28 de julio de 2015

¡Ay Nicaragua Nicaragüita la flor más linda de mi querer!

Por Fabiola Martínez

Hace un par de meses vi una película basada en el libro de Gary Webb, que en México se tituló “Maten al mensajero”, del director Michael Cuesta. Para mí fue muy significativa, trata de cómo el gobierno de Estados Unidos, entonces encabezado por Ronald Reagan, se dedica a traficar cocaína para financiar el apoyo militar que le prestaron al grupo armado nicaragüense denominado “los contras”. ¡Ah qué arrecha me puse!

Las relevaciones hechas por la investigación del periodista Webb, hicieron preguntarme ¿cuánto ganaron los ex presidentes desde el año 2000 para permitir una guerra abierta al crimen organizado en México?, ¿quiénes y cuánto ganan por tanta violencia los congresistas y políticos de todos los niveles de gobierno?

De cierta forma y toda proporción guardada, en esta parte de la historia mexicana, compartimos con Nicaragua el estigma de haber visto derramar la sangre de los nuestros para garantizar las colosales ganancias del sector armamentista y médico de nuestro vecino país del norte.
Los nicaraguenses de la facultad preparatoria de Jarkov, que también fueron mis vecinos en Kiev, tienen un lugar de amor filial en mi historia de vida. Vivencias compartidas, cálida compañía y charlas sinceras acerca de sus experiencias sobre una guerra que llevaba décadas y que, al fin, parecía tener la posibilidad de llegar terminar. Con los nicas siempre hubo algo que me hizo sentir entre familia, particularmente tres de ellos eran como mis hermanos. Aún ahora, a punto de cumplirse treinta años de haberlos conocido, recordar sus rostros me provoca una sonrisa de alegría, cariño y nostalgia.

El primer acercamiento con el grupo de nicas de mi residencia fue propiciado por mi amiga Diana Danzós, lo demás fluyó solo. Los integrantes de ese grupo eran Graciela, Bayardo, Guillermo, Iván y Joel. Hubo otro nica de quien no recuerdo el nombre porque decidió regresar a Nicaragua antes de terminar el otoño.

Iván, Guillermo y Graciela fueron las únicas personas con las que Martha quiso intimar y a quienes les tomó un profundo cariño. La convivencia con ellos era más en la residencia que en la universidad, pues no coincidíamos por estar en grupos diferentes, ya que ellos se preparaban para ser entrenadores deportivos y nosotros para Biología.

Recuerdo con especial gratitud el gesto de protección que Martha tuvo hacia mí cuando Joel intentó conquistarme. Bayardo también hizo su labor conmigo, pero para entonces yo había aprendido la lección y supe cómo actuar. Sólo Iván y Guillermo entendieron y respetaron nuestra prioridad en ese tiempo, así que tomaron el simple, pero importante papel de hermanos.

Con mucha frecuencia nos reuníamos para comer o mejor dicho para “atascarnos” de comida, las reuniones eran en la habitación de Graciela porque a nuestras soviéticas les desagradaban nuestros amigos nicaragüenses, creo que se debía a que les parecían más pobres que los demás, aunque no por ello dejaron de visitarnos en nuestra habitación.

Antes de que iniciara el invierno, Graciela, Guillermo e Iván, se convirtieron en las personas más importantes para hablar de nuestras ansiedades, nostalgias y para descifrar la angustiosa disyuntiva de seguir adelante con la beca o regresar por no soportar la tristeza de extrañar a nuestra familia y país. Con ellos también aprendimos sobre la vigencia de un tiempo verbal en desuso para nosotras, el famoso vos tenés, o hacés, pero sobre todo la versatilidad y uso cotidiano del verbo “verguear” y su equivalencia con nuestro ineludible “chingar”.

La primera persona que me platicó abiertamente sobre su sentir al estar en la URSS, fue el nica que regresó a su patria. Cuando vino a despedirse de mí le pregunté la causa que lo hizo decidir regresar tan rápido, pues él había llegado mucho después que su grupo.

-¿Ves esta playera que tengo puesta?, esto y lo que llevaba en la mochila fue lo único que pude traer de ropa.

-¿Tan difícil está la situación en Nicaragua?

-Hay mucha pobreza, sí, pero la razón principal por la que no pude traer ropa fue porque prácticamente bajé de “la montaña” y subí al avión para venir a estudiar.

-¿Fuiste guerrillero?- pregunté con temor de ser políticamente incorrecta.

-No, a la mayoría de nosotros nos tocó ir a “la montaña” a alfabetizar, pero me regreso porque me siento cansado y soy mayor que ustedes, estoy fuera de lugar y no quiero pasar este tiempo sacando una carrera de forma mediocre, seré más útil en mi país.

Mientras mantuvimos este diálogo, por primera vez me detuve a mirar la ropa que mi interlocutor llevaba puesta, su delgadez me hizo poner los pies en la tierra para no olvidar la realidad de Latinoamerica, gente de trabajo duro, como mi familia, que no sentía vergüenza de lavar y usar la misma ropa cuantas veces fuera necesario, gente que se hacía valer por lo que eran y no por lo que llevaban.

A partir de ese día me interesé por conocer Nicaragua no por lo que se decía en las noticias, sino por las experiencias personales de mis amigos, aprendí que cada hecho es vivido y percibido de forma particular en dependencia de las circunstancias en que la persona se encuentra. 

Las experiencias de juventud, buenas y malas, nos preparan para enfrentar las experiencias buenas y malas de la vida: Ese pasado remoto, que me revela aún la dignidad de aquel amigo "nica", me ha permitido tomar, en su justa medida, los sinsabores al sostenerme de pie  frente a gente sin escrúpulos que, por no perder "su juguete" (literalmente hablando), han sido capaces de aprovecharse del poder que la política y el dinero conceden, aún así mantengo mi frente y dignidad en todo lo alto. 

Cuando extraño a mis amigos, escucho esta canción que se comparte en Youtube.