Por Fabiola Martínez Díaz

Los que emigramos temporal o definitivamente asumimos una actitud ante las consecuencias de una decisión tan trascendente para nuestra vida. Elegí quedarme en la URSS y concluir mis estudios y por esta razón asumí una actitud más pro activa ante los retos cotidianos, con ello, también formé una especie de refugio afectivo que en mucho sustituyó el cariño y apoyo familiar con el que afortunadamente conté. Además de Martha, Graciela, Iván, Guillermo y mis compañeros de Camboya fueron parte de ese inolvidable grupo.
A finales de noviembre o principios de diciembre, Martha cumplían años y ya no teníamos suficiente dinero del estipendio para festejar. Entre los nicas y nosotras juntamos botellas de leche, (sobre todo de la famosa "malochnaya smesh" que tanto me gustaba), y las vendimos. El dinero obtenido fue bueno y estábamos contentos, así que esa tarde de viento regresamos de vender botellas jugando y riendo, quitándonos y poniéndonos guantes, gorro y bufanda. Entre juego y juego, Guillermo sacó los guantes de las bolsas de su abrigo y empezaron a volar varios rublos.
Todos nos miramos como tontos antes de reaccionar y correr tras los billetes que no pudimos alcanzarnos. Ninguno de nosotros lamentó la pérdida, la asimilamos como algo que no teníamos y que no valía la pena lamentar y nos reímos de nosotros mismos por actuar de manera boba.
La celebración se realizó sí o sí, no sé cómo le hicimos, quizá nosotras vendimos algo de las pertenencias que se cotizaban entre las soviéticas, quizás cambiamos dólares a rublos en el mercado negro, la cuestión es que resolvimos celebrar la vida y compartir.
El día del festejo Martha tuvo una tarde de nostalgia y no quería celebrar, la llevamos con engaños al cuarto de los camboyanos y entre todos la animamos y nos animamos. Los nicas y los camboyanos prepararon una comida que, a fuerza de alimentarme en los comedores estudiantiles, me pareció no sólo deliciosa, sino llena del calor de hogar.
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Martha y Graciela. |
Los camboyanos hicieron lo suyo captando los momentos de la convivencia. Junto a Martha está Graciela, casi todos teníamos sobrepeso y una melena descuidada por el uso constante del gorro, por los meses transcurridos sin visitar a nuestro estilista y por los efectos de tomar la ducha por las tardes.
En la segunda fotografía está Iván, el único que en lugar de engordar adelgazó, haciendo ejercicio de su touch latino para alagar a Martha. Junto a Iván está uno de los camboyanos, nuestros anfitriones, gracias a ellos conservo capturados hermosos momentos. La tercera imagen capta a más personas, incluida yo. No sé por qué pero todos solíamos tener más hambre de la habitual, comíamos muy bien y aún así podíamos seguir comiendo más de lo mismo.
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Martha e Iván. |
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Yo, comiendo sopa. |
Cada cabeza es un mundo y cada corazón resuelve su sentir de forma distinta, sí. Ante esto me parece relevante enfatizar que, al recordar mis vivencias y narrarlas de la manera más honesta que puedo, con toda la sinceridad que me permite la evocación, continúo rescatando mi esencia; algo desgastada y desteñida con los devenires de la vida pero firme y bien arraigada, en plena recuperación de su dignidad.
Es importante no olvidar de qué madera estamos hechos, de dónde somos y hacia dónde nos dirigimos. Si lo que buscamos es trascender, vale la pena dejar obras significativas, pequeñas o grandes, con las que podamos ser recordados por sumar en pro de una vida digna. La lista de quienes han dejado huella en mí es larga y mi gratitud es aún más. Agradezco a la vida la posibilidad de continuar acrecentándola con la obra de la gente que continúa llegando a mí vida.
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Martha, Graciela y Guillermo. |