Por Fabiola Martínez
En una habitación anterior a la nuestra vivían dos soviéticas, una de ellas muy alta, rubia y de piernas largas, y dos chicas provenientes de Chipre. ¿Cuántas asuntos y temas todavía me quedaba por aprender?, siempre me jacté de saber de memoria las capitales del mundo, de América y de las entidades federativas pero, ya estando en la beca, me percaté de que la noción de "capitales del mundo" que tenían en mi escuela primaria, se limitaba a los países de Europa, el resto del mundo carecía de importancia, ¡ouch! Por si fuera poco, dentro de esa enseñanza geográfica Chipre y su capital no estaban incluidos. Así las deficiencias de nuestro bello sistema educativo.
La libertad que me otorgué sumada a la que me daban las tardes del frío invierno me llevaron a socializar, algo que no había hecho antes. Fue en ese lapso que conocí a la bella, alegre, sociable e inteligente chipriota. Menciono esta lista de calificativos porque siendo mi vecina no me di la oportunidad de conocerla, yo pensé romper el hielo practicando mi ruso, que mejoraba día con día.
En cuanto inicié mi charla me di cuenta que esta chica dominaba el español como una nativa, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué?, la respuesta era más simple de lo que imaginé, ella era muy amiga de mi amigo colombiano Steven y aprendió español de él. ¡Ajá!, pero, ¿cuántas neuronas más debía tener para hablar español sin acento, además de estar muy avanzada en ruso?
Ya en mi edad madura supe, que no fue fundamental la cantidad de neuronas que tenía en función, sino las barreras que ella nunca se impuso a sí misma. Ella sí tenía desarrolladas otras aptitudes, pero el aprendizaje de un idioma así, sólo por el trato entre amigos, sucede por voluntad de conocer al mundo, al otro (o como dijera Octavio Paz, a la otredad).
Si lo que les conté había llamado envidiosamente mi atención, lo que les voy a contar rebasa todo lo dicho. Resulta que, al final del pasillo de mi piso, cerca de la cocina, vivía una chica de origen marroquí, a la que escuchaba interactuar ya fuera en ruso, ya en árabe o en marroquí, así le llamábamos al idioma que hablaban los nativos de ese país, se parecía al árabe pero no en todo. También la escuché hablar con los africanos en francés y no me sorprendió tanto, sabía que en Marruecos hablaban francés porque otros árabes me contaron que había sido colonia de ese país.
Un día, hablando en español con la chipriota en la cocina, se acercó la chica marroquí y se unió a la charla en un nítido, transparente, comprensible y armonioso español. Mis ojos se salieron de sus órbitas,
—¿Cómo es que sabes español?, ¿acaso no eres marroquí?
—Lo soy, pero de la parte española—, ¿en qué momento entró España a este momento de la historia?, me pregunté.
—No te entiendo.
—España tuvo una colonia en nuestro país y algunos protectorados, sobre todo al norte, cerca del estrecho, España y Francia estuvieron muchos años en disputa.— ¿Cómo es que no sabía algo tan importante siendo una persona con nivel medio concluido?
—¿Pero cómo es que hablas tan bien español?
—De donde vengo todos hablan español y marroquí, estamos acostumbrados.
Ya en mi relación con los africanos y árabes supe que a ellos les era natural dominar otros idiomas porque nunca dejaron su lengua nativa cuando fueron fuertemente colonizados o recolonizados antes de la Primera y Segunda Guerra Mundiales. Lo vi como una manera de defender su dignidad o resguardar su originalidad ante las jaurías que les cayeron encima para arrebatar su riqueza natural.
Era un reto más a vencer, yo debía poder con el ruso, y lo haría de la mejor manera... El único obstáculo era yo y estaba dispuesta a quitarlo, aunque no fue fácil dejar a un lado esa mentalidad "victimosa", de "fatalidad" con la que hemos sido educados la mayoría de los mexicanos, esto no aplica al de derecha o al de izquierda, ambos bandos estaban y están igual.
Yo hice lo mío, continué empeñándome y logré avances sustanciosos. Me hice más cercana a las soviéticas, salí más de paseo y, sobre todo, me mimeticé con la gente de a pie, como me dijo mi tío Eduardo Zaldivar.
Y , como dice el título de esta entrega, la persona es tantas veces persona cuanto es el número de idiomas que habla, ¿por qué?, porque el idioma no sólo sirve para ir de shopping al Paso Texas o a Francia (sólo para aludir a la gente con más posibilidades, vuelos o ínfulas); sirve sobre todo, para comprender una cultura, idiosincracia, sueños, anhelos, historias nacionales y personales, formas de comprender al mundo totalmente diferente al que estamos acostumbrados. Si alguien como yo tiene la suerte de vivir y comprender esto habrá logrado algo de lo que sentencia la frase de este título; pues entregarse a las bellezas y sorpresas de otras culturas, cada persona, sin dejar de ser quien es, se adentra a un mundo fuera de las interpretaciones de nuestro modo de ser, que tendemos a decretar como el único válido y bueno. Tampoco piensa en cambiarlo ni adaptarlo a sí caminando por la vida con un sombrero de charro por Moscú o turisteando en Chichen Itzá esperando hallar un MacDonals o Starbucks para alimentarse.
Y como dijo Violeta Parra, "gracias a la vida, que me ha dado tanto", me di la oportunidad de sumergirme sin límites en esa hermosa cultura soviético ucraniana que, al día de hoy, sueño, recuerdo y añoro.
Nota final, dedicada con respeto, admiración y cariño al Licenciado David Vega Osorio. Aprender español mexicanizado, es saber que al apelar al estado de derecho y a la justicia implica considerar lentitud infinita; y que al traducir ambos términos se habla de paciencia, fortaleza, integridad, compromiso ético con el centro del ser de cada individuo, pero sobre todo de confianza plena en quienes nos defienden. Sí, la justicia es lenta, pero llega, siempre llega. Mientras lo espero, he compartido en mi muro de facebook los avances de un asunto que me ocupa, el otro asunto que tengo pendiente comenzará a ver la luz, si no es inconveniente para ustedes, les pido pensamientos positivos en pro de la justicia, pensamientos positivos para mí y mi familia. Siempre he estado segura que las buenas personas somos más, por favor, regálenme un segundo de cada día para desearme buena fortuna.