17 de mayo de 2016

Víspera de verano

Por Fabiola Martinez

Conforme nos acercábamos al verano el clima permanecía templado por más tiempo y nuestro cuerpo lo sabía. Caminábamos más ligeros y sonrientes. Yo me aplicaba mucho más en mis estudios y las mejoras eran evidentes; además, cada día que pasaba era un día menos para ver a mi familia, ¡cuánta dicha! 

La Geografía se había convertido en una de mis clases favoritas, sobre todo porque el salón empleado para esa asignatura estaba lleno de muestras de rocas, tipos de tierra, láminas espectaculares... La luz del sol duraba cada vez más tiempo con nosotros y eso aumentaba nuestra felicidad. 

No sé si a todas las personas les haya sucedido pero, ahora que recuerdo y escribo esta entrega, me percato de que cuando los estados de felicidad eran más prolongados,  yo tendía a dar por hecho que todos la estaban pasando tan a gusto como yo, pero hasta en el día más feliz se aprende algo nuevo y difícil de explicar. 

Por alguna razón los profesores de ruso eran más sensibles al estado anímico y físico de cada uno de nosotros. Como a finales de la tercera semana de mayo, estando en clase de ruso, mi profesora se dio cuenta de que uno de mis compañeros de Jordania, Majmud, había adelgazado notablemente y tenía unas ojeras enormes, con un tono preocupado preguntó: 

—Majmud, ¿te sientes bien?, ¿acaso estás enfermo?
—No, Olga Yurevna, es que estamos en Ramadan. 
—¡Claro!, ya recuerdo, pero Majmud, en este país no puedes ser tan riguroso con el Ramadan, pues cada día que pasa el sol cae más tarde, te enfermarás. 
—¡Pero no puedo faltar a mi religión!

Muchos de la clase estábamos sorprendidos de la seriedad y respeto con la que la profesora y el jordano hablaban del tema. Para mí fue un golpe de realidad percatarme de la mirada angustiada, cansada y quizá desesperada con la que Majmud respondía a las preguntas de la profesora. 

—Majmud, por favor respira y escúchame con atención. Nadie te pide que no respetes el Ramadan, sólo te pido que no te esperes a comer hasta que anochece, te ves mal... 
—Me veo mal porque además del ayuno, me estoy preparando para los exámenes, no puedo reprobar o me mandarán de regreso a mi país, y si regreso, me voy directo al servicio militar. —Sus grandes ojos se cristalizaron. 

Otro compañero libanés aprovecho el espacio generado por la charla y también se desahogó. 

—Olga Yurevna, muchos de nosotros vinimos aquí para que nos perdonaran el servicio militar. Usted no sabe, pero todos en mi país, al cumplir dieciocho vamos al ejército por dos años, sin excepción, nadie desobedece las órdenes del Rey. ¿Y sabe?, allá nos mandan a cuidar la frontera con Israel, que siempre tiene conflictos armados con Palestina. Además estamos cerca de Líbano, que también tiene serios problemas. Dicen que no hay guerra, pero en esos lugares mueren muchos jóvenes todos los días. Nosotros no queremos morir. 

Desde que inició la charla permanecimos mudos, primero porque no sabíamos de qué se trataba el Ramadán y tratábamos de deducir el rumbo del tópico, luego por la crisis de angustia de Majmud y más tarde al darnos cuenta de la situación que vivían nuestros compañeros jordanos. 

Aprovechando un momento de silencio, la maestra hábilmente canalizó la tensión que se había generado y cambió el rumbo del tema al preguntarnos si sabíamos en qué consistía el Ramadan. Todos hicimos preguntas y la profesora pidió a los jordanos que nos platicaran los usos y costumbres para celebrar esa festividad. Después de terminar la clase habló con ellos en privado. 

La escena que describí sigue tan viva en mi recuerdo como hace treinta años. En ese tiempo me sentí afortunada y valoré la paz que se vivía en México. Claro que, por muy ingenua que fuera en aquel entonces, sabía que esa paz no era absoluta, creo que pocos países la viven. Sólo di gracias a la vida porque nadie de mi familia estaba obligado a ir a la guerra de nadie. 

Lamentablemente, la situación de México ha cambiado de manera radical desde el año 2001. Paradógicamente, a estas alturas de la vida, doy gracias porque mi familia y amigos transiten a salvo de una entidad federativa a otra, o de una delegación a otra. ¿Cómo llegamos hasta este punto?

Desde mi experiencia creo que los mexicanos, todos, hemos sido los más grandes desdeñadores de nuestra riqueza natural, cultural y social, todos los días la vendemos al mejor postor y lo hacemos a través de los quehaceres más insignificantes; mediante cada gesto o actitud cotidiana, con nosotros mismos y con las personas que decimos amar. ¿Recuerdan la teoría de la ventana rota?, estoy convencida que ésta aplica a caso todos los ámbitos de nuestra vida personal.