27 de marzo de 2019

Madre e hija

Por Fabiola Martínez 
A la memoria de Ma. Luisa.

Quizás, a principios de febrero, Valeri tuvo que defender su tesis, al igual que el resto del grupo. Recuerdo haber estado, como pegote, viendo los cálculos de su trabajo y ayudarle en el repaso del planteamiento de su tesis. La defensa de la tesis suponía el final de su estancia en Kiev, pero él logró negociar un tiempo de gracia para permanecer conmigo en la ciudad de los jardines. 

Para esas fechas, las vietnamietas de nuestro bloque ya se movían con soltura en la ciudad. Todas recibían a sus novios, de otras facultades y vivían en un total hacinamiento. A pesar de que todos padecíamos los estragos de la escasez y de no haber avanzado en el dominio del ruso, las chicas contaban con los contactos suficientes para comprar enormes cantidades de bateas para freír y lavar, que tenían apiladas del piso al techo. 

El resto de las personas que vivíamos en ese bloque: Khema y su amiga de Tailandia, Murad, Mohamed, perdimos la batalla para lograr que mantuvieran limpia la cocina y apagadas las hornillas de la estufa eléctrica. 

Un día, estando Valeri y yo en la habitación alguien tocó a nuestra puerta. Cuando la abrí, tres vietnamitas me miraron y comenzaron a hablarme en su idioma pensando que yo era su compatriota. Recuerdo que sólo las miré con asombro, moví la cabeza en señal de negativa y les dije: 'no entiendo su idioma, por favor hablen ruso'. 

Valeri no paraba de reír y yo, hasta hoy, sonrío y me divierto cuando recuerdo y comparto la anécdota. Ya en una ocasión las soviéticas me acusaron de ser mongola y ahora las vietnamitas me asumían como su igual. Lo sucedido sólo acentuaba que mis raíces indígenas me habían dado un fenotipo parecido al asiático; ahora que soy más observadora de las personas y su conducta, me percaté del enorme parecido que podemos llegar a tener los mestizos de México y América Latina. ¡Bendita diversidad!

Antes de regresar a Cuba, Valeri envió por barco, en un contenedor, la parte pesada de su equipaje. Recuerdo que el chip o 'modo mamá' ya lo traía prendido y compré una cuna para mi  hijo y le pedí a Valeri que lo enviara en el contenedor que compartía con uno o dos compañeros. 

Como lo he mencionado, el primer trimestre de embarazo es una locura total, de esas que hacen que las mujeres actuemos impulsadas por cualquier otra cosa que el sentido común. Cuando Valeri tuvo su vuelo Moscú-La Habana, yo me fui con él en el tren para acompañarlo a Moscú. Recuerdo que todavía hacía mucho frío, pero no tanto como en el mes de enero. 

Ya en Moscú Valeri y yo tuvimos todo el día para pasear y hasta de tomarnos una foto en una calle peatonal muy concurrida, donde ya era visible el efecto de la glasnost y perestroika. Lo que más me llamó la atención fue ver que, en el lugar donde tomamos la foto, se vendían souvenirs como si fuera un parador turístico, allí podían encontrarse matrioshkas con la cara de Mijail Gorvachov en la que destacaba su emblemático lunar. 

Mi penúltimo viaje a Moscú.

Valeri y yo estuvimos en el aeropuerto Sheremitevo toda la noche, pues el avión salía casi de madrugada. La pasamos mal porque yo tenía tanto sueño que acomodé las maletas para hacer un espacio donde dormir, ya que el sueño me vencía. 

Así como organicé el viaje a Moscú, también tomé la decisión de llamar a México desde el aeropuerto, para comunicarle a mi mamá que estaba embarazada. 

Creo que a todos nos ha pasado que, antes de enfrentar situaciones complicadas, organizamos en la cabeza escenarios y escenas de cómo consideramos que manejaremos los sucesos. En mi caso, sin embargo, ya estando a punto de confrontar la verdad, me sentí muy acojonada. Tanto, que al hablar con mi madre no hice las cosas como las había ensayado, sino como el miedo me permitió hacerlo. 

Debo aceptar que no fui nada sutil en dar la noticia. Ahora entiendo que contribuí a aumentar las preocupaciones de mi madre sobre mi salud, cuidados y sobre el rumbo que tomaría mi vida. Creo que, aunque la reacción de mi madre fue de felicidad, en el fondo tenía sentimientos encontrados. 

El último año de vida de mi madre lo pasó conmigo en la Ciudad de México, siendo yo una joven divorciada. Las circunstancias de mi vida, sumadas a las circunstancias que le impuso una grave depresión y la aparición de una extraño cáncer , nos permitieron, por primera vez, hablar con honestidad como mujeres y madres. 

Recuerdo con mucho cariño y gratitud las largas horas de charlas sobre aciertos y desaciertos de nuestra vida. Recuerdo también la amorosa forma en que me narró todo lo que pasaba en su cabecita cada vez que yo daba giros tan complicados a mi vida. 

Aunque tuve muchos momentos de reproche hacia ella, por educarme con pocas habilidades para enfrentar la vida como una mujer más libre y responsable (según mi juicio de entonces); y también gastaba mucho tiempo de mi vida culpándome por mis elecciones, la madurez me hizo ver que, como persona, viví con las habilidades que tenía, pero he podido reorientar el rumbo, aprender de los errores y buscar, siempre, la forma de volver a levantar ante cada embate de la vida. 

Cuando madre y yo reflexionábamos sobre nuestra vida, corroboré la importancia que tiene el dotar a los adolescentes de una formación ética que les permita aprender en libertad y vivir plenamente su sexualidad (afectividad-identidad de género-erotismo-reproducción). Sigo pensando que los padres pueden ser los mejores guías para sus hijos, pero requieren una dosis de honestidad y de preparación. Mientras eso sucede, yo continúo con mi labor y me enfoco en mejorar el contenido de los textos que elaboro con mi coautor.