Por Fabiola Martínez
Más allá del impulso natural de descubrir el mundo de la piel, el enamoramiento y el amor formaron parte importante de la vida cotidiana de los estudiantes en Kiev. Quizás por el ímpetu juvenil, por el sentimiento de orfandad que a veces nos rondaba, porque allá conocimos al primer gran amor o por todos estos factores juntos, las relaciones de noviazgo podía llegar a convertirse en verdaderas historias de amor con diversos finales.
Los protagonistas de tales historias de amor podían ser parejas interraciales o del mismo país; aunque yo tengo la impresión de que dominaban las primeras. Mi percepción puede deberse a que las parejas interraciales me parecían, por mucho, más atractivas y, a la larga un tanto más intensas, caóticas e interesantes.
Vivir y llorar con mis amigos sus cuitas de amor era una cosa, ser invitada a la boda de alguna pareja era asunto muy importante y formal que pude vivir de cerca gracias a que fui invitada a la boda de dos de mis queridísimos amigos Graciela e Iván. De hecho, mis amigos nicas me honraron aún más al invitarme a ser madrina o testigo de su boda.
No sé por qué nunca lo pensé, pero entre mis prendas de vestir nunca incluí ropa formal para eventos de ese tipo... Tuve que improvisar y aunque no quedé muy contenta creo que logré verme bastante decente para el rol que me tocaba desempeñar.
El día señalado nos reunimos en el lugar donde se celebraban las bodas, creo que se llamaba algo así como 'el palacio de los novios´. Desde el primero hasta el último minuto de mi estancia allí fue toda una experiencia.
Me sorprendió ver la cantidad de parejas jóvenes que se casaban, también llamó mi atención que, a pesar de que todos teníamos asignado una hora exacta, me pareció que éramos muchos los que estábamos en espera.
Cada pareja permanecía junto a sus invitados porque todos debían entrar rápido y yo no lograba descifrar el por qué.
Tocó el momento de entrar y todos lo hicimos a paso veloz (creo que no éramos más de ocho personas incluidos los novios). La juez empezó la ceremonia cuando la pareja apenas se habían colocado en el lugar, sin importar que los demás nos hubiésemos colocado o no —y eso que yo era la testigo de Graciela y Bayardo el de Iván.
La ceremonia no tardó más de cinco minutos, en serio. Yo no cabía del asombro, pues además de que mataron, de un manotazo, toda la ilusión de mi primera vez como madrina, yo esperaba algo del suspenso que se vive en las bodas religiosas mexicanas, donde no falta el aspaviento de los nervios de la novia, del retraso de alguno de los novios, la entrada triunfal de la novia caminando de forma tal que logra mover su vestido como una campana.
Cuando la juez terminó de casar a mis amigos, nos indicaron caminar hacia la puerta de salida, en ese ínter se abría la puerta de entrada y llegaba la nueva pareja, en mi asombro no lograba identificar si la marcha triunfal era para los que entraban o salían. A pesar de todo lo nuevo e inesperado, al terminar la boda todos nos sentíamos contentos, alegres, pues estábamos protagonizando el gran paso de una historia de amor.
¡Qué bello es recordar!, recordar la vida, el amor, la pasión, el compromiso filial y de amistad; qué hermoso es saber que al igual que Graciela e Iván, tengo conocidos de ese tiempo que formaron parejas y aún continúan juntas y felices.
De todas las historias de amor que conocí, más de la mitad, incluyendo la mía, tuvo alguna fecha de caducidad inducida por el factor humano con historias de desamor, dolor, traición y tristeza... Pero todos los sentimientos positivos o negativos ligados al amor forman parte de la vida y creo que la madurez que mis amigos y amigas logramos al vivir solos desde muy jóvenes, ha contribuido a superar lo difícil, ponderar todo lo valioso y plantar paso firme para seguir adelante e incluso para aprender a ser más felices y plenos.
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Juntos y felices, todos nos tomamos la tradicional foto de boda en el lugar diseñado para ese fin. |