21 de febrero de 2017

Nadie aprende en cabeza ajena

Por Fabiola Martínez Díaz

¿Qué fuera de mi vida sin las fotografías?, las que tengo de mi vida en la URSS sobrevivieron viajes y estancias en Cuba, en mi pueblo natal y siguen aquí ahora, muy presentes en mí, refrescando mi memoria,  desatando emociones y estremecimientos por todo lo vivido. 

Por la fecha de la foto que compartiré en la siguiente entrega, debí adelantar mis exámenes de verano para viajar a Leningrado y estar cerca de mi amiga Martha en uno de los momentos más especiales de su vida: la llegada de su primogénito. 

A partir de la experiencia del invierno organicé mis finanzas para viajar en avión, por supuesto tuve que gestionar invitación, permiso de estancia en Leningrado y un lugar para pernoctar. Fueron de gran ayuda dos palavinos cubanos amigos de Martha, ella era hija de soviética con cubano, él era hijo de cubano con una uruguaya. 

Recuerdo haber llegado al aeropuerto a las once de la noche. Me esperaba Víctor, esposo de Martha y padre del esperado bebé.  Yo vestía pantalón medio bombacho, blusa ligera y chaqueta de piel. Mientras Víctor y yo esperamos el taxi empecé a sentir fuertes punzadas y una fuerte comezón. 

-¡Víctor!, no puedo parar de rascarme las piernas, ya se me están formando ronchas. 
-¡Ah, sí!, olvidé decirte que aquí hay muchos mosquitos y son bravos. 
-¡Que si lo son!, están perforando mi pantalón.- Comencé a sentir ansiedad...
-Lo importante es conseguir un taxi pronto, de lo contrario subirán los puentes y no podremos llegar al centro de la ciudad. -No presté atención porque estaba a punto de perder los estribos. Por fin llegó el taxi y entré volando; ya a salvo me dirigí a Víctor.
-¿Qué me decías de los puentes?
-Que debemos apurarnos porque a tal hora (creo a las doce de la noche) se levantan para que las embarcaciones de mayor tamaño puedan transitar. 

Mientras Víctor hablaba con el taxista, me percaté que la noche no era oscura, más bien parecía tener la intensidad de la luz que antecede al anochecer. 

-¿Todavía no oscurece?
-No, aún estamos en la temporada de las noches blancas. 
-¿Qué es eso?
-Es un periodo del año cuando las noches parecen atardeceres, incluso hay un día o dos en los que parece que fueran las seis de la tarde en un verano de México. 
-¿En serio existe eso?, en México había escuchado que había lugares de la URSS donde no anochecía, pero pensaba que era parte de todos los inventos que han hecho sobre este país.

El taxista iba apurado, pendiente del trayecto. Antes de llegar a la residencia, por la zona del Hermitage observé que la gente paseaba contenta, disfrutando del buen clima, todos se veían radiantes... 

Por fin llegamos al viejo edificio de la residencia estudiantil. Martha ya estaba internada en el hospital preparándose para el gran momento. Creo que dormí en su cama, tuvimos poco tiempo para hacer otras cosas más allá de platicar un poco, tal vez cené pan con kalbozá y jugo o té. 

Tardé un poco en conciliar el sueño procesando cada imagen de la ciudad que capturé en ese junio de 1987. Si en invierno Leningrado me pareció hermosa, ahora no sabía qué palabras usar para describirla, mi ánimo se sentía estremecido. Las calles, los jardines, los puentes y... ¡el Hermitage!

De repente me di cuenta de lo fundamental, mi amiga se convertiría en madre. Aunque en todo el proceso de gestación ya era un prospecto de madre, era hasta ese momento que me "cayó el veinte", como decimos en México. Recordé a mis compañeros del Instituto y me pregunté, ¿cómo cuidará al bebé?, ¿cómo se organizará para seguir estudiando?, y Víctor, ¿seguirá en Lvov o logrará un cambio de ciudad? 

Otra vez me consolé diciéndome que Martha era fuerte y audaz (y sí lo era), que lo lograría todo, mis respuestas parecían colocarme como un ser inmune, ajeno a esa posibilidad de la familia. Como escribí en la entrega pasada, en el proceso de hacerme adulta tomé decisiones de vida que trascendieron, validando una vez más el dicho: nadie aprende en cabeza ajena.