Por Fabiola Martínez
Durante mi estancia en Ucrania escuché decir que "Leningrado era la ciudad museo, Moscú la capital y Kiev era el lugar para vivir". Dentro del taxi y al recorrer el trayecto de la estación a mi nuevo hogar, me percaté del hermoso lugar que había escogido para vivir.
Nunca en mi vida había visto una ciudad tan verde, tan llena de parques arbolados, jardines, amplias aceras y avenidas. Mientras miraba por la ventana supe que en esa famosa frase había mucho de cierto. La forma en que estaba trazada la ciudad, la distribución de sus edificios y todo lo que veía en ella hizo que me sintiera arropada.
Mi residencia se ubicaba en un sitio elevado, alejado de otras residencias estudiantiles y centros de estudios. El edificio parecía nuevo, tenía nueve pisos y dos plantas arquitectónicas en forma de H unidas por un largo pasillo. Todo lo que veía me parecía fabuloso.
La logística para albergar a los estudiantes seguía sorprendiéndome. En la residencia ya me esperaba el encargado o admnistrador, quien ya tenía asignada mi habitación en el octavo piso. La residencia tenía elevador, en cada bloque había ocho habitaciones y al centro se encontraba la cocina con dos estufas eléctricas. En la parte central también había dos sanitarios, dos duchas y varios lavamanos para aseo personal y para lavar la ropa.
Las buenas sorpresas continuaban, mi habitación. que estaba en una de las cuatro esquinas, era grande (comparada con la que tuve en Jarkov) y sólo debía compartirla con dos personas más. Pronto a mis compañeras de habitación; Belinda, del Perú y Natalia, de Ucrania; en poco tiempo ellas se convirtieron en las personas más entrañables de mi vida.
Natasha era prácticamente una niña y había entrado a primer año de la carrera, eligió estudiar español y, por tal motivo solicitó compartir habitación con dos hispanas. De ella tengo muy presente su sonrisa franca y sus ojos vivos, felices y atentos a todo lo que ocurría a su alrededor.
La primera vez que vi a Belinda me llamó la atención su rostro bello y sereno; una serenidad que a veces yo podía confundir con seriedad o con nostalgia. Beli se las arreglaba para verse siempre chic, tenía y sigue teniendo mucho estilo.
Luego de presentarnos, cada una eligió el lugar para colocar su cama, los mejores lugares siempre fueron los que estaban junto a la ventana, pegados a la pared. Gracias a la condescendencia de Natasha, Belinda y yo tomamos esos sitios, mientras que Naty acomodó su cama usando el ropero común como pared.
Como parte del tour por la residencia, atravesé el pasillo para ir al sótano a recoger mi juego de sábanas y colchoneta, cerca del lugar de la ropa de cama estaba la cámara de seguridad y las duchas comunes.
En ese recorrido turístico me di cuenta de que en mi nuevo hogar había un grupo muy singular de estudiantes, conformado por las cubanas y cubanos que año con año llegaban a Kiev para cursar su ciclo de práctica de idioma ruso en el Instituto Pedagógico de Lenguas Extranjeras. En 1986, año de mi llegada a Kiev, también llegaron 72 cubanos, de ellos, creo que tres o cuatro eran varones y el resto mujeres.
A pesar de todas las buenas nuevas que estaba viviendo, no me era posible superar el sentimiento de orfandad luego de separarme de los nicas, de Sayonara y del colombiano Steven. Un poco por lo anterior y otro poco por mi esencia fuertemente emotiva, al principio me sentí fuera de lugar entre mis nuevas compañeras de habitación.
Nidia, la tica que conocí en la estación de trenes, pronto llegó a visitarme acompañada de un amigo y compañero de Marruecos. Adil era un estudiante de español que buscaba practicar el idioma y, de paso, hacer evidente su galantería invitándome a dar un paseo por el Hidropark (Гидроиарк), un lugar de esparcimiento veraniego de mi nueva ciudad.
