14 de abril de 2015

¡Bienvenida a la URSS!

Del miedo pasé a la duda. Apenas desabroché mi cinturón de seguridad miré a mi compañera de asiento, como buscando en ella las respuestas que no tenía. La miré no sólo porque habíamos entablado una agradable y larga plática, sino porque Martha era la única del grupo que sabía hablar ruso, por lo menos en lo elemental.

Pero las azafatas sabían lo que debían hacer, reunieron a todos los becados mexicanos y nos indicaron a dónde ir y qué hacer. Todos pasamos aduana y migración sin inconvenientes, procurando no perdernos de vista; al salir nos esperaban dos jovencitas que hablaban perfectamente español. Nos indicaron colocar todas las maletas juntas, no dejar de cuidarlas y esperar, esperar... 

En ese rollo se nos pasaron poco más de tres horas, sin comer ni tomar nada; creo que todos pensamos encontrar alguna tienda de refrescos y golosinas e invertir un par de dólares, pero no vimos ninguna tienda a la mano.

Mientras esperaba me di cuenta de lo mucho que se puede aprender cuando se observa la conducta de las personas, pues la espontaneidad con la que llevan a cabo sus actividades más simples, cotidianas o emotivas me daba una primera impresión de su talante. Todavía recuerdo vivamente cómo la felicidad del encuentro hizo que dos hombres, de unos cuarenta años, se abrazaron y besaron en dos mejillas y boca. 

La novedad para mí, no fue sólo por ver caras inmensamente dichosas contra la hosquedad con la que todas los “soviéticos”* se comportaban, lo fue también por ese beso de boca que no expresaba ninguna situación de homosexualidad, más bien de cariño filial o amistoso, algo raro para una joven provinciana. 

Por fin llegaron por nosotros y nos subieron a un camión de Intourist (nombre oficial de toda oficina o vehículo relacionado con el turismo para extranjeros), a ese camión también subieron becados latinoamericanos. Entendí que la larga espera se debió a que tuvimos que esperar el arribo de otros vuelos donde llegarían estudiantes de habla hispana.

Tuve cincuenta minutos de trayecto para admirar otro paisaje, uno lleno de un verdor intenso de árboles, bosques, parques y jardines, muy diferente a aquel que tenía el paisaje de Río Frío y Llano Grande (Estado de México).


Por fin llegamos al Hotel Universidad (Университет), cercano a las residencias estudiantiles de la Universidad Estatal Lomonosov, si no recuerdo mal, ese hotel fue usado como parte de la villa olímpica en los juegos de 1980. 

El edificio era alto y remataba con una especie de agujas, por así decirlo. El lugar para registrarnos, la recepción y todo el lobby parecía una gran verbena popular de africanos, árabes, asiáticos y latinoamericanos. Fue allí donde experimenté un vívido significado de la diversidad, en un sentido muy distinto al que nos  educaron en México, donde aún hoy, es común escuchar la palabra "negrito" (para referirse a cualquier persona de origen africano), porque con ella nos auto engañamos y queremos hacer saber que no somos racistas.


* En adelante, para referirme a las personas de la antigua Unión Soviética usaré la palabra “soviético”, no sólo por ser la correcta para los años narrados, también porque en ese tiempo nos era imposible distinguir entre ucranianos, bielorusos, rusos, uzbecos, etc.