Por Fabiola Martínez
Hace un par de meses vi una película basada en el libro de Gary Webb, que en México se tituló “Maten al mensajero”, del director Michael Cuesta. Para mí fue muy significativa, trata de cómo el gobierno de Estados Unidos, entonces encabezado por Ronald Reagan, se dedica a traficar cocaína para financiar el apoyo militar que le prestaron al grupo armado nicaragüense denominado “los contras”. ¡Ah qué arrecha me puse!
Las relevaciones hechas por la investigación
del periodista Webb, hicieron preguntarme ¿cuánto ganaron los ex presidentes desde
el año 2000 para permitir una
guerra abierta al crimen organizado en México?, ¿quiénes y cuánto ganan por
tanta violencia los congresistas y políticos de todos los niveles de gobierno?
De cierta forma y toda proporción guardada, en
esta parte de la historia mexicana, compartimos con
Nicaragua el estigma de haber
visto derramar la sangre de los nuestros para garantizar las colosales ganancias
del sector armamentista y médico de nuestro vecino país del norte.
El primer acercamiento con el grupo de nicas de
mi residencia fue propiciado por mi amiga Diana Danzós, lo demás fluyó solo. Los
integrantes de ese grupo eran Graciela,
Bayardo, Guillermo, Iván y Joel.
Hubo otro nica de
quien no recuerdo el nombre
porque decidió regresar a Nicaragua antes de terminar el otoño.
Iván,
Guillermo y Graciela fueron las únicas personas con las que Martha quiso
intimar y a quienes les tomó un profundo cariño. La convivencia con ellos era
más en la residencia que en la universidad, pues no coincidíamos por estar en
grupos diferentes, ya que ellos se preparaban para ser entrenadores deportivos
y nosotros para Biología.
Recuerdo
con especial gratitud el gesto de protección que Martha tuvo hacia mí cuando
Joel intentó conquistarme. Bayardo también hizo su labor conmigo, pero para
entonces yo había aprendido la lección y supe cómo actuar. Sólo Iván y Guillermo
entendieron y respetaron nuestra prioridad en ese tiempo, así que tomaron el
simple, pero importante papel de hermanos.
Con
mucha frecuencia nos reuníamos para comer o mejor dicho para “atascarnos” de comida,
las reuniones eran en la habitación de Graciela porque a nuestras soviéticas les
desagradaban nuestros amigos nicaragüenses, creo que se debía a que les
parecían más pobres que los demás, aunque no por ello dejaron de visitarnos en
nuestra habitación.
Antes
de que iniciara el invierno, Graciela, Guillermo e Iván, se convirtieron en las
personas más importantes para hablar de nuestras ansiedades, nostalgias y para descifrar
la angustiosa disyuntiva de seguir adelante con la beca o regresar por no
soportar la tristeza de extrañar a nuestra familia y país. Con ellos también aprendimos
sobre la vigencia de un tiempo verbal en desuso para nosotras, el famoso vos tenés, o hacés, pero sobre todo la versatilidad y uso cotidiano del verbo “verguear” y su equivalencia con nuestro ineludible “chingar”.
La
primera persona que me platicó abiertamente sobre su sentir al estar en la URSS,
fue el nica que regresó a su patria. Cuando vino a despedirse de mí le pregunté
la causa que lo hizo decidir regresar tan rápido, pues él había llegado mucho
después que su grupo.
-¿Ves
esta playera que tengo puesta?, esto y lo que llevaba en la mochila fue lo
único que pude traer de ropa.
-¿Tan
difícil está la situación en Nicaragua?
-Hay
mucha pobreza, sí, pero la razón principal por la que no pude traer ropa fue
porque prácticamente bajé de “la montaña” y subí al avión para venir a
estudiar.
-¿Fuiste
guerrillero?- pregunté con temor de ser políticamente incorrecta.
-No, a
la mayoría de nosotros nos tocó ir a “la montaña” a alfabetizar, pero me
regreso porque me siento cansado y soy mayor que ustedes, estoy fuera de lugar
y no quiero pasar este tiempo sacando una carrera de forma mediocre, seré más
útil en mi país.
Mientras
mantuvimos este diálogo, por primera vez me detuve a mirar la ropa que mi
interlocutor llevaba puesta, su delgadez me hizo poner los pies en la tierra
para no olvidar la realidad de Latinoamerica, gente
de trabajo duro, como mi familia, que no sentía vergüenza de lavar y usar la
misma ropa cuantas veces fuera necesario, gente que se hacía valer por lo que
eran y no por lo que llevaban.
A partir de ese día me interesé por conocer Nicaragua no por lo que se decía en las noticias, sino por las experiencias personales de mis amigos, aprendí que cada hecho es vivido y percibido de forma particular en dependencia de las circunstancias en que la persona se encuentra.
A partir de ese día me interesé por conocer Nicaragua no por lo que se decía en las noticias, sino por las experiencias personales de mis amigos, aprendí que cada hecho es vivido y percibido de forma particular en dependencia de las circunstancias en que la persona se encuentra.
Las experiencias de juventud, buenas y malas, nos preparan para enfrentar las experiencias buenas y malas de la vida: Ese pasado remoto, que me revela aún la dignidad de aquel amigo "nica", me ha permitido tomar, en su justa medida, los sinsabores al sostenerme de pie frente a gente sin escrúpulos que, por no perder "su juguete" (literalmente hablando), han sido capaces de aprovecharse del poder que la política y el dinero conceden, aún así mantengo mi frente y dignidad en todo lo alto.
Cuando extraño a mis amigos, escucho esta canción que se comparte en Youtube.