Por Fabiola Martínez
Antes de regresar a Kiev tuve la oportunidad de pasear por la Leningrado con Martha. Me llevó a la Catedral de San Isaac para enseñarme el péndulo de Foucalt más pesado del mundo. ¿Qué puedo decir de ese lugar?, simplemente maravilloso, el arte sacro, la arquitectura del lugar y el péndulo...
A la salida caminamos por el monumento a Pedro el Grande y por el teatro Malinski, por ese paseo me enteré que la mejor escuela de ballet de Rusia estaba en Leningrado, con el ballet Kirov. ¡Y yo que pensaba que la única verdad se encontraba en el Bolshoi!
Desde cualquier perspectiva que se vea, ese viaje a Leningrado me cambió la vida; al igual que lo hacía cada oportunidad que tuve para ampliar mi visión del mundo a partir de las vivencias. Por ello regresé a casa con ánimos renovados.
Llegué a Kiev dispuesta a hacer lo posible por mejorar mi calidad de vida. Con un poco de asesoría de mis amigos árabes hice lo necesario para que el administrador me asignara una habitación de tres personas para vivir sólo dos. También hice gestiones para poder tener a una cubana como compañera de cuarto.
Tuve la excelente fortuna de quedar en el mismo piso con Natalia y Belinda, me sentí bien. Creo que ese verano Valeri había viajado a Tashkent, capital de Uzbekistán, para iniciar sus prácticas. El tiempo que quedó antes de concluir el verano lo usé para acomodar mi nueva habitación, pasear por la ciudad sola o con amigas y para leer. En esa época leí todo lo que podía conseguir de García Márquez.
Si bien extrañaba a mi madre y hermanos, mi capacidad para disfrutar mi vida y mi ciudad se había fortalecido. Creo que en gran medida se debió a la seguridad y madurez que iba adquiriendo, sumado a la armonía y paisaje de mi entorno. Kiev seguía enamorándome a pesar del tremendo calor de verano de la estepa.
Por fin inició el curso escolar, desde que tengo memoria fui de esas personitas raras que contaba los días para el inicio de clases. Nuevos maestros, nuevas asignaturas y la grata sorpresa de tener un mayor número de extranjeros, tengo muy presente a un grupo de muchachos libaneses y un par de palestinos, creo eran de Jordania, todos ellos e una belleza sin precedente.
En este viaje a los recuerdos más profundos y sensibles de mi juventud, me di cuenta que sólo hasta llegar a segundo grado me percaté de la presencia de dos mexicanos de mi instituto, Javier y Mónica. La vida puede pasar sin darnos la oportunidad de ver y percibir nuestro entorno cuando la identidad personal no es tan firme y, sobre todo, cuando dejamos la responsabilidad de nuestra felicidad en manos de otro. Cultivar la felicidad interior, estar a gusto y en paz con nuestro ser es el mejor regalo que podemos darnos.
Belkis fue una de las grandes novedades del curso que inició. Y digo novedades porque con la política de las instituciones cubanas las probabilidades de vivir con una isleña eran pocas. Belkis llegó con sus compañeros para cursar su año de práctica de idioma. Ella era una chica muy estudiosa y buena persona, pero desde el inicio de nuestra conversación me contó que, dentro de su grupo nadie quiso compartir habitación con ella. Por esa razón la ubicaron conmigo.
Cuando Belkis me aclaró las razones de su estancia en mi habitación se le cristalizaban los ojos. Creo que para ella el reparto de cuarto fue un golpe duro por parte de sus compañeros... Estaba a la defensiva.
Como siempre la exclusión social hacía sus estragos, y más viniendo de tu propia gente, ese grupo de cubanas fue muy diferente al anterior, sólo logré hacer una relación cordial y afectiva con Belkis y dos chicos que fueron ubicados en mi mismo bloque: Nelson y Osvaldo, si la memoria no me traiciona.
Creo que ambas nos esforzamos en generar empatía y convenir reglas para la convivencia, considero que nos fue bien de principio a fin a pesar de la casi inflexibilidad de su adiestramiento político, con el tiempo entendí que, ella como la inmensa mayoría, lo hacía por sobrevivencia. Un aprendizaje más.