Por Fabiola Martínez
Como
algunos de mis lectores comentaron, hubo un plan de ir a las residencias de la
Universidad de los Pueblos Patricio Lumumba, pero éste no surgió por la idea de
resolver dónde pasar la noche, más bien fue movido porque Martha requería
localizar a una persona que llegó para estudiar postgrado y le trajo correspondencia
de su novio y familia.
Una
vez que Martha me hizo saber sus deseos y motivos reales de apurar mi viaje a
Moscú, me quedó claro que se trató de un quid pro quo. Así que iríamos a la
Lumumba a recoger las cartas pero, antes, elegimos caminar por el centro de Moscú,
¡vaya con nuestras prioridades!
De la
embajada mexicana nos trasladamos a la Plaza Roja para conocer San Basilio, pero
estaba cerrada, no sé si fue ese año que comenzó pero el edificio se mantuvo en
restauración prácticamente los cinco años que viví en la URSS.
De San
Basilio caminamos hacia el Государственный Исторический музей (Museo Nacional de Historia), creo que de paso nos quedaba
la enorme tienda llamada Gum, o tal vez intencionalmente nos desviamos a ella. El caso
es que entremos a esa enorme tienda de tres o cuatro pisos, nunca pensé que los
soviéticos tuvieran algo así. Allí se vendía joyería (de hermosa factura),
ámbar, ropa, zapatos… Lo que más me llamó la atención fue la cantidad y buen
precio de las joyas con piedras preciosas.
Por
fortuna Martha y yo compartíamos la afición por los museos y el conocimiento de
la cultura, así que corregimos el rumbo y llegamos al Museo Estatal de Historia,
fue una experiencia fascinante, pero no le dedicamos el tiempo necesario porque
debíamos ir a la Lumumba.
A casi
treinta años de distancia, recuerdo, escribo y corroboro que cometía una imprudencia
tras otra. Martha y yo llegamos a la zona de residencias estudiantiles sin
saber en cuál vivía la persona que vino de México al postgrado, ella
sólo conocía el nombre completo, por tanto comenzamos a detener a toda persona
que parecía latinoamericano, para preguntar por “un mexicano que vino a tal
postgrado”.
Localizar
a ese mexicano en una zona tan grande y multicultural, equivalía a “encontrar
una aguja en un pajar”, pero la fortuna acompañada de toneladas de oraciones de
mi madre nos condujeron al lugar donde vivía el compatriota, incluso tuvimos la
suerte de encontrarlo en su habitación.
Pronto
concluyó la entrega de cartas y la conversación sobre el estado de salud de la
familia de Martha, recordemos que hacía poco tiempo había sucedido el terremoto
de 1985. Como era de esperarse, Martha preguntó sobre la posibilidad de contar
con su ayuda para pasar la noche allí, pero recibimos una negativa, quizá porque él tenía mayor edad, quizá porque recién llegaba y aún no tenía tiempo de ser empático
con las peripecias de encontrar un sitio para dormir.
Salimos
desalentadas de esa residencia y comenzamos a preguntar a cualquier latino si
nos podía ayudar a pasar la noche allí... No logramos nada. Sintiendo la
rudeza del desamparo, recordamos que dos de nuestros compañeros de viaje
México-Moscú estaban estudiando la Facultad Preparatoria en la Universidad
Lomonosov y para allá fuimos con la convicción de que no nos desampararían,
nuevamente comprobé cómo los pensamientos en positivo sumados a actos lógicos allanan los caminos, por eso antes llamamos a la residencia de nuestros amigos para
asegurarnos de que nos esperaran.
Otra vez a trasladarnos en metro, esta vez de la Lumumba a la Lomonosov, ya muy cansadas fuimos recibidas por los
dos compatriotas. Su residencia era muy linda comparada con la nuestra, en sus
habitaciones dormían cinco personas y eran mucho más amplias, a diferencia de la nuestra, en su residencia no habitaban soviéticos.
En la
llamada telefónica previa, los mexicanos nos indicaron que debíamos pasar por
la recepción de la residencia actuando como parte de la población local, así
evitaríamos entregar a la babushka nuestra identificación en la entrada.
Logramos
ingresar sin ser perseguidas por la babushka, pero la suerte no duró mucho,
los chicos debían consultar con sus compañeros si permitían que nos quedáramos a
dormir en el piso. Dos de cinco se opusieron, así que Antonio, creo que así se
llamaba el mexicano más movido, buscó el apoyo de sus amigas latinoamericanas.
Sólo
conocimos a cuatro de las cinco chicas de ese cuarto, de ellas, a quienes más
tengo presente es a una dominicana y a una chilena, ¡hay que ver que el mundo
es pequeño!, a esa chilena me la encontré en Universidad de La Habana, ambas
estudiamos juntas para aprobar el examen de gramática superior.
Martha
y yo dormimos juntas en la pequeñísima cama disponible, al amparo de un techo y una cobija, por fin las reflexiones de la suma del día nos obligaron a aceptar con
conciencia que la vida no se debe tomar a la ligera.
Al día
siguiente desayunamos en el comedor estudiantil y fuimos nuevamente a la
embajada. Para sumar más aprendizajes de vida, la agregada cultural me
trató como si yo hubiera sido la responsable del enredo con mi carrera, luego
de regañarme y sentenciar que no era tarea fácil lo que ella debía hacer, me
citó para regresar al día siguiente y concluir mi trámite. Con ese trato ni ganas nos dieron de pedirle apoyo para pasar la noche, lo que sucede cuando no conocemos nuestros derechos...