14 de septiembre de 2017

Del sexo, el cuerpo y otras cosas

Por Fabiola Martínez

Desde que inicié sola mi camino por la vida en 1985, comencé a percatarme del poder que otorga el infudir temor. En mi país los temores hasta hoy vigentes son el temor a Dios, al pecado y a los placeres carnales.
El idealizar a una potencia del mundo me hizo preconcebir que llegaría casi al paraíso. Pero los demonios que la sociedad soviética hasta 1988-1989 no se parecía a los nuestros, aparentemente. Hasta que inició esa noche larga y oscura que fue todo 1989.
Corrían las tardes aún frías, las tardes de ducha comunitaria con las nuevas chicas polacas y latinas en jolgorio. En algún momento de ese principio de año, los jóvenes de lugares aledaños comenzaron a buscar formas para espiar a las mujeres de mi residencia mientras nos bañábamos. Al principio fueron incursiones rutinarias: un poco de vidrios rotos. Pero ese año en el que todo cambió, las incursiones se tornaron desafiantes y peligrosas.
Comenzaron desprendiendo ventanas, luego intentaron, reiteradamente,  entrar a las duchas. En una ocasión uno de esos jóvenes, repleto de hormonas y dispuesto a desafiar el orden establecido, entró a nuestras duchas  y se resguardó allí hasta que llegó la hora en la que todas solíamos ir a bañarnos. Esa tarde el chico ocasionó un fuerte caos.
No lo sé de cierto, pero lo imagino. Quizá aquel joven y audaz joven contó a sus amigos su hazaña y pronto hubo alguien que quiso superarlo. Ése alguien logró burlar la guardia de las bábushkas para ir directo a las duchas a la hora pico, e ingresar a ellas por la puerta principal. Para su desgracia, cuando el pánico inició, el presidente del stud soviet (consejo estudiantil), un tipo alto, atlético y fuerte, llegó a bañarse a las duchas de enfrente, las de los varones.
Cuando el starosta apenas había cerrado la puerta del baño, comenzaron a escucharse los gritos y éste, sabedor del acoso que vivíamos, entró a la ducha de mujeres para sacar al intruso y darle una golpiza de Dios y Señor Nuestro. Lo que yo ví fue a nuestro presidente estudiantil detenido por unos cuatro compañeros y a un idiota tirado en el piso tratando de limpiarse el montón de sangre que le sacadaron.

Los chicos de mi albergue decidieron montar guardias y rondines para apoyarnos, pero nada podía parar la ola desatada. Nuestros vecinos dejaron de ir un rato pero luego regresaron con un poco de más recato.

Habiendo visto esta reacción por parte de los soviéticos de mi residencia me sentí a salvo. Un sábado de primavera, después de clases fui a la ducha, en esa ocasión no encontré a alguna chica para acompañarnos y, como debía ir a la residencia de Valery, tenía que darme prisa. Así que fui sola, entré y revisé las duchas para asegurarme de que no hubiera nadie, y no lo había. Elegí un lugar, me quité la bata y comenzé mi rutina. De repente, frente a mí estaba un compañero soviético de la residencia... ¡Carajo!, qué miedo más berraco sentí, me quedé paralizada, no podía hablar, gritar ni moverme. Es más, no lograba anticipar si el tipo quería violarme o sólo verme.

De repente, el hombre se dio la media vuelta y se salió, no sé cómo pero se las arregló para no toparse conmigo nunca más, pues yo le reconocía muy bien. Aún cuando respiré y traté de restar importancia al hecho, lo cierto es que, hasta ahora, no he experimentado peor sensación que esa: desnudez, impotencia, invasión, y todo lo que se les pueda ocurrir.

En otra ocasión un soviético me toqueteó el trasero en un autobús y otro me toqueteó el pecho en plena calle. ¿Qué mierda les pasa?, trataba de conversar el tema con Valery, y lo único que ese su debilidad mental le permitió decirme fue: "Seguramente tú lo provocaste".

Esa respuesta la habría esperado de un mexicano, no de un cubano-eslovaco. Pero por terrible y reveladora que fue esa verdad me permitió ver que todo sistema totalitario, sea de derecha o de izquierda, castra el sentido común,  fomenta la represión sexual y toda clase de temores para controlar a su gente.
Lo peligroso de esto es que, como dice un refrán mexicano, "no hay mal que dure cien años", y en ese tenor también se estaba  yendo un sistema totalitario como el de la URSS. Con graves consecuencias por la represión, como en su tiempo le pasó a España luego de la muerte de  Francisco Franco. Dos sistemas de gobierno tan antagónicos como parecidos. Ambos tenían bajo su total control el poder de la sexualidad y el terror.

Hoy comprendo que en esa apertura de la Perestroika se desataron los demonios y la gente se sintió libre de conocer todo lo que tuvo prohibido, hasta hoy pagan las horribles consecuencias con el comercio sexual que enfrenta su gente.  Como en su momento le pasó y sigue pasando a España, por ejemplo, que no en vano ocupa el segundo lugar mundial (hace tres años ocupaba el primer lugar), en consumir pornografía infantil. Los mexicanos, tenemos el vergonzoso honor de encabezar la lista.

Una historiadora colombiana dijo que "quien tiene el control del temor a la muerte y al sexo, tiene el control de todo", lamentablemente sigue vigente esa consigna, pues por un lado se siguen incrementando las amenazas de muerte por algún atolondrado ataque nuclear y por el otro lado, el comercio sexual se ha vuelto tan lucrativo como el de las armas. Así que, visto en perspectiva, esas son los demonios humanos con los que tienen sometidas a sociedades enteras el temor a la muerte y a la sexualidad. La cosa es que se hace más evidente en aquellas sociedades donde la tiranía predomina.