18 de agosto de 2015

Encontrar “la aguja en un pajar”

Por Fabiola Martínez


Como algunos de mis lectores comentaron, hubo un plan de ir a las residencias de la Universidad de los Pueblos Patricio Lumumba, pero éste no surgió por la idea de resolver dónde pasar la noche, más bien fue movido porque Martha requería localizar a una persona que llegó para estudiar postgrado y le trajo correspondencia de su novio y familia.

Una vez que Martha me hizo saber sus deseos y motivos reales de apurar mi viaje a Moscú, me quedó claro que se trató de un quid pro quo. Así que iríamos a la Lumumba a recoger las cartas pero, antes, elegimos caminar por el centro de Moscú, ¡vaya con nuestras prioridades!

De la embajada mexicana nos trasladamos a la Plaza Roja para conocer San Basilio, pero estaba cerrada, no sé si fue ese año que comenzó pero el edificio se mantuvo en restauración prácticamente los cinco años que viví en la URSS.

De San Basilio caminamos hacia el Государственный Исторический музей (Museo Nacional de Historia), creo que de paso nos quedaba la enorme tienda llamada Gum, o tal vez intencionalmente nos desviamos a ella. El caso es que entremos a esa enorme tienda de tres o cuatro pisos, nunca pensé que los soviéticos tuvieran algo así. Allí se vendía joyería (de hermosa factura), ámbar, ropa, zapatos… Lo que más me llamó la atención fue la cantidad y buen precio de las joyas con piedras preciosas.

Por fortuna Martha y yo compartíamos la afición por los museos y el conocimiento de la cultura, así que corregimos el rumbo y llegamos al Museo Estatal de Historia, fue una experiencia fascinante, pero no le dedicamos el tiempo necesario porque debíamos ir a la Lumumba.

A casi treinta años de distancia, recuerdo, escribo y corroboro que cometía una imprudencia tras otra. Martha y yo llegamos a la zona de residencias estudiantiles sin saber en cuál vivía la persona que vino de México al postgrado, ella sólo conocía el nombre completo, por tanto comenzamos a detener a toda persona que parecía latinoamericano, para preguntar por “un mexicano que vino a tal postgrado”.

Localizar a ese mexicano en una zona tan grande y multicultural, equivalía a “encontrar una aguja en un pajar”, pero la fortuna acompañada de toneladas de oraciones de mi madre nos condujeron al lugar donde vivía el compatriota, incluso tuvimos la suerte de encontrarlo en su habitación.

Pronto concluyó la entrega de cartas y la conversación sobre el estado de salud de la familia de Martha, recordemos que hacía poco tiempo había sucedido el terremoto de 1985. Como era de esperarse, Martha preguntó sobre la posibilidad de contar con su ayuda para pasar la noche allí, pero recibimos una negativa, quizá porque él tenía mayor edad, quizá porque recién llegaba y aún no tenía tiempo de ser empático con las peripecias de encontrar un sitio para dormir.

Salimos desalentadas de esa residencia y comenzamos a preguntar a cualquier latino si nos podía ayudar a pasar la noche allí... No logramos nada. Sintiendo la rudeza del desamparo, recordamos que dos de nuestros compañeros de viaje México-Moscú estaban estudiando la Facultad Preparatoria en la Universidad Lomonosov y para allá fuimos con la convicción de que no nos desampararían, nuevamente comprobé cómo los pensamientos en positivo sumados a actos lógicos allanan los caminos, por eso antes llamamos a la residencia de nuestros amigos para asegurarnos de que nos esperaran.

Otra vez a trasladarnos en metro, esta vez de la Lumumba a la Lomonosov, ya muy cansadas fuimos recibidas por los dos compatriotas. Su residencia era muy linda comparada con la nuestra, en sus habitaciones dormían cinco personas y eran mucho más amplias, a diferencia de la nuestra, en su residencia no habitaban soviéticos.

En la llamada telefónica previa, los mexicanos nos indicaron que debíamos pasar por la recepción de la residencia actuando como parte de la población local, así evitaríamos entregar a la babushka nuestra identificación en la entrada.

Logramos ingresar sin ser perseguidas por la babushka, pero la suerte no duró mucho, los chicos debían consultar con sus compañeros si permitían que nos quedáramos a dormir en el piso. Dos de cinco se opusieron, así que Antonio, creo que así se llamaba el mexicano más movido, buscó el apoyo de sus amigas latinoamericanas.

Sólo conocimos a cuatro de las cinco chicas de ese cuarto, de ellas, a quienes más tengo presente es a una dominicana y a una chilena, ¡hay que ver que el mundo es pequeño!, a esa chilena me la encontré en Universidad de La Habana, ambas estudiamos juntas para aprobar el examen de gramática superior.

Martha y yo dormimos juntas en la pequeñísima cama disponible, al amparo de un techo y una cobija, por fin las reflexiones de la suma del día nos obligaron a aceptar con conciencia que la vida no se debe tomar a la ligera.

Al día siguiente desayunamos en el comedor estudiantil y fuimos nuevamente a la embajada. Para sumar más aprendizajes de vida, la agregada cultural me trató como si yo hubiera sido la responsable del enredo con mi carrera, luego de regañarme y sentenciar que no era tarea fácil lo que ella debía hacer, me citó para regresar al día siguiente y concluir mi trámite. Con ese trato ni ganas nos dieron de pedirle apoyo para pasar la noche, lo que sucede cuando no conocemos nuestros derechos... 

Martha y yo salimos de la oficina de la agregada cultural como si nos hubieran pateado, nos sentamos en las sillas de la recepción, estábamos cansadas y maltrechas. Sin más ideas brillantes, Martha me miró al mismo tiempo que yo busqué su mirada, ya sin aliento y sin ocurrencia alguna nos preguntamos, y ahora... ¿Qué vamos a hacer?