30 de agosto de 2016

Mujeres de mi vida... en Kiev

Por Fabiola Martínez

Antes de mi nacimiento mi padre esperaba un varón, pues ya había nacido la niña... la niña de sus ojos. Tres años y medio después nació mi hermano. Como sucede con todos los niños, percibí la inclinación de mi padre por su hijo varón y por su primogénita en su segundo matrimonio, eso sucede con frecuencia entre los padres por razones de sexo, empatía o porque sí.

Creo que desde niña me cuesta trabajo aceptar un no por respuesta, sobre todo en temas que involucran asuntos de justicia, por ello pronto me di cuenta de cómo llamar la atención de mi padre. Fue sencillo, sólo era cuestión de convertirme en la compañera de juego de mi hermano. Honestamente la tarea que me puse a temprana edad resultó fascinante, el mundo de los niños me resultó más sencillo y divertido que el de las niñas, pues además, requería de mí más osadía, mi mero mole, como decimos en México.

Mi hermano, mis dos primos y tres vecinos fueron mis mejores compañeros de juegos de toda mi infancia. Hubo ocasiones en que jugué con mis vecinitas al té y a las muñecas, pero me aburría, así que las cortaba pronto y retomaba mis actividades con los chicos: saltar bardas, explorar el río, mecernos en un árbol, jugar fútbol, béisbol, burro castigado y aprender a montar bicicleta. 

Hace poco tiempo Murad me dijo: "lo que resistes, persiste". Hoy confirmo que tiene razón. Desde finales del verano de 1986 y durante cuatro años estuve metida de pies a cabeza en un instituto predominantemente femenino. Específicamente en mi gran hogar, en mi residencia, tuve la oportunidad de percatarme de cuán fascinante es la convivencia con maravillosas mujeres, allí hice grandes y entrañables amistades y hermandades, ¡y cómo no, si estuve rodeada de mujeres inteligentes, bellas, determinadas y sensibles!

Natasha fue mi amiga, compañera, confidente y testigo de boda en Kiev. De ella tengo presente su enorme disposición a aprender de lo diverso, convivir con los latinoamericanos y a aceptarnos con todo lo que implica pertenecer a otra cultura. Naty, siempre sonriente, feliz y paciente, me ayudó a enfrentar mi dificultad para diferencias la щ, la ш y la ж con una frase que juntas repetíamos frente al espejo. 

Mi relación con Beli avanzó de forma más lenta, pero firme. De ella admiré y admiro su inteligencia, determinación y belleza. También admiraba la destreza con la que, en un pestañeo, maquillaba sus ojos usando sólo sus dedos, también admiraba su capacidad para adecuar su guardarropa para lucir siempre chic, y hasta hoy lo sigue siendo. Como mi madre y abuela decían, genio y figura, hasta la sepultura. Belinda fue mi mejor amiga latina durante su estancia el Kiev, pues con su perseverancia luchó por un gran cambio de vida en una universidad de Lomonosov de Moscú. 

Otra gran mujer con la que compartí de principio a fin de mi estancia es Riita. De ella admiré la sencillez y disposición con la que siempre se condujo, su gusto por lo latinoamericano y trato cariñoso. Gracias a las interminables charlas de fin de semana aprendí mucho sobre la vida cotidiana de un país lejano y poco mencionado como Finlandia. 

Nony y Yoyi son cubanas a las que traté sólo por un ciclo escolar, al igual que a Franki. Después que ellas se fueron nada fue igual, en lo que respecta a las chicas cubanas que llegaban a cursar su año de práctica del ruso. 

Yoyi y Noni tenían un excelente sentido de humor, sus ocurrencias me hacían reír hasta las lágrimas. Particularmente Noni me inició en el arte de bailar salsa, aunque debo admitir que tuve pocos avances ese año, pues no lograba descifrar el tumbao de esa mulatica. Digamos que Yoyi trataba de traducir las lecciones de baile pero, como toda buena mulata, no podía evitar ponerle ¡azúcar! a sus movimientos. 

Aunque mi trato con Franki fue cálido y cordial, no fue tan directo como el que tuve con otras personas. Eso no evitó que la observara con atención a la distancia. A Franki le gustaba cantar y fue de las pocas, quizá la única cubana, que tuvo la integridad para abordar los temas de su país con honestidad y profundo amor; situación que le pudo representar graves problemas. Todavía hoy recuerdo el timbre de su voz.  

Hubo otras grandiosas mujeres de las que mucho aprendí, eran amigas de Natasha, de ellas sólo recuerdo el nombre, Tamara y Ana, pero hubo dos chicas más, cuya foto comparto en esta entrega. La boda de Naty fue la última ocasión en que todas las grandes amigas estuvimos reunidas y cada vez que veía las fotos del recuerdo pensaba que jamás las volvería a ver, pero la vida es lo que ocurre mientras se planea. 

Hoy tengo contacto que la mayoría de ellas, espero pronto tener la oportunidad de reunirme nuevamente en algún lugar de nuestra casa común, el planeta Tierra. Cada día que transcurre es una oportunidad de hacer realidad ese sueño porque sé que "si lo crees lo creas". 

La chica de suéter rojo era muy dulce y noble... Lástima que no recuerdo su nombre.