Por Fabiola Martínez Díaz
Tocó mi turno de obsesión. Considerando que al inicio del Otoño los jardines de Peterhof aún estaban abiertos, sugerí a mis amigos regresar, sobre todo, porque estaba decidida a no perderme las imágenes de tan maravillosos jardines y estatuas. Fue por eso que guardé como tres cuartas partes de un rollo kodak a color de 36 exposiciones que llevé desde México.
Salimos de la residencia de Martha y Víctor hacia la terminal de trenes desde donde salía la electrichka hacia el Palacio de Verano. Ese día en particular, hacía mucho viento. Al llegar a los Peterhof, volví a sentirme maravillada. El pasto aún era verde y en los jardínes había tulipanes.
Recuerdo haberle pedido a Víctor que me tomara las fotos en los lugares que más me gustaron y en los que no había visto en postales. Empecé a posar con Valeri a diestra y siniestra. El tiempo voló y nuevamente ni el horario ni las fuerzas alcanzaron para caminar todos los lugares. Ese día reímos mucho, jugamos con el agua que baja de la fuente principal y desemboca en el Golfo de Finlandia.
Entre más nos alejábamos del resguarde de los árboles, mayor se sintió el viento frío... Y húmero. Para cuando llegamos al muelle a esperar la lancha (a la que llamaban cometa), la sonrisa se nos borró por ese frío que calaba hasta los huesos.
Brincamos para tomar calor y no funcionó, dimos vueltas como en clases de educación física y tampoco. A alguien se le ocurrió formar círculos, de espaldas y de frente y sólo así logramos recuperar algo de calor. La lancha tardó en llegar, no sé cuánto porque cuando la estoy pasando mal, el tiempo se me hace eterno. Empezó a llegar más gente al muelle y nos faltó poco para pedirles estar juntos para obtener calor.
Finalmente la lancha llegó y fuimos los primeros en subir y, a pesar de estar dentro con más gente, simplemente no podíamos calentarnos. Nunca había sentido un viento así, tan penetrante y húmedo que calaba hasta los huesos. En el trayecto de regreso nadie habló, creo que ninguno quería gastar sus calorías. Sin embargo, yo pasé del éxtasis al asombro y pesar. Mi mente, mi mejor máquina de sabotaje, comenzó a preguntarse cómo serían las condiciones de vida de quienes construyeron la ciudad, todos los lugares que amaba de Leningrado.
Recordé aquella cabaña donde vivió Pedro el Grande, y todo tuvo sentido. Si Pedro vivía así era por practicidad y porque no había mucho para donde hacerse. Era un lugar pantanoso, sobrevivir allí debió ser difícil. En ese momento no quise indagar, lo hice años después, y supe que para construir la ciudad hubo miles y miles de muertos.
Finalmente llegamos a nuestro destino y bajamos frente al Hermitage, pero no reparamos mucho en él porque todos queríamos tomar un té caliente o cocoa (era una especie de chocolate caliente sin leche). Luego de recuperar fuerzas y calor caminamos hacia la catedral de San Isaac, pues Valeri quería ver el péndulo de foucault.
Como ya no había horario de visita a museos o iglesias, caminamos por la zona, que en sí misma es un museo de anchas aceras donde se aprecia, ya sea la estatua a Pedro el Grande, o la de Pushkin, en la galería de arte y otras más.
El último lugar que visitamos fue la fortaleza de Pedro y Pablo, que además funcionó como prisión. Nuevamente pensé que los pobres presos debíeron haber muerto de frío, neumonía, tosferina o enfermedades similares; pues allí, en ese clima de Otoño, se respiraba humedad y las paredes se sentían húmedas. ¿Cuánto dolor cuesta hacerse de un imperio? Esa era mi pregunta constante.
Ahora que escribo esta entrega también pienso que lo mismo debió sucederle a quienes construyeron Versalles, o esos lugares de Europa tan concurridos y apreciados. No sé cuántas personas se hagan las mismas preguntas que yo. Pero quizás valga la pena hacerlo porque incluso ahora, las potencias luchan por hacer imperios que cuestan miles de vidas. Vidas que ponemos los más débiles en la cadena.
Valeri y yo regresamos a Kiev contentos con la visita. En la primera oportunidad que mi amiga Riita visitó Finlandia, le pedí revelar el rollo. Honestamente estaba ansiosa de verme allí, junto a esas majestuosidades. Para mi desgracia, todas las fotos de Peterhof se velaron, ¡por segunda vez! y las demás sí salieron.
Hasta hace poco pensaba que yo era la que tenía mala suerte con el lugar, hoy pienso que tal vez habilitaron la zona para que se velaran las fotos. Sigue siendo una duda, pues tampoco esa opción hace sentido porque el resto de las tomas sí salieron, menos las de Peterhof. Anhelo volver allá, espero que la vida me de la oportunidad de hacerlo. No se cuándo ni cómo, pero quizás lo logre.
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Peterhof, con la flecha señalo la ubicación del muelle. Imagen cortesía de Wiki Commons. |
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Otra vista, al fondo el palacio. Imagen cortesía de Wiki Commons. Algún día tendré mis propias fotografías. |
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Catedral de San Isaac, Leningrado, hoy San Petesburgo. Imagen cortesía de Wiki Commons. |