26 de mayo de 2015

Con la vara que mides, serás medido

Esta fotografía fue tomada la noche anterior a mi viaje, estoy con mi sobrina y mi hermana Paty, mi enorme sonrisa no puede ocultar la felicidad, y tampoco oculta mis brackets, que fueron una marca de mi persona en Jarkov.



Dos días antes de mi viaje fui con mi ortodoncista para pedirle que me quitara los brackets porque me iba muy lejos y no regresaría hasta después de seis años. Mi médico me sugirió que no los quitara porque sólo tenía un año con ellos y aún no se afianzaba bien el trabajo, así que sólo los ajustó bien, los revisó para que no se cayeran y me aconsejó contactar a un ortodoncista en cuanto me instalara, para que revisara y continuara el tratamiento.

—¡Al fin que no te vas al otro lado del mundo!, bueno, sí te vas pero es una potencia 
mundial —, me dijo amablemente y ambos sonreímos.

¿Por qué la inmensa mayoría de los mexicanos tendemos calificar de bueno o malo ideas, pensamientos o modas únicamente a partir de nuestras expectativas o creencias?, ¿por qué aceptamos o rechazamos como modelo nuestra vida y personalidad sin considerar la infinidad de variables que puede haber en cada persona del mundo?

A estas alturas de mi vida, tengo claro que el egocentrismo jugó un papel determinante en mis primeras y más fuertes vivencias a mi llegada a la URSS. Afortunadamente el egocentrismo fue superado por mi urgencia de conocer a mis compañeros, de escuchar sus historias, de ver otros mundos, sus mundos, a través de sus ojos, de conocer motivos que los impulsaron a llegar a la URSS, de lo que extrañaban de sus países y familia.

En mi primer día de clases, recibí parte del dinero de mi estipendio, sería unos treinta rublos. Sin preguntar el tipo de cambio y sin pedir consejo sobre cómo manejar el dinero, saliendo de clases Martha y yo nos fuimos al comedor estudiantil (столовая), para reunirnos con Verónica e Isabel.

Como parte del menú había unas piernitas de ave, —son pequeñas, pero finalmente comeré pollo—, pensé. Mi hambre era acumulada, así que puse en mi charola lo que me pareció más atractivo, al final del menú estaban unos vasos llenos de un líquido espeso y blanco. Las personas que estaban delante de nosotros solían tomar los vasos con ese gusto que da el comer algo que place... la escena me desagradó.

La cuenta de comida fue muy alta, no recuerdo la cantidad, pero sí tengo claro que estaba dispuesta a pagar el precio por esas prometedoras “piernitas”.

Cuando me disponía a dar la primera mordida a mi carne, Verónica e Isabel se sentaron a la mesa con nosotras, por el apremio del hambre las saludé sólo con un movimiento de cabeza. Para sorpresa mía, mis brackets, dientes y todo mi ser se enfrentaron a trozo de carne duro y frío.
—¿Qué clase de pollo es este?, ¿de dónde traen al pollo que además de malo es tan caro?—No es pollo, es pato y es un platillo caro —. Me respondieron nuestras acompañantes.
La consistencia de la carne era tal, que los dientes dolían mucho, me fue imposible comer ese platillo, con toda resignación me zampé lo demás. Pasado mi mal rato, pregunté a las chicas sobre la comida, especialmente sobre esos vasos.

—Se llama smetana y es riquísima, en poco tiempo también te gustará—. Primero muerta, pensé en silencio, pronto confesaría a las chicas que tenían toda la razón, me declaré fanática de la smetana.

Verónica e Isabel nos aconsejaron cómo ahorrar y explicaron un poco sobre el valor de los víveres. Sin duda, la opción más adecuada era cocinar nosotras, así que fuimos al supercito cercano a la residencia, el que estaba casi en la esquina de la Avenida Lenin.

En la tienda, con ayuda de señas y del ruso que ya sabía Martha, pedíamos a las tenderas lo que nos parecía viable cocinar, optamos por productos que no requirieran utensilios de cocina: leche, pan y mortadela, básicamente.

En un intento de ser amable con la tendera y contar con su paciencia, saqué a relucir mis mejores sonrisas, sin pensar que eran otros los aspectos de mí que a ella le llamaban la atención.—¿Qué es lo que tu amiga trae en la boca?, ¿es alguna indumentaria o moda en tu país? —-. Le preguntó la mujer a Martha al mismo tiempo que llamaba a su compañera para que vi-niera a ver la “artesanía” extravagante que la extrajera (yo), llevé a su país.

Martha y yo no paramos de reír, al tiempo que Martha intentaba explicar que el asunto con mis dientes era un tratamiento médico. No hubo manera de darnos a entender, entre tanto, la clientela llegaba y las mujeres, asombradas de lo que asumieron como “tradiciones mexicanas”, me pedían que les mostrara mis dientes a los demás. La sorpresa de la gente fue la misma que la de las tenderas y tenía sentido. Yo era la diferente, yo era la de indumentarias extrañas en su país, ¿en qué cabeza cabía pensar que todo el mundo era como México o Estados Unidos, nuestro principal referente de modernidad?, con la misma fascinación y asombro con la que miré a todos los africanos, moscovitas e indúes, así me estaba viendo una pequeña multitud. Los enfoques de la vida y las personas cambian cuando también cambia nuestra posición en el tablero de la vida.

Es verdad que, desde mi llegada, mis sorpresas y choques culturales habían tenido como único referente mis parámetros de vida. Las charlas sobre las experiencias que habían tenido los latinos en el hotel de Moscú, reforzaban un ánimo de crítica ante una cultura totalmente opuesta a nuestras culturas. Por eso, allí en la tienda, siendo yo el centro de atención como “diferente”, entendí que había llegado el momento de asimilar la cultura que me acogía. Entendí también, que era imprescindible ampliar mis referentes de costumbres y vida cotidiana del país donde pensaba vivir los próximos seis años de vida.

Definitivamente esa primera compra en una tienda de víveres, fue otro de tantos parteaguas en mi vida. Allí tomó claro sentido uno de los muchos consejos que me dio mi tío Eduardo Zaldivar (español emigrado a México por motivos económicos), sabiamente mi tío me dijo: “Vas al otro lado del mundo, a otra cultura y otra vida, si quieres realmente aprender de esa experiencia y hacer que valga la pena, no te quedes dentro de la colonia (refiriéndose a los otros mexicanos radicados), convive con la gente del pueblo, habla con ellos, permite que te enseñen sus costumbres, respétalas y asimílalas, verás cómo ellos no sólo te abren las puertas de su casa, también las de su corazón, porque ellos sabrán que no desprecias lo que para ellos es valioso: su cotidianidad."

Los aprendizajes tan significativos como los que narré, posibilitaron mi comprensión de la identidad personal, nacional y latinoamericana que incansablemente trasmito en el contenido de mis libros de Formación Cívica. No me refiero a las “patrioterías” que suelen hacer los compatriotas que visitan otros países o que expresan ante la llegada de gente “diferente” a México. Me refiero a esa forma de construir las identidades que narra Octavio Paz en su extenso y bello poema Piedra del Sol:

[…] para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia, […]


Claro que, como ser humano, cometo errores y hago mi mejor trabajo para evitar caer nuevamente en ese egocentrismo que a todos nos limita el acceso a nuevas experiencias, entre otras cosas.