2 de julio de 2019

Cuenta regresiva...

Por Fabiola Martínez

La segunda quincena de mayo de 1990 pasó con celeridad. Debía apegarme al plan  que tracé para ajustar la realidad a mis urgencias (en esa creencia de la juventud que nos lleva a pensar que sólo basta un buen plan para que la vida se resuelva).

Desde que supe de mi embarazo hice planes para llegar a La Habana antes de que corriera el octavo mes de gestación, pues mis conocidas me habían explicado que las líneas aéreas no permitían viajar a mujeres en estados avanzados de embarazo, nunca verifiqué si ese comentario fue verdad y, lo irónico es que tomé decisiones sin información realmente confiable.

Acordé con mis maestros para adelantar exámenes y contar con tiempo para solicitar al decanato mi tira de materias (historial de asignaturas) que luego llevaría a registrar al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, radicado en Kiev, esos documentos eran vitales para que pudiera concluir mis estudios universitarios.

No tengo idea de cómo estudié o de cuántas clases tuve que adelantar por cuenta propia, sólo recuerdo las ocasiones en que me presenté a mis exámenes, de forma especial tengo en mente a mi joven maestra de Economía Política del Capitalismo, misma que el semestre anterior nos impartió Economía Política del Socialismo. Una mujer inteligente, de pensamiento agudo y con un amplio criterio que la hacía una de las mejores en autocrítica al sistema de los soviets (incluía lo bueno y lo malo).

En general, me fue bien con todas las asignaturas, siempre tiré a obtener 5 de calificación (nota máxima), pero oscilé entre el cuatro y el cinco. Y todo por empeñarme en recibir el famoso "diploma rojo", el que entregaban a los alumnos (de países del bloque) que concluían sus estudios sin tener ningún 3 en sus notas. Este dato es un punto importante de reflexión, pues mi enfoque no estaba bien dirigido, pues si bien aprendí mucho en mi formación superior, sólo enfaticé la nota, lo que luce, y no lo que se aprende y aplica en la vida.

Quizás una de mis profesoras sí tenía claro lo que pasaba porque fue más que exigente en el examen, me hizo regresar dos veces. En el fondo, quizás ella no estaba de acuerdo en que yo me adelantara mes y medio fuera el proceso enseñanza-aprendizaje que implica el acompañamiento del docente.

Además de mis exámenes de fin de año, había dos temas que me distraían de la maravilla de lo cotidiano, una consistió en un mayor alejamiento de mis amigas, incluso de mi propia residencia y otra tenía relación directa con el dilema que representaba, para mí, determinar qué hacer con la gran cantidad de cosas que no podía empacar en una maleta.

Escuché decir que para Siddharta Gautama (Buda), el origen del dolor radicaba en el apego y yo, sin duda, sentía apego por mis bienes materiales, creo que este es un mal común, al menos entre los hijos del capitalismo. Pasado el tiempo, también creo que sentía una urgencia por irme a seguir a mi <<amor>> al mismo tiempo que me costaba desprenderme de mi hogar.

Atrás del monumento a Lenin y del edificio caminé
una o dos calles para encontrar la oficina.
La zona tenía mucho encanto. 
Al fin llegó el día de ir a apostillar mis documentos, busqué la dirección de la oficina y me lancé a buscarla. Para llegar al lugar me dirigí primero al centro de la ciudad, a la avenida Kreshatik, luego subí por una calle lateral al monumento a Lenin. Recuerdo haber caminado una loma empinada y transitar por unas hermosas calles angostas que nunca antes vi. Ese trámite se convirtió en un paseo tan agradable...

Hace un mes me mudé del departamento  donde viví por casi 17 años, después del hogar materno, este fue el lugar donde viví la mayor cantidad de años de mi vida. Al empacar pude hacer un recorrido de todas las veces que me mudé de ciudad en ciudad, de país en país. El proceso de acariciar los recuerdos y colocarlos en cajas me dio espacio para recordar, sin prisa, todo lo que he tenido que dejar atrás, todo lo que forma parte de lo desechable y de lo imprescindible...

Facebook me ha permitido reencontrar a entrañables amistades y me ha permitido expresarles lo que tanto tiempo he tenido guardado: lo siento mucho. Esos amigos y otras personas conocidas suelen decirme que no debo lamentar nada, que es lo que nos tocaba vivir. En este tema discrepo con ellos porque sí, no debemos vivir atrapados en el pasado, en el "hubiera", pero tampoco creo que yo deba callar en la primera oportunidad que la vida me da para decirles que habría querido estar con ellos más tiempo que el que dediqué a adelantar asignaturas, que me seguirá pesando no haberme despedido, no haberlos abrazado por última vez o decirle lo importante que fueron para mí.