Por Fabiola Martínez
El primer año en Kiev conocí a Carlos, un mexicano que llegó a la facultad preparatoria de la universidad Taras Shevchenko, él eligió como carrera relaciones internacionales o derecho internacional, no recuerdo bien. Tampoco recuerdo el momento y lugar exacto de nuestro primer encuentro. Lo que sí tengo claro es que él fue mi único amigo mexicano, la última persona que vi antes de dejar para siempre la URSS.
Carlos prefería visitarme, aunque yo también lo veía en su residencia; su elección era comprensible pues mi hogar, repleto de bellas mujeres, era el paraíso para cualquier varón. Él y yo conversábamos por largas jornadas, incluso hubo ocasiones que pernoctó en el piso de mi habitación y, aún con la luz apagada, continuábamos hablando. Como cuando era niña y mi hermano Gabriel y yo nos reuníamos con mis primos Eduardo y Carlos Velázquez; sólo que en ese entonces los cuatro cantábamos a obscuras "los tres cochinitos", del gran Cri-Cri.
Djamal, de Palestina, fue mi más cercano amigo durante toda la carrera. Con él y con Rashid y Mohamed (de Palestina y Siria) compartimos siempre el gusto por el buen café. Por mucho tiempo, y especialmente en los inviernos, durante los recesos largos íbamos a una cafetería ubicada en la subida hacia las pistas de atletismo. Todos pedíamos турецкий кофе (café turco) con una rebanada de pastel de chocolate.
Los dos palestinos y el sirio paseábamos juntos y con frecuencia íbamos al comedor estudiantil. Conmigo compartieron experiencias y anécdotas sobre usos y costumbres de su país, intercambiaron sus puntos de vista con respecto a las mujeres musulmanas, a sus madres y hermanas. También charlamos sobre las bellezas naturales y culturales de nuestras respectivas patrias.
En una ocasión Mohamed describió con tanto detalle y pasión las zonas patrimoniales de Siria que resolví viajar a su país. Apenas pude expresarle mi gran idea, Mohamed me hizo desistir.
-Para viajar desde la URSS sin una agencia de turismo de por medio, requieres la invitación de un ciudadano sirio.
-¡Eso no es problema!, tú me invitas.
-No puedo, no me quiero arriesgar a que el gobierno comience a vigilarme por invitar a alguien de país capitalista.
Y así de fácil su expresión de alegría se volvió taciturna. Yo insistí, pues no comprendía los alcances de mi solicitud, Djamal me hizo un gesto para dejar el tema, y eso hice, pues los amigos ante todo, mostramos empatía en momentos difíciles.
Mi vida en la residencia se acomodaba cada día mejor, casi todos los días tomába con las chicas té con conservas de fruta, hablábamos de la vida, de nuestros países y, con frecuencia, cuando se reunían las amigas de Natasha abordábamos el muy novedoso y poco conocido tema de la Prestroika y la Glasnost; claro, además hacíamos toda clase de cosas "de chicas", incluso con ellas aprendí a fumar.
A pesar de lo grato que era compartir el mundo femenino, me era difícil dejar los hábitos de toda mi vida, creo que Carlos, Djamal, Rashid y Mohamed me dieron el equilibrio necesario para no extrañar tanto el compartir con varones. Me pasó lo que dicen en mi pueblo, "tiré p´al monte".
Desde que dejé a mis amigos y hasta hoy, no sé nada de ellos, nada. Aunque tuve dirección de Djamal, jamás tuve respuesta a las dos cartas que envié. A Carlos lo busqué por teléfono pero nunca logré contactarlo. Aunque mi relación con Rashid era menos cálida, lo recuerdo con cariño. Mohamed estuvo presente en mi recuerdo porque hasta hace pocos años conservé y usé un shemagh que él me regaló. Pienso en él cada vez que miro las noticias y me pregunto si estará vivo y bien.
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La dedicatoria que puso es hermosa, recuerdo que Djamal solía llamarme "мармолеточка", creo que es una forma cariñosa de llamar a alguien querido. |
Que relato mas tierno y afectivo. Me gustó a mares!!!
ResponderBorrarGracias Joa, la amistad recíproca provoca los sentimientos más bellos, nutre nuestro espíritu, nos deja un grato sabor.
Borrarochien krasiviy opit
ResponderBorrarGracias por su comentario, saludos.
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