Si bien me había acostumbrado a los cortejos directos de los latinoamericanos, el comportamiento de Adil, además de ser directo era un invasivo, tanto que hizo que mis instintos se pusieran en alerta. Al principio pensé que estar exagerando, me decía que quizá la incomodidad se debía a la gran diferencia cultural entre un marroquí y una mexicana. Sin embargo, pronto comprobé que el instinto pocas veces se equivoca.
El primer foco rojo se encendió luego salir por segunda ocasión con Adil, cuando él me platicaba sus planes de llevarme a Estambul, como idea podía sonar bien, pero en algún momento sentí que él se estaba tomando atribuciones que no correspondían con las de un pretendiente. Los siguientes focos se encendieron cuando del cortejo pasó a un comportamiento casi acosador. Adil llegó incluso a dejar en mi habitación un par de cartas con reclamos por negarme a salir con él o por ir a pasear con otros muchachos.
Celebro con gusto haberme alejado a tiempo de una posible relación tóxica ya fuera amistosa, de compañeros o novios; y lo hago porque porque nunca me enseñaron a decir de manera contundente no a algún pretendiente o amigo como Adil. Para colmo, en mi época no se reconocía abiertamente el acoso o la violencia psicológica en las relaciones amistosas o de noviazgo.
Hasta hoy en México las personas tienden a no poner límites a una posible relación tóxica por miedo a quedar mal con los demás. Se puede decir que somos una sociedad de "queda bien", a la que le preocupa más no herir los sentimientos ajenos que establecer límites para la adecuada convivencia.
Este asunto de falta de conciencia y educación en el hogar y en la sociedad ha favorecido el incremento alarmante de violencia de género, feminicidios y comercio sexual de mujeres y niños.
Hoy ya se habla sobre la violencia en el noviazgo, del significado de la amistad y el compañerismo pero no es suficiente. Pienso que no basta con enseñar a nuestros hijos e hijas a evitar relaciones tóxicas de amistad o noviazgo, es fundamental dejar de mirar hacia otra parte cuando en nuestra familia y comunidad se identifican actos con los que se acosa a parejas o a menores de edad. También es necesario que aceptemos el hecho de que los abusos a menores ocurren, en la mayoría de casos, dentro de casa y son perpetrados por miembros cercanos a nuestra familia.
A la distancia y con madurez a cuestas, creo que Adil no era una mala persona, más bien era un chico educado en una cultura ajena a la mía donde lo "normal", quizás, era desenvolverse con las mujeres como lo hizo conmigo. Ambos, sin saberlo o sin ser totalmente conscientes, nos estábamos poniendo en riesgo al no contemplar el hecho de provenir de contextos culturales diversos.
En este punto me viene a la mente esa vertiginosa tendencia y riesgo en que las redes sociales pone a nuestros jóvenes, quienes se conocen y organizan planes de vida en pareja desde una realidad virtual. Ante este inevitable hecho resulta necesario proponer plantearnos el reto de aprender sobre diversidad cultural y el papel de los valores universales, además, claro, de educar en el cuidado personal y la dignidad humana.
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Fabiola y Adil de paseo por el Hidropark, verano de 1986. |
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ResponderBorrarQuerida Fabiola, me encanta la sutileza con que enfocas problemas actuales (y agudos) a partir de tus vivencias en Ucrania, en la entonces URSS. Esto demuestra tu personalidad y carácter, así como tu formación pedagógica. Te felicito por ello. Un abrazo desde Pécs, Hungría.
ResponderBorrarTony
Gracias Tony por tu apoyo, por tu amistad y por lo bueno que se aporta mediante el grupo Kiev que creaste.
BorrarAbrazo.
Felicitaciones Fabiola por el artículo y por la experiencia que viviste. Al igual que tu llegué a la URSS y me conocí y me hice amigo de muchas personas de diversas nacionalidades y contextos culturales. Al inicio costó trabajo reconocer la variedad cultural y la riqueza que ello trae, pero los años de convivencia, además de el entusiasmo por la solidaridad internacional ayudaron. Una experiencia inolvidable. Felicitaciones adicionales por los comentarios y análisis que realizas en tu artículo.
ResponderBorrarAprecio mucho el tiempo que dedicaste a mi escrito y a escribir un comentario. Gracias,
BorrarFabiola