Por Fabiola Martínez
Las clases de historia de la Unión Soviética formaban parte del programa de estudios desde primer grado. De principio a fin tuve al mismo profesor, un hombre bajito, algo gordito y con un interesante sentido de humor. Lo que más llamaba mi atención era su estatus de veterano de guerra y las medallas que todos los días portaba en su traje.
La historia de la Segunda Guerra Mundial era un tema muy interesante para mí, lo estudié en la escuela y cada sábado ahondaba en su conocimiento a través del documental seriado que presentó la televisión mexicana con el acervo filmográfico de la URSS. Pensé que sabía lo fundamental pero me equivocaba, los datos dolosamente omitidos por la versión oficial que se difundía en el lado occidental de la "cortina de hierro" borraban, al punto de la negación, el dolor y la tragedia de numerosos pueblos que formaban parte de la URSS.
Por fortuna, la vida me dio la oportunidad de conocer la otra versión de la historia, pues en segundo curso de la licenciatura dedicamos el año completo a estudiar la Gran Guerra Patria. Recuerdo con cariño el curso porque mi profesor, siendo veterano de guerra, impartía la clase como si fuera un curso vivencial. Nunca me perdí una clase.
Al desmenuzar cada paso dado en la guerra por el pueblo soviético, mi profesor no podía disimular ciertos sentimientos de intensidad y orgullo, el punto de máxima satisfacción personal sucedió cuando nos contó cómo y cuándo se enroló en la guerra. Aún me enternece ese recuerdo.
Casi al final del curso mi maestro nos contó que fue llamado al servicio a los 15 años de edad, en el último año de la guerra. Nunca estuvo en combate, su tarea consistía en prestar servicio de limpieza y de ayudante de cocina en un barco; según contaba, el día más feliz de su vida fue cuando en el barco tocaron una campana para anunciarles que ya podían tener una pieza de pan completa al día.
El que mi maestro compartiera esa experiencia personal al final del curso le daba sentido a todo lo que habíamos aprendido. Sólo en ese contexto pude comprender, con total empatía, el sentido de dignidad y pertenencia que expresaba cada ser que portaba sus insignias, pude apreciar el significado de contar con techo y alimento cada día y, sobre todo, la enorme fortuna de no saber qué significa vivir una guerra.
Para el examen final me preparé muy bien, yo era la clásica estudiante "ñoña" que, luego de haber tenido un curso brillante, buscaba obtener la máxima calificación: 5 (пятёрка). Pero mi maestro me traería de regreso a la realidad, él sabía lo que yo quería y no lo puso fácil. Me hizo diversas preguntas adicionales que contesté bien, pero sólo me daría el 5 si le contestaba cuántas divisiones habían participado en la batalla por Stalingrado... ¡Me torció!
Me sentí frustrada, durante mucho tiempo me pesó esa forma de hacerme caer, sin embargo es uno de los profesores que más tengo presente. Gracias a su metodología y enfoque de la material aprendí a distinguir cómo se vive con dignidad, a apreciar a los pueblos y naciones que a pesar las adversidades saben 'plantarle cara' a la vida de forma digna.
Por casualidades de la vida el martes pasado tenía planeado compartir esta entrega, pero la detuve porque justo ese día se celebraría el 'Día de la Victoria", una celebración de gran relevancia para países como Bielorrusia, Ucrania y Rusia, quienes fueron de los más masacrados y golpeados por esta guerra brutal, además de Polonia.
Estuve atenta a las noticias nacionales e internacionales para saber de qué forma se mencionaría el hecho. Decepcionada, me percaté que apenas si se habló del fin de la guerra que estremeció al mundo, justo en este año que parece que los países más ricos, las llamadas "potencias" del mundo y las recién formadas naciones de Europa del Este han vuelto a enloquecer amenazando con nacionalismos, xenofobia, movimientos bélicos y una que otra amenaza nuclear, sin contar el intento de frivolidad con la que el presidente de los Estados Unidos dijo a la prensa qué postre comía al momento de contar a su homólogo chino que había bombardeado a Siria
¿Cómo la memoria histórica del mundo puede hacer a un lado una guerra que dejó más de 50 millones de víctimas?, ¿cuánto se puede omitir después del aniversario 72 del fin de una guerra tan atroz?
Mi ser se aferra a la esperanza de lograr vivir en paz, mi aprendizaje me dice que como humanidad estamos transitando por caminos que alguna vez nos llevaron al horror de la Segunda Guerra y al 'suicidio de la razón' de la Primera Guerra Mundial. ¿Acaso nos auto destinamos a ser la especie más demente del planeta?
Aunque no tengo respuestas para ninguna de las preguntas, sigo alimentando mi esperanza. Las acciones concretas de la canciller Ángela Merkel me alientan, hay que tener algo en la conciencia cuando se decide visitar Moscú para honrar a los soviéticos caídos, al pedir perdón por el holocausto y por los gitanos asesinados bajo el nazismo.