibilidad de la unión de las dos Alemanias. Como muchos pensábamos en ese tiempo, les comentanos que la unificación nos parecía un asunto difícil de resolver dadas las condiciones de vida impuestas por el antagonismo generado por el capitalismo vs. socialismo o viceversa. Para sorpresa nuestra, la pareja nos reveló que, en efecto, eran veteranos de guerra pero habían formado parte de la resistencia alemana contra el fascismo.
Valery y yo nos miramos con asombro...
- ¿En verdad son alemanes?
- Sí, ¿por qué la sorpresa?
- Porque hasta donde sabemos la URSS derrotó a Alemania y se nos hace raro saber que existen alemanes amigos de los soviéticos.
- No sólo somos amigos de ellos, estamos viajando para encontraremos con nuestros camaradas eslovacos, junto a ellos formamos parte de la resistencia, éramos casi unos niños, pero todos nos involucramos. La Segunda Guerra Mundial fue algo terrible para todos.
- Bueno, ¿y ustedes qué piensan de la situación de su país?
- Nosotros tenemos miedo, no sabemos qué va a pasar, la mayor parte de nuestra vida ha sido en un país socialista sin relaciones con la otra Alemania. No nos imaginamos cómo puede ser la vida.
- Lo poco que sé -dije yo-, es que los jóvenes de las dos Alemanias están contentos, pero que existen jóvenes en la parte Occidental que forman parte de grupos con tendencia fascista.
- Es verdad, y ese es uno de los temas que nos angustia. Hoy, en ambos lados del muro te puedes encontrar jóvenes que admiran a Hitler y nos horroriza su falta de conciencia, ¿por qué no entienden que lo que hizo ese monstruo fue horrible?
- Seguro es rebeldía.
- No importa el motivo, lo relevante es lo que sucederá si nos unimos, nuestra parte, el Este, tiene muchas desventajas con respecto a Alemania occidental. Tenemos mucho atraso industrial, en el tema de la vivienda y el nivel de vida es muy distinto...
- No tenemos idea de cómo es la vida en ninguna de las Alemanias, -les dijimos.
- Tenemos miedo de que nos sometan con el argumento del atraso, nos da miedo que nos traten como alemanes de segunda...
Valery y yo no sabíamos qué contestar, tal vez la pareja se daba cuenta que con su charla nosotros nos estábamos enterando de la incertidumbre que vivía gran parte de la población alemana. Nunca antes me había planteado lo que un adulto maduro sí. Decidimos preguntarles sobre su forma de vida, lo que hacen y sienten, dejarlos hablar sobre sus dudas y miedos fue la mejor manera de aprender y de comprender el peso real de un suceso que, hasta ese momento, lo habíamos visto de reojo, como si no nos afectara.
Las 30 horas de viaje en tren fueron maravillosas para mí, sólo hasta ese momento comenzaba a tomar conciencia de la dimensión histórica que me había tocado vivir. Tal vez desde entonces me quedó claro que en algún momento de mi vida, compartiría mis vivencias. La Europa que yo conocí en ese tiempo, tenía una idea más clara del significado de una guerra, del horror de perderlo todo, de huir y esconderte para ganar un día de vida, quizás.
Los horrores de la guerra continúan en otros puntos del planeta, Siria, Somalia... Quienes alguna vez fueron víctimas, hoy son victimarios, ejemplo de ello son las acciones de Israel contra Gaza. América Latina vive nuevas formas de guerra, México a través del crimen y a las enormes cantidades de armamento que entra a mi país desde la casa de mis vecinos del Norte. Centroamérica con la violencia o pobreza extremas en puntos muy ácidos.
El 4 de noviembre fui testigo de un suceso que jamás imaginé. Mi hijo y yo salíamos de mi pueblo para tomar la autopista hacia Ciudad de México y justo en el entronque vimos a una multitud de hondureños pidiendo "aventón" o ride a los autos que nos dirigíamos para la capital. Se trataba de integrantes de la conocida caravana de migrantes que han caminado parte de nuestro continente para tener otra vida, quizás.
Leer noticias sobre la "caravana" es una cosa, ver los rostros de esa gente me cambió la perspectiva de la vida, lo que ví no eran personas, sino fantasmas. ¿Hasta dónde son capaces de llevarnos los dueños del mundo?, ¿qué le espera a mi país tan lleno de incertidumbre e ignorancia?
Estoy conciente de que las teorías de conspiración de quienes movieron a la caravana tienen sus fundamentos, no obstante, como ser humano y como la persona errante que he sido, sé que no es fácil ser migrante, mujer y latinoamericana, como no es fácil caminar por el mundo sin la certidumbre de llegar a un techo que te resguarde, a beber algo caliente y gozar de la charla y camaradería de la gente que lleva el mismo camino que yo. Las personas de "a pie" somos presa fácil de la demagogia local o global.
Mis dos deseos antes de concluir esta entrega son: que mis hermanos centroamericanos no mueran en el camino y que su elección de dejarlo todo no sea peor, aunque, ¿qué se hace cuando ya se ha perdido todo? En mi humilde opinión, lo peor que puedes hacer es quedarte inmovilizado.