Por Fabiola Martínez Díaz
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A la derecha, yo, con mi amiga
Martha y mis compañeros
de Campuchía, hoy Camboya,
Jarkov, Ucrania, julio de 1986.
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Formo parte de un grupo pequeño de personas que tuvo el privilegio de estudiar en la antigua Unión Soviética, de allí un sinnúmero de vivencias únicas y reflexiones que compartiré.
En agosto de este 2015 se cumplen treinta años de mi llegada a Moscú y muchos recuerdos comienzan a desvanecerse; como no quiero cometer el error de pasar de largo por la vida sin contarla, inicio hoy esta tarea.
Este es, primero, un legado para mi hijo Gabriel Piñón Martínez (el más amado proyecto que he hecho en la vida, el centro de mi universo), para que tenga un referente sobre las circunstancias que fueron conformando el carácter, talante, elecciones y el amor constantemente renovado de su madre. Un homenaje a Paz Díaz Hernández, mi madre, el gran amor de mi vida, mi inspiración, un libro interminable de aprendizaje. A mi hermano Adolfo Martínez Díaz, quien con su búsqueda de identidad, sin saberlo, allanó la senda por la que llevaría mi vida hacia rutas indescriptibles, fantásticas, inagotables e irrepetibles.
Este es también, una forma de expresar mi amor a mis hermanos y hermanas, a todos sus hijos, especialmente a Jennifer S. Martínez y a Bryan A. Martínez, con la intención de que puedan conocer un poco más sobre las circunstancias de vida de su padre y las mías.
Por último, y no por ello menos importante, este blog está dedicado a Roberto Sadí, mi compañero de viaje, mi amor maduro, mi amigo, mi cómplice, con quien me aguardan nuevos proyectos de vida que ya han iniciado.