Por Fabiola Martínez
Las primeras nevadas de cada año tenían su peculiaridad, pero creo que ninguna se compara a la de 1986. Una tarde como a las seis y media, cuando regresaba de caminar por el centro, comenzó a nevar. La forma en que estaba distribuida la luz de mi calle generó una escena memorable.
Por un lado se iluminaba el medio metro de nieve ya depositado en el piso, por otro lado, la luz iluminaba cada copo de nieve que se mecía lentamente en el aire. Esa tarde fue la primera vez que me detuve a admirar la perfecta simetría de los copos de nieve y la casi imperceptible reflexión de la luz que se genera a través de cada uno de ellos.
Fue amor a primera vista, permanecí embelesada varios minutos, admirando y diseccionando cada copo que atrapaba mi mano. Quizá la naturaleza es tan sabia que nos regala estos momentos tan maravillosos que nos ayudan a sobrevivir los largos meses de frío.
Un martes no muy lejano a mi gran experiencia de amor, comencé a sentirme mal; me costaba trabajo comer y me dolía mucho abrir la boca para cepillarme los dientes. Comí poco, un poco por flojera, otro poco para evitar la molestia de abrir la boca y porque no tenía la más mínima intención de ir a la tienda, ya que hacía un frío endemoniado (como menos veinte grados bajo cero). Belinda y yo elegimos dormir toda la tarde.
-¿Te sientes mal?, -preguntó Beli.
-Sí, -contesté casi murmurando-, tengo hambre.
-¿Quieres que vaya por algo para que comas?
-No puedo abrir la boca, apenas puedo hablar, creo que tengo algo de fiebre.
-Te conseguiré algunas compotas.
Con mucho trabajo logré terminar una compota de manzana, no sabía si era mayor el hambre, la debilidad o el dolor. Esa era la primera vez que me enfermaba en serio, no sabía qué tenía, pero definitivamente la parte posterior de mi boca estaba en llamas por el ardor.
Más que sentir el rigor de la soledad, intentaba pensar lo que mi madre haría conmigo si hubiese estado cerca, traté de resolver pero no logré nada. Gracias al beneficio que otorgan los primero días del enamoramiento, Valeri llegó a visitarme por sorpresa; resalto esta acción porque realmente su residencia e instituto quedaban lejos del mío y el frío era severo.
Al llegar me contó que se animó a visitarme porque en su horario tenía libres los días miércoles. En otro momento de mi vida creo que no habría accedido a ver a mi novio si me sentía como perro atropellado, pero el instinto de sobrevivencia pudo más y le pedí que se quedara a mi lado... Pasó la noche junto a mí.
Al amanecer Natasha se acercó a la ventana para revisar la temperatura y dijo- ¡Hurra!, no iremos a clases, estamos a 35 grados bajo cero.
Allí me enteré que las clases se suspendían para los estudiantes de universidades e institutos si la temperatura era menor de 30 grados bajo cero, los niños y jóvenes de secundaria dejaban de ir a la escuela si había menos 25 grados.
-Vamos, te llevo al hospital, tienes mucha fiebre.
Asentí con la cabeza, me vestí y me puse mi pesado y horrible abrigo gris, que gracias a Dios era excelente para un día como ese. Los incidentes de la vida son curiosos, esa mañana no sentí tan fuerte el rigor del frío, logré trasladarme con Valeri a cada una de las paradas de transporte que nos llevaban a la clínica que atendía a todos los estudiantes de Kiev.
Ya en el hospital me turnaron con un dentista, creo haber esperado poco para que me atendieran. Tengo la impresión de que el trato hacia los estudiantes extranjeros era más sutil que el que tenían hacia los estudiantes soviéticos. Recuerdo que los médicos tratantes eran jóvenes y, al preguntarme mi nacionalidad y al ver mi cuadro hicieron venir a un médico ya mayor, creo que era el jefe.
-Abre la boca, -dijo el doctor.
-Me duele mucho, -contesté con mucha dificultad.
-Pongan xilocaína para revisar.
En un parpadeo la anestesia local hizo efecto y el doctor comenzó a inspeccionar y limpiar toda el área. Luego llamó a los demás y les explicó que me estaba saliendo la muela del juicio y que un pedazo de mi encía no se había abierto, provocando fuertes dolores y fiebre por la acumulación de residuos.
El doctor colocó más anestesia y decidió simplemente cortar el pedazo de carne que impedía la salida de mi maravillosa pieza. ¡Santo remedio!, fin del dolor agudo. Estuve como una hora en observación y me mandaron a mi casa con antibiótico, analgésico y con nuevas citas para revisión.
En ocasiones, los episodios de mi vida me recuerdan las vivencias que acabo de narrar. Siempre se me presentan ocasiones para maravillarme de la magia de la naturaleza, como hoy cuando vi el amanecer caminando en el vivero. También hay ocasiones en que me lleva a decidir cortar de tajo los residuos de tiempos pasados y sacarlos de mi historia personal para que no se conviertan en una pus permanente y mal oliente, como la que saqué el día de ayer.
A MI ME APARECEN RECUERDOS PARECIDOS GRACIAS POR COMPARTIR
ResponderBorrarGracias, saludos.
BorrarComo siempre, una maravillosa manera de reflejar las vivencias que la mayoria tuvimos en la exURSS. gracias Fabiola por compartirnos tus vivencias de manera tan profesional. Un abrazo :-)
